Entramos. El recinto era amplio y muy iluminado. Era la primera vez que yo estaba en esa suerte de santo sanctórum femenino, vedado a los hombres, que es un salón de belleza.
—¡Hola, Gertru! —dijo una voz a nuestra derecha.
—Hola, Zulma —dijo mi tía.
La señora Zulma, dermatóloga titulada, resultó ser una mujer baja y ligeramente obesa, de carácter alegre y maneras inquietas. Parecía de la misma edad que mi tía, unos sesenta años, y llevaba un guardapolvo celeste, cuyo escote dejaba ver la parte superior de un busto voluminoso y lleno de pecas. Se la veía muy maquillada y con el cabello rojizo, teñido, muy cuidadosamente peinado.
—¡Aaaayyyy... —exclamó al verme—, pero qué nennnnaaaa más linnndaaaa...!.
La señora Zulma era un ejemplo perfecto de lo que mi institutriz decía respecto a alargar las vocales y consonantes. La señora Irene la hubiera aprobado...
Dos empleadas jóvenes ya se habían acercado. Ambas muchachas lucían guardapolvos blancos, cortitos, con el ruedo bastante por encima de la rodilla, acordes con sus polleras minis, y zapatos de altos tacones aguja; todo lo cual les daba una apariencia muy sexy.
—Chicas, ésta es mi sobrina, Marianela —dijo mi tía.
—Buenas tardes, señora Zulma —saludé educadamente, con mi pose de señorita.
Sabía que todas las empleadas del local estaban al tanto de mi caso. Tía Gertrudis les había explicado al concertar la cita.
Acto seguido saludé educadamente a las dos empleadas, Teresa y Ximena.
—Bueno, vamos arriba, así empezamos —dijo la señora Zulma.
Caminamos hacia el fondo del local. A nuestra derecha había bancos y sillas y una mesita con revistas. Y a continuación, dos mesitas, cada una con su correspondiente lámpara y sus instrumentos de manicuría y pedicuría. A nuestra izquierda, uno al lado del otro, los habituales sillones de peinado, cada uno con su correspondiente secador de pelo. En uno de los sillones, una empleada entresacaba mechones de cabello a una chica de abundante pelo negro. En otro sillón, una clienta tenía su cabeza metida dentro de la secadora mientras leía una revista, por lo que poco y nada percibía de lo que ocurría a su alrededor.
Subimos por una escalera en caracol y nos encontramos en otra espaciosa sala. Acá estaban las piletas para lavado del cabello y, al fondo, un biombo y dos camillas, cada una cubierta con una sábana rosada.
También nos encontramos con otras dos empleadas. Una era alta, de cabello corto color miel y grandes aros en las orejas. Y la otra más bajita, de tipo provinciano, con bonitos ojos rasgados. También vestidas con guardapolvos blancos cortitos y zapatos de elegante tacón aguja.
Evidentemente, las empleadas que habíamos visto abajo eran peinadoras y manicuras-pedicuras. Las de este piso eran dermatólogas y cosmetólogas. Eran Elvira y Olga.
—Podés desvestirte ahí, querida —me dijo la señora Zulma, señalándome el biombo.
A paso lento fui detrás del biombo, y a paso lento comencé a sacarme la ropa. La blusa, la pollera y los zapatos. ¿Hasta dónde?
Salí de detrás del biombo con sólo mi corpiño y mi bombacha. Estar así, en prendas interiores femeninas ante tres mujeres desconocidas era muy vergonzoso.
Me fui acercando lentamente adonde me aguardaban las cuatro mujeres. Mi tía se acercó por detrás y me desenganchó el corpiño. Antes que pudiera reaccionar, me bajó los breteles y me sacó el corpiño por los brazos, dejando mis pechitos al aire. Acá tuve una reacción que fue sorpresiva incluso para mí.
Yo había creído, hasta ese momento, que mi parte masculina sería más fuerte que mi parte femenina. Y que lo que aún me quedaba de hombre se sentiría más avergonzado de estar así vestido, con corpiño y bombacha, ante tres mujeres, que si estuviera directamente desnudo, sin nada.
