La señora Irene conoce mucha gente. Es una mujer muy relacionada. Sucedió que en una reunión, un amigo suyo, de apellido Hassan, se quejó amargamente de sus dos matrimonios fallidos.
—Ya no hay verdaderas mujeres, esposas bien educadas, que valoren al marido que tienen —declaró acervamente—. Ahora las mujeres son ariscas y respondonas, ya no obedecen al marido, trabajan afuera, tienen su propia cuenta bancaria, manejan autos, opinan de política, son ingenieras o abogadas, en lugar de prepararse para ser buenas esposas, apenas saben cocinar o coser un botón…
Saúl Hassan era un hombre de mediana edad, descendiente de árabes sauditas. No era precisamente un dechado de progresismo. Para él, la mujer debía ser educada para ser una buena esposa. Y una buena esposa debía ser sumisa y obediente.
Fue entonces que, casi al pasar, y como algo más bien divertido, la señora Irene le dijo que ella conocía a la mujer que él estaba necesitando. Y le habló de mí. No le ocultó nada respecto a mi caso, pero resaltó lo dulce y suave, obediente y femenina que yo era. Después la reunión se fue por otros temas.
Y entonces, una semana después, sorpresivamente, Hassan llamó a la señora Irene a su domicilio. Lo había estado pensando, y había llegado a la conclusión que nada perdería conociendo a esa tal Marianela.
La señora Irene nos habló muy bien de Saúl Hassan. Era un buen hombre. Tal vez “chapado” a la antigua, sobre todo en lo que respecta a las mujeres, pero no era mala persona. Era ingeniero industrial, y tenía una posición económica bastante holgada.
Tía Gertrudis me ayudó a prepararme para causar una buena impresión. Me recordó todas las cosas que había aprendido con ella y con la señora Irene desde que era una “niña”.
La primera impresión fue bastante decepcionante. Hassan no era un príncipe azul, en realidad. Era bastante robusto, en el límite con lo obeso, no muy lindo, y debía tener entre cuarenta y cincuenta años.
Sin embargo, resultó ser un hombre de lo más interesante. Agradable, culto, buen conversador, de inmediato agradó a tía Gertrudis.
Mostró particular interés cuando supo que yo jamás había tenido una experiencia sexual, de ningún tipo. Dado mi carcter tímido y apocado, nunca tuve novia ni llegué a estar con una mujer. Y por supuesto, jamás había estado con un hombre. Era virgen por donde se me viera.
La perspectiva de ir a vivir con un hombre como su esposa me produjo cierta zozobra. No estaba segura de desearlo ni de estar preparada.
—Ten en cuenta, Marianela —me decía tía Gertrudis—, que yo no estaré para siempre. Y tú no eres capaz de valerte por ti misma, no nos engañemos. Necesitas a alguien que se haga cargo de ti.
En los meses siguientes las visitas de Hassan se volvieron bastante habituales. Sirvieron, sobre todo, para que Hassan venciera algunos prejuicios y quedara encantado conmigo, con lo suave y femenina que yo era.
Finalmente quedó todo arreglado.
No hubo casamiento legal. Simplemente nos fuimos a vivir juntos, como hacen muchas parejas en la actualidad.
Una tarde de octubre, Saúl me llevó en auto para que conociera la que sería nuestra casa.
Esa primera noche juntos, Saúl tomo posesión de mí. No hubo sangrado, por supuesto, dado que no había himen que rasgar, la mía era una vagina quirúrgica. Pero no fue nada facil para mí. Era la primera vez que estaba con un hombre, y no sabía que sentiría cuando su miembro (entre mediano y grande) se abriera paso en mi vagina. Pero Saúl estuvo muy considerado y, aunque sufrí y sollocé un poco, luego todos se encaminó bien.
Rápidamente, más rápidamente de lo que yo había esperado, me adapté a mi nueva vida. Saúl era un hombre de buen carácter con el que resultaba fácil llevarse bien.
Durante el día me ocupaba de las tareas de la casa, al anochecer preparaba la cena y me ponía bonita y deseable para recibir a mi esposo. Saúl estaba encantado conmigo.
¿Qué siento por Saúl? Bueno, me lo he estado preguntando. La falta de testosterona y el suministro de hormonas femeninas han cambiado un poco mi orientación sexual, cosa que suele suceder. Y después de todo este tiempo, he aprendido a apreciar, y a querer, lo que un hombre, y en especial Hassan, tiene de atractivo.
¿Cómo es Saúl? Bueno, hay que partir de la base de que es un hombre anticuado, patriarcal, machista, en fin… Lo que espera de mí (y lo obtiene) es una esposa sumisa y obediente. Y si me porto mal, él tiene su estilo. Simplemente me pone boca abajo sobre su regazo, me levanta la pollera, me baja la bombacha y ¡paf, paf, paf!, hasta que mis nalgas quedan rojas como dos tomates maduros y mi cara bañada en lágrimas. Es su manera de asegurarse que seré siempre una buena esposa. Sin embargo, yo considero que no es malo conmigo. Normalmente me trata muy bien, y tiene momentos en que es muy dulce y cariñoso. Sé que sería incapaz de hacerme daño de verdad.
Lo único que me costó un poco aceptar (pero tuve que hacerlo) es que a Saúl le gusta salir a divertirse con sus amigos. Lo que ellos llaman “ir de putas”. Una noche de juerga. Ellos no sienten que eso esté mal, o que sea infidelidad. Sería infidelidad si salieran habitualmente con otra mujer. Pero el sexo ocasional es para ellos una diversión de hombres.
Cuando Saúl y sus amigos salen de juerga, las mujeres solemos reunirnos a pasar el día juntas.
Conversamos, intercambiamos chimentos, jugamos a las cartas, hasta que los hombres vuelven, por lo general un poco achispados…
En cuanto a la satisfacción sexual que yo tengo, bien, no está del todo mal. Pasamos momentos agradables en la cama. Saúl más que yo, en realidad, porque para él es el hombre el que decide todo en la cama, y la mujer debe decir a todo que sí, y complacer a su marido. Pero no me quejo.
Tía Gertrudis viene a visitarme todas las semanas. Sé que me extraña mucho. Pero está muy contenta de verme por fin encaminada, y no tener ya que preocuparse por mí. Siempre, antes de irse, me recuerda que obedezca a mi marido y sea una buena esposa.
Y antes de despedirme, una última novedad.
Saúl quiere que tengamos hijos. Él no tuvo hijos en sus matrimonios anteriores, y quiere que tengamos niños. Adoptados, claro está. Tía Gertrudis está encantada con la noticia. Como siempre, la señora Irene vino en nuestra ayuda. Conoce a un endocrinólogo que puede hacerme un tratamiento hormonal para que mis glándulas mamarias produzcan leche. Así podré amamantar a los hijos que tengamos. Sé que soy una buena esposa, y espero ser una buena madre.
¿Si soy feliz? No sé si soy muuuuuy feliz. Pero soy bastante feliz. Tengo una buena vida, mejor de la que esperaba cuando inicié este camino. El mundo está lleno de gente que no es feliz en absoluto y no saben que hacer con su vida.
En cambio yo, Marianela, puedo decir que he encontrado mi lugar en el mundo.
FIN
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Por no poder ser masculino
RandomRaúl es un muchacho de carácter débil, tímido y apocado, con pocas probabilidades de triunfar en el duro mundo de los hombres. Pero su tía Gertrudis tiene una solución para ello.