Las grabaciones con mensajes para ser recibidos durante el sueño habían demostrado ser eficaces. Pero aún faltaba la demostración más impresionante.
Diez días después de haber descubierto que tenía "flujo vaginal", estaba yo en la cocina, planchando una enorme pila de ropa que mi tía me había dejado.
Mi tía había aparecido de pronto y, como siempre, había mostrado su disconformidad por la forma como estaba haciendo mi trabajo. Me recriminó mi falta de esmero, el no estar poniendo atención.
Lo natural en mí hubiera sido, como tantas veces, contestar sumisa y calmadamente: "Sí, tía Gertrudis, perdón, procuraré aplicarme más...."
En lugar de eso, tomé la plancha con enojo, de un manotón, y continué planchando a los golpes, tironeando malamente de la delicada prenda, mientras de mi boca se escapaba un clarísimo "¡Chssst...!", de evidente fastidio.
—¡Marianela, niña maleducada! —estalló mi tía—. ¿Qué son esos modales? ¿Qué manera de contestar es ésa...? ¡Creo que estás necesitando una buena paliza...!
En lugar de quedarme callada, como siempre, con la cabeza gacha, esta vez rompí a llorar.
—Yo, yo... —decía histéricamente, hipando—. Trato de hacerlo bien, tía Gertrudis, y usted y la señora Irene siempre me regañan, sniff...
De pronto mi tía, ante semejante espectáculo, se detuvo y lo pensó. Me apoyó la palma de la mano en la frente y la retiró. Se calmó un poco y dijo sonriendo:
—Está bien, Marianela, querida, por esta vez lo dejaremos pasar.
Antes que yo pudiera salir de mi sorpresa, agregó:
—Debí darme cuenta que estarías un poco tensa en estos días, es natural cuando a una mujer le está por venir la regla.
Me quedé de una pieza. ¿La regla, la menstruación...? Quedé fulminada.
—Ven, vamos a mi dormitorio, para que tomes un Evanol y te pongas una compresa sanitaria, por si acaso —me dijo mi tía, con toda naturalidad, mientras yo me secaba las lágrimas.
Luego de hacerme tomar un Evanol, mi tía me colocó la cajita en las manos.
—Esto te aliviará un poco ese malestar que solemos tener las mujeres. Llévala siempre contigo, ponla en tu mesita de luz.
Al cabo de unos minutos, créase o no, ¡comencé a sentirme mejor! Era inaudito...
—Anda, quítate la braguita, que debemos ponerte una compresa sanitaria (que es como mi tía llamaba a las toallas femeninas).
Me levanté el delantal de cocina y la pollera, me saqué la bombacha y se la di. Mi tía fue hasta el armario y trajo un paquete de toallas femeninas descartables.
—Cuando yo era jovencita, no existían estas cosas —comentó—. Las compresas sanitarias eran de paño, luego de usarlas se les quitaba el relleno, se lavaban, se les colocaba relleno nuevo, y quedaban listas para el período siguiente. Era un buen trabajo para las niñas, que así salían más hacendosas y disciplinadas.
Abrió el paquete y extrajo un sobre. Lo abrió por un extremo, ¡rrrrrriiiiip...! y extrajo la toalla.
—Pero venga, hombre, que ahora todas usáis estas cosas descartables.
Mi tía tomó la bombacha, desprendió el Carefree y me mostró la toalla femenina.
—¿Ves, querida? Es igual que con el protector anatómico. Tiras de acá para que quede al descubierto esta parte adhesiva, y pueda fijarse bien a la braga. La colocas así, aprietas para que se adhiera bien, y luego pones estas alitas por debajo, para que el chisme quede bien fijo y no se corra de lugar.
Me entregó el resto del paquete. Mientras yo volvía a colocarme la bombacha, mi tía fue hasta el placard y trajo otro paquete de toallas femeninas.
—Estas son más gruesas, para dormir, para que no tengas que levantarte a mitad de la noche a cambiártela.
Mientras me dejaba ir con mis dos paquetes de toallas femeninas, agregó:
—Pero ten en claro, jovencita, que estar indispuesta no es excusa para no cumplir con tus tareas.
Entretanto, el Evanol realmente había surtido efecto.
Se trataba, por supuesto, de las órdenes recibidas de la grabación, el famoso efecto placebo, que los médicos conocen bien. Mi subconsciente estaba respondiendo a las órdenes, y los síntomas de la menstruación retrocedían ante el simple hecho de haber tomado, o haber creído tomar, un calmante para tal tipo de malestar. Si mi tía me hubiese dado una pastilla cualquiera diciéndome que era Evanol, el resultado hubiera sido el mismo.