Pero no fue así. Para mi sorpresa, lo que tenía de mujer fue más fuerte. De inmediato me cubrí los pechitos con ambas manos, echando de menos mi corpiño. Fue instintivo. Aunque mis senos aún eran muy pequeños, ya mis pezones eran bastante llamativos. Recién ahora me daba cuenta de cuánta vergüenza me daba tenerlos expuestos.
La señora Zulma me indicó que me acostara en la camilla. Lo hice como pude, sin sacar las manos de mis tetitas. Quedé de espaldas, con sólo mi bombacha.
Y entonces, la señora Zulma se acercó y con toda naturalidad enganchó dos dedos de cada mano en la cintura de mi bombacha, y ¡huiiiiissshhhh!, en un solo movimiento me la bajó hasta los tobillos y la sacó por los pies, dejándome completamente desnuda.
Como un rayo crucé mi brazo izquierdo sobre mis pechos y envié la mano derecha a que cubriera mi pubis. Las cuatro mujeres habían rodeado la camilla y recorrían mi cuerpo con la mirada. Me sentía muy desdichada...
—A ver, nena, no te tapes, que acá estamos en confianza, entre mujeres —me dijo la señora Zulma, procurando un poco de psicología.
—Marianela, deja que Zulma te revise —me dijo tía Gertrudis.
Haciendo un puchero, dije: "Sí, tía Gertrudis", saqué las manos de donde las tenía y las puse a los costados.
Si sintieron curiosidad por mi pene aprisionado con el piercing por debajo de mi entrepierna, no lo demostraron. Evidentemente ya estaban todas al tanto, debido a las conversaciones con mi tía en días anteriores; se limitaron a mirar sin darle mayor importancia.
La señorita Elvira, la linda provincianita, había tomado una toalla, y con crema desmaquillante me iba removiendo el maquillaje de la cara. Para esta salida, tía Gertrudis me había disimulado la zona grisácea de la barba con más esmero que cuando permanecía en casa. Había hecho una base de maquillaje, con crema humectante y superponiendo luego polvo compacto. El resultado había sido muy bueno. Ahora debían quitarlo, para observar mi tipo de barba.
Cuando Elvira hubo terminado de limpiar, la señora Zulma acercó una lámpara muy potente, tomó una especie de lente de aumento y comenzó a inspeccionar mi cara, en la zona de la barba. Bajó por mi cuerpo, se detuvo un instante en mi torso, y continuó bajando. Observó mis muslos y mis pantorrillas detenidamente, y luego los dedos de mis pies. Tomó una pinza de depilar, aprisionó un cabito de pelo que asomaba, y tiró. ¡Ouch! Lo observó con la lente de aumento. De vez en cuando la señora Zulma pasaba la lente a alguna de las chicas, para que observaran distintas partes de mi cuerpo. Era muy vergonzoso...
—A ver, nena, date vuelta.
Como si no hubiera pasado suficiente bochorno, tuve ahora que ponerme boca abajo, para que la señora Zulma y las señoritas Elvira y Olga pudieran inspeccionar mis nalgas y el vello en la zona de atrás de los muslos. Así, con el culito expuesto y las tres mujeres mirando a quemarropa, mi vergüenza era imposible de describir.
Las tres mujeres observaron e intercambiaron opiniones y pareceres. Finalmente se incorporaron.
—La cantidad de vello por centímetro cuadrado es más baja que el promedio de los hombres, Gertru —dijo finalmente la señora Zulma—, tanto en cara como en cuerpo. Marianela es de cuerpo bastante lampiño. Prácticamente cara y piernas.
Mi tía esbozó una débil sonrisa, adivinando que era una buena noticia.
—A pesar de no ser abundante —continuó la señora Zulma—, el pelo es bastante grueso, y castaño oscuro.
El rostro de mi tía se puso serio.
—Eso es malo, Zulma, supongo...
—Todo lo contrario —dijo la señora Zulma, con rostro de satisfacción—. Marianela tiene el fototipo que mejor responde al láser. Pelo grueso y oscuro, y piel muy blanca. El fototipo ideal. Si no hay sorpresas, vamos a poder hacer un buen trabajo.
Ahora mi tía estaba tan contenta que soportó de buen grado algunas explicaciones de la señora Zulma.
—El pelo del hombre es distinto al pelo de la mujer. La mujer crea todos sus folículos pilosos durante la adolescencia. Por ello, una vez eliminados con láser, el resultado es definitivo —dijo la señora Zulma—. En cambio, el organismo masculino crea folículos nuevos durante toda la vida, debido a la acción de la testosterona. En mayor cantidad durante la juventud, y cada vez menos a medida que la producción de testosterona es cada vez menor. Como resultado de ello, la depilación láser en el hombre nunca es definitiva, ya que al cabo de algunos años han aparecido folículos nuevos. Eso implica tener que hacer un repaso cada tanto, para eliminar los pelos nuevos que han salido.
Como mi tía puso una cierta cara de desilusión, la señora Zulma continuó.
—Pero en el caso de Marianela, estando bajo tratamiento hormonal, su organismo se comportará en gran medida como el de una mujer. Por lo que podemos anticipar excelentes resultados.
La cara de mi tía nuevamente se iluminó, y esta vez en forma definitiva.
—¿Y cuándo podríamos comenzar? —inquirió, entusiasmada.
—Hoy casi no tengo gente, podemos comenzar ahora mismo —dijo la señora Zulma. Y agregó—. Conviene que sepas que esto tampoco es magia, Gertru. Va a llevar varias sesiones, con intervalos de cuatro o cinco semanas. El láser sólo puede eliminar los folículos del pelo maduro, que ya ha adquirido buen grosor y buena cantidad de melanina. Los pelos más nuevos, delgados y casi sin melanina, son inmunes al láser y exigen otra sesión. Y así varias veces, hasta dar cuenta de todos los folículos. O sea que van a ser unos cuantos meses, dependiendo de cómo responda Marianela al tratamiento. Pero los resultados más importantes podrán verse desde las primeras sesiones.
Con una amplia sonrisa, mi tía vio cómo la señorita Olga acercaba un gran artefacto con rueditas, del tamaño de un lavarropas. Del mismo salía un cable que terminaba en una especie de gran pistola que me recordó un secador de pelo.
La señora Zulma encendió el aparato, reguló esa especie de gran pistola que ahora tenía en la mano, y lo acercó a una de mis mejillas.
—Tranquilita, nena, que esto no duele —me dijo.
El procedimiento era lento. Había que ir tratando centímetro por centímetro. Las tres especialistas se fueron turnando para realizar el trabajo, en mi cara y en mis piernas. Pero al cabo de un par de horas, el trabajo había sido completado.
—Bueno, nena, ya te podés vestir —me dijo por fin la señora Zulma, cosa que hice en tiempo récord.
Antes de despedirnos, la señora Zulma le dio toda una serie de recomendaciones a mi tía. Sobre todo, el modo de prepararme para la sesión siguiente, la cual quedó convenida para el próximo mes.
La más importante de estas recomendaciones era no depilarme con cera o pinzas de depilar. Nada de arrancar, sólo cortar. Hojitas de afeitar o cremas depilatorias, exclusivamente. El pelo, aunque cortito, debía estar allí, para que el láser pudiera quemar el folículo.
En los días siguientes noté que el vello no crecía. Parecía como si no fuera a crecer más. Después, de a poco, empezaron a asomar algunos pelitos, aquí y allá. Pero era notable en cuánta menor cantidad, tanto en la cara como en las piernas. Ahora la navaja dejaba mi cara muy limpia. Lo mismo la crema depilatoria en mis piernas. Las próximas sesiones darían cuenta del vello que aún quedaba.Continuará
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Por no poder ser masculino
RandomRaúl es un muchacho de carácter débil, tímido y apocado, con pocas probabilidades de triunfar en el duro mundo de los hombres. Pero su tía Gertrudis tiene una solución para ello.