11 Primera salida

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Ahora que había pasado de ser una niña de 13 años a una joven de 18 años, y en vista que pronto haría mi primera salida como chica, mi guardarropas experimentó bastantes cambios.
     Día tras día podía observar, consternada, cómo las hormonas hacían su trabajo, con lenta e inexorable eficacia.
     Mi pechos continuaban aumentando. Todavía tenía unos pechos de mujer poco exuberante, pero ya suficientes para llenar bien un modesto corpiño de copas talle A.
      Ni hablar de mis pezones. Comparativamente, se habían desarrollado mucho más que mis pechos. Ya tenían el grosor de mi dedo meñique, y algo así como un centímetro de largo. Antes eran difíciles de aprisionar con los dedos. Ahora era facilísimo.
     También mi trasero y mis caderas se estaban desarrollando. Ya las bombachas me quedaban ajustadas en la cadera y el trasero. Necesitaba un talle más grande.
     Muy contenta, tía Gertrudis salió de compras y volvió llena de bolsas y paquetes de zapaterías, boutiques y lencerías.
     Mis camisoncitos de niña fueron reemplazados por vaporosos camisones de mujer adulta, bastante más sexys. El conjunto se completaba con unas bonitas chinelas con un pompón en el empeine.
     En los otros paquetes había un par de polleras: una falda recta y otra más amplia, plisada, de mucho vuelo. Había un par de vestidos floreados con breteles finitos, y tres blusas de raso color pastel con voladitos.
     Tampoco olvidó la ropa interior: un conjunto muy sexy de corpiño y bombacha muy cavada en los glúteos, y dos pares de medias, una de nylon tradicional y la otra imitación red. Y un par de zapatos, unas sandalias blancas con taco aguja. Tía Gertrudis también me compró bijouterie y accesorios. Aros para las orejas, una pulsera, un par de collares, un moño para el cabello, y finalmente una cartera de cuerina rosada con un monedero en piel de leopardo.
     Los zapatos con taco aguja me alarmaron muchísimo. Tendría que aprender a caminar con tacos altos, lo que me parecía una tarea imposible. ¿Cómo lo hacían las mujeres, sin caerse?
     Tía Gertrudis estaba impaciente por verme toda esa ropa puesta. Me ordenó desnudarme. Lentamente me fui poniendo el corpiño y la tanguita. Mi tía gorgeó de placer al ver cómo me quedaban. Ahora debía ponerme las medias de nylon. Y aquí mi primera torpeza. Agarré las medias por el borde y me las iba a poner como siempre me había puesto las medias.
     —No, Marianela. Antes de ponerte medias de nylon debes asegurarte que tus uñas estén perfectamente limadas. De lo contrario se engancharán al querer ponerte la media.
     Tía Gertrude fue a su habitación y volvió con una lima para uñas. Me tomó un pie y procedió a pasar la lima por cada uña, primero de un pie y luego del otro.
     Bien, me dije, ahora sí. Tomé una media por el borde e iba a ponérmela como siempre lo había hecho al ponerme las medias.
     —No, Marianela, las medias de nylon no se ponen así. Aunque las uñas estén limadas, siempre puede quedar alguna aspereza que enganche la media.
     Tía Gertrudis tomo una media y la fue enrollando entre ambas manos hasta dejarla hecha un pequeño ovillo. Luego me ordenó extender una pierna y estirar el pie. Lo hice y mi tía colocó la media en la punta de mi pie estirado. Lentamente fue desenrollando la media subiendo por mi pierna hasta llegar a la parte superior del muslo, con lo que la media quedó colocada.
     —Ahora haz tú lo mismo con la otra media.
     Lo hice lo mejor que pude, pero no estuvo mal.
     A continuación me puse una de las blusas y la pollera recta.
     —¡Estás preciosa, Marianela! —exclamó mi tía.
     Pero cuando intenté caminar con los tacos aguja, tropecé, me torcí un tobillo y a poco estuve de ir a parar al suelo.
     —Ja, ja, tendrás que practicar, nena. Pero no te preocupes, todas las mujeres aprenden a caminar con tacos altos.
    En los días siguientes, tía Gertrudis me enseñó a maquillarme. Lápiz para cejas, delineador, rímel para las pestañas, rubor en las mejillas, rouge para los labios.
     Depilarme un poco las cejas y repasarlas con el lápiz, engrosarme las pestañas con máscara, ponerme rubor en las mejillas y pintarme los labios no fue demasiado difícil. Delinearme los ojos fue más complicado. Pasar el lápiz delineador exactamente por el borde del ojo requiere precisión. Al principio dibujaba la línea demasiado lejos del borde, otras veces el lápiz se me metía en el ojo. Pero de a poco lo fui logrando.
    Pero lo más difícil fue aprender a pintarme las uñas con esmalte. ¿Cómo hacían las mujeres? Con ese pincelito que ni siquiera terminaba en punta era imposible pintarse bien las uñas. La primera vez hice un completo enchastre. Ni hablar cuando probé pintarme las uñas de los pies.
     Pero como había dicho mi tía, todo el mundo aprende a pintarse las uñas. Y con el correr de los días, practicando, conseguí hacerlo bastante bien.
     Y llegó el día señalado para mi primera salida. De acuerdo a lo planeado, tía Gertrudis y yo iríamos al barrio de  Belgrano, al salón de belleza de la señora Zulma, para iniciar mi tratamiento de remoción del vello en cara y cuerpo.