Pero no por ello el alivio era menos real. No es que las molestias hubieran desparecido del todo, pero se habían atenuado bastante. Ya no me dolía tanto la cabeza, ni me sentía tan afiebrada. El vientre no me molestaba, salvo un pequeño retortijón. La sensación de baja presión y cansancio general había disminuido. Me sentía más animada.
Fui a mi habitación, guardé el Evanol en mi mesita de luz, como si se tratase de un tesoro, y las toallas femeninas en un cajón de la cómoda, junto a los protectores diarios.
Sintiéndome más segura, gracias al Evanol y la toalla femenina, salí al patio y observé la luna. Quedé asombrada.
El disco estaba casi circular. El borde izquierdo se veía perfectamente recortado contra el fondo negro. Pero el borde derecho aún se veía difuso, borroso: la fase final del cuarto creciente.
No podía dejar de estar intrigada. ¿Cómo era posible? Yo no había tenido la menor idea, hasta este momento, de que se acercara la luna llena. ¿Cómo había respondido mi subconsciente tan sincronizadamente?
Pensándolo mejor, yo sí debí saberlo. Después de todo, acostumbraba salir al jardín todas las noches, a recoger la ropa tendida o regar las plantas. Evidentemente, en esas oportunidades había observado la luna distraídamente, sin apenas notar que lo estaba haciendo. Y con esa información, mi subconsciente había respondido a las directivas de las grabaciones.
El proceso, claro, continuó inexorable, incluso fue en aumento. Durante los días siguientes, conforme se acercaba la luna llena, se fueron intensificando los malestares premenstruales, tanto físicos como psíquicos. Vivía tomando Evanol.
Según había leído, el 70 por ciento de las mujeres sobrellevan muy bien su período, sin apenas síntomas, salvo la hemorragia en sí. Pero hay un porcentaje de desafortunadas, alrededor de un 30 por ciento, para quienes el período menstrual significa diez días de distintos malestares, según la persona. Dolor de cabeza, dolores y calambres en caderas y muslos. Cansancio, debilidad, fatiga, somnolencia, como un cuadro gripal. Palpitaciones, mareos y desmayos. Hinchazón de cara, abdomen y dedos. Dolor e hinchazón en los senos, sensación de aumento de peso, dolores uterinos, dolores en la pelvis, como retortijones. Acné o urticarias. Falta o aumento del apetito, con antojo de dulces o salados. Náuseas y vómitos, y estreñimiento o diarrea.
A este cuadro de malestares físicos, se agrega el síndrome conocido como tensión premenstrual. Insomnio y cambios en el sueño. Cambios de humor, irritabilidad y agresividad. Depresión, tristeza y melancolía. Ansiedad, hipersensibilidad y accesos de llanto. Falta de concentración y falta de deseo sexual.
Pues bien, por lo que pude comprobar en los días siguientes, las cintas hipnóticas se habían asegurado de que yo perteneciera con bombos y platillos a este 30 por ciento de desdichadas que llevan su período en forma fatal.
Me dolía todo el cuerpo, como si fuera a engriparme. Sentía mis pequeños pechos y mis grandes pezones doloridos e hinchados, como si fueran a estallar. Dormía mal, despertándome de a ratos. Durante una comida estaba hambrienta y llena de antojos, y en la siguiente, todo lo que veía en la mesa me provocaba náuseas. Estaba irritable, histérica y deprimida. Ante cada regañada de mi tía (que al fin y al cabo eran moneda corriente) rompía a llorar. Mi tía tuvo que regañarme unas cuantas veces, por mis accesos de malhumor o mis contestaciones insolentes. Me gané unos cuantos sopapos, que sólo lograron aumentar mis ataques de llanto. Un desastre...
—Pobre, está con la regla... —oí que comentaba mi tía a la señora Irene.
Sin embargo, no fue hasta cuatro días después que sucedió lo más notable, coincidiendo exactamente con la luna llena en plenitud. Ese martes, por primera vez, amanecí con la toalla higiénica mojada. Y muy mojada. ¡Había comenzado mi "sangrado" menstrual!
Era orina, por supuesto; no sangre. Pero el resultado era el mismo. De ahora en adelante, cada 28 días, con cada ciclo lunar, habría un lapso de tres o cuatro días, durante los cuales tendría que usar toallas femeninas, si no quería manchar la ropa o andar molestamente mojada allí abajo. Y desde una semana antes, tomar calmantes para los dolores y malestares premenstruales, a fin de hacer más sobrellevable mi período.
Cada vez me resultaba más difícil pensar en mí mismo como un hombre, y más natural pensar en mí misma como una mujer.
Pero la señora Irene consideraba que aún no habíamos recorrido ni la mitad del camino. Me esperaban más novedades.
Continuará
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Por no poder ser masculino
De TodoRaúl es un muchacho de carácter débil, tímido y apocado, con pocas probabilidades de triunfar en el duro mundo de los hombres. Pero su tía Gertrudis tiene una solución para ello.