     A la mañana siguiente, luego de hacerme tomar la pastilla, tía Gertrudis me dijo:
     —Hoy te afeitarás la cara como siempre. Pero no te depiles las piernas con la crema depilatoria. Rasúralas con una hojita de afeitar, solamente. Me lo indicó Zulma, así ella podrá analizar mejor el tipo de vello y hacer mejor su trabajo.
     —Sí, tía Gertrudis —dije.
     Salí de la cama y me dirigí al baño, en donde oriné, me higienicé en el bidé y afeité mi cara, piernas y axilas, siguiendo las indicaciones de la señora Zulma.
     Después del almuerzo comencé a prepararme para salir. Estaba terriblemente nerviosa, angustiada y todo lo demás que pueda imaginarse. Mi primera salida como chica...
      Me bañé y me dirigí a mi habitación. Me pinté las uñas de manos y pies con el esmalte color cereza y esperé a que se secara. Me puse el conjunto nuevo de corpiño y bombacha, y agarré el kit de maquillaje. Había terminado de maquillarme con esmero, cuando apareció tía Gertrudis para ayudarme con el cabello. Mi tía me peinó y me adornó el pelo con un moño. Comencé a vestirme. Me puse una de las blusas de raso color salmón, y la pollera recta color beige. Me calcé las sandalias blancas de taco alto, sin medias (hacía calor), y observé el resultado en el espejo. Era la primera vez que estaba completamente vestida y maquillada. Hasta ahora había estado haciendo todas esas cosas por partes.  
     En cuanto a los accesorios, un discreto collar de perlas pequeñas, como para adornar el cuello; y mi cartera de cuerina rosa bebé colgando del brazo. En la cartera llevaba unas pocas cosas, que mi tía me había comprado para que me fuera acostumbrando a llevarlas. Mi monedero de piel de leopardo, un paquete de pañuelos de papel, un primoroso pañuelito blanco bordado, un lápiz labial, un polvo compacto y un estuche de colorete.
     Poco antes de las tres de la tarde, la señora Irene nos deseó suerte, elogió mi apariencia, y tía Gertrudis y yo salimos al jardín. Mi corazón latía a mil por hora, mientras recorríamos los diez metros hasta la verja. Mi primera salida como chica.
     Empecé a caminar del brazo de mi tía, para tener de donde sostenerme en caso de pisar en falso con los tacos altos. Las enseñanzas (y el rigor) de la señora Irene habían rendido sus frutos. Me resultaba natural caminar con movimientos femeninos, suaves y delicados.   
     Caminar por la calle con la pollera recta fue imprevistamente complicado, muy distinto a hacerlo con pantalones. Siempre había usado la pollera recta en casa, donde no había que caminar demasiado. Pero ahora notaba lo estrecha que es una pollera recta. Cada vez que daba un paso mi pierna chocaba contra la tela. Sobre todo, al cruzar una calle. Nunca había notado que al bajar o subir de la calzada a la vereda uno da un paso más largo. Tendría que acostumbrarme a caminar con pasos más cortos. De a poco lo fui logrando.
     Llegamos a la estación Vicente López y tomamos el tren. Encontramos dos asientos libres y nos sentamos.
     Enfrente de nosotras estaban sentados dos señores de traje, lo cual me puso muy nerviosa. ¿Notarían algo extraño en mí?
     Me había sentado con la postura muy femenina que la señora Irene me había inculcado, manteniendo las piernas muy juntas, con la cartera en el regazo, y apoyando las dos manos, una encima de la otra, como si estuviera protegiendo mi pubis.
     Aunque mantenía la vista gacha, como una señorita tímida y pudorosa, de vez en cuando, furtivamente, echaba una breve mirada a los dos hombres. Ninguno me miraba de manera particular, no parecían haber notado nada raro. Al parecer, mi apariencia como chica era bastante convincente. Ello me tranquilizó bastante.
     Dos estaciones más adelante, bajamos en la estación Belgrano C.
     Comenzamos a caminar por la bulliciosa avenida Juramento, tomadas del brazo, como suelen ir madre e hija. Con mis zapatos de taco alto cada tanto pisaba en falso y debía aferrarme al brazo de mi tía. Pero por suerte no ocurrió tan seguido como había temido. Como íbamos con tiempo, tía Gertrudis se detenía de pronto en alguna zapatería, alguna boutique o alguna casa de modas, y me instaba a mirar la vidriera, y a opinar sobre lo que veíamos.
     —Mira esos zapatos azules de terciopelo, con hebilla, Marianela —me decía—. ¿No son preciosos?
     —Sí, tía Gertrudis —decía yo.
     —Pues mira ese vestido de angora, con pailletes y canutillos, nena. ¿No te gustaría algo así?
     —Sí, tía Gertrudis, es muy bonito...
     —Y ese trajecito sastre... Los tailleurs son mis preferidos...
     —Sí, tía Gertrudis.
     Seis cuadras más adelante llegamos a la intersección de Juramento y avenida Cabildo.
     —Debemos ir a la galería... —comentó mi tía—. Te agradará la señora Zulma, ya verás.
    —Sí, tía Gertrudis —dije, como una buena niña.
    Entramos en la galería y llegamos al local 35/36.
    Un cartel en la entrada rezaba en letras cursivas doradas: "Estética Zulma". Y sobre una de las vidrieras, las frases de siempre: "Uñas esculpidas. Manicuría. Belleza del pie. Depilación a la cera. Depilación definitiva"...
     Tía Gertrudis tocó timbre. Muy nerviosa y sin saber qué sería de mí allí dentro, contuve la respiración. Se oyó una chicharra y mi tía empujó la puerta.
Continuará

Por no poder ser masculino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora