Mi tía y la señora Irene estaban muy complacidas viendo los resultados. En cuanto a mi institutriz, ya tenía nuevos planes para mí.
Como siempre, la cena fue el momento elegido por la señora Irene para hacer un nuevo anuncio. En esta oportunidad, sin duda, el más extraño de cuantos había yo escuchado hasta entonces.
—Gertrudis —dijo la señora Irene a mi tía—, a pesar de todos los cambios positivos que hemos podido hacer en Marianela, hay algo que me tiene inquieta.
Y agregó:
—Marianela no tiene menstruación, ni siquiera flujo vaginal. Una de las razones por las que las mujeres son más cuidadosas que los hombres en materia de higiene es porque deben serlo. La menstruación y el flujo vaginal requieren constante atención.
—Pero eso no puede solucionarse… —comenzó a decir tía Gertrudis.
—Mmm… Tal vez sí, es algo que he estado pensando —dijo la señora Irene—. ¿Has escuchado hablar de los mensajes hipnóticos subliminales durante el sueño?
La cara de mi tía fue digna de quedar registrada en una fotografía...
—El subconsciente es muy receptivo durante el sueño, en especial en la fase REM —continuó la señora Irene—. En ese momento es posible fijar órdenes y mensajes subliminales, que luego funcionarán como sugestión poshipnótica.
Mi pobre tía ya había tenido bastante como para tener que afrontar otra andanada de términos extraños...
—He visto personalmente realizar experiencias de este tipo —concluyó la señora Irene—. Y doy fe de su eficacia.
—¿Y tú crees que serán beneficiosas para Marianela ? —contestó mi tía, que no parecía haber entendido mucho.
—Al menos quisiera probar —dijo la señora Irene—. He estado asesorándome y consultando gente al respecto. Un terapeuta, especialista en terapias de hipnosis, me ha grabado un CD de acuerdo a ciertas especificaciones que le he dado. Se trata de órdenes, órdenes dirigidas directamente al subconsciente, que espero que la mente y el cuerpo de Marianela obedezcan. De resultar, servirán mucho para completar y fijar la nueva condición sexual de Marianela.
—Bien, Irene —dijo mi tía, casi encogiéndose de hombros—. Dejo todo en tus manos. Ya has demostrado sobradamente saber bien lo que haces.
—Por cierto, los servicios de este especialista no me han salido gratis, sin mencionar que casi he debido sobornarlo para que dejara a un lado algunos pruritos éticos... —concluyó la señora Irene con una semisonrisa—. Luego tendremos que hablar de ello, Gertrudis.
¿Mensajes subliminales?, me pregunté. ¿Qué clase de mensajes? ¿Y para conseguir qué?
Pronto conocería la respuesta.
Mi tratamiento hormonal, por supuesto, continuaba sin pausas. Y sus consecuencias también. Día tras día podía observar, consternada, cómo las hormonas hacían su trabajo, con lenta e inexorable eficacia.
Por otro lado, mi institutriz estaba complacida (tanto, que me lo hizo saber) por mis progresos en mi forma de hablar, de moverme y de caminar, cada vez más suaves, más femeninas.
Y ahora, como si todo ello no fuera suficiente, estaban estas grabaciones, estos misteriosos mensajes subliminales. La señora Irene y tía Gertrudis habían considerado conveniente no decirme de qué se trataba, y no me habían permitido preguntar.
Esta primera noche, mi tía apareció como siempre en mi dormitorio, para hacerme tomar la pastilla. Poco después apareció la señora Irene, con un reproductor de CD. Me ordenó colocarme los auriculares, y encendió y programó el reproductor. Apagó la luz y se marchó.
El sueño me fue venciendo rápidamente, aunque de forma irregular, dados mi nerviosismo y curiosidad. Antes de que me quedara dormida, el timer del grabador entró en acción y el aparato se activó. Lo último que escuché, ya casi entre sueños, fue una templada voz femenina, baja y profunda, que pausadamente decía:
"...eres una jovencita, tu vejiga es pequeña... ...sentirás la necesidad de orinar cada dos horas..."
Más adelante, en algún momento en mitad de la noche, me desperté un instante y alcancé a escuchar otro tramo de la grabación:
"... eres una jovencita... ...tendrás todos los días, y durante las 24 horas, en forma permanente, un ligero y continuo goteo de orina... ...estarás siempre con la entrepierna muy húmeda..."
Y antes de volver a caer dormida:
"...eres una jovencita... ...conforme la luna vaya pasando de cuarto creciente a luna llena, comenzarás a sentir diversos malestares... ...sufrirás una ligera cefalea, y algunas líneas de fiebre, sentirás dolores musculares, cansancio, debilidad y fatiga, como si fuera una pequeña gripe... ...hinchazón en los senos, retortijones en la pelvis... ...accesos de náuseas y ataques de diarrea... ...todo este cuadro te tendrá tensa y nerviosa, molesta y fastidiada, y propensa al llanto y el malhumor... ...tomar un calmante para la menstruación, reducirá un poco estos síntomas... ... al llegar la luna llena comenzarás a tener un abundante goteo de orina, continuo y persistente, que durará cuatro días... ...durante todos estos días... "
A la mañana siguiente, mi tía me despertó, como siempre. Me quitó los auriculares, apagó el reproductor, y me hizo tomar la pastilla para mi tratamiento hormonal.
Esta vez, antes de irse, me mostró un paquete de celofán.
—Desde hoy empezarás a usar estas cosas.
Era un paquete protectores diarios (protectores anatómicos, los llamaba ella). Abrió el paquete y extrajo un sobre de papel blanco. Rasgó el sobre y me mostró el protector. Fue hasta la cómoda y volvió con una de mis bombachas.
Tras asegurarse que yo prestaba atención, tomó el protector y tiró de una tira longitudinal, desprendiéndola.
—¿Ves, Marianela? Ahora esta parte es adhesiva.
Colocó el protector en la entrepierna de mi bombacha y apretó bien con los dedos.
—Ahora ya puedes ponértela.
Dejó la bombacha sobre la cama y se marchó. Quise decir algo, pero no me dio tiempo.
Por supuesto, pese al optimismo de mi tía, yo tenía mis serias dudas sobre la efectividad de tales cintas hipnóticas.
De hecho, transcurridas dos semanas completas, habiendo dormido cada noche con los auriculares puestos, con la voz femenina baja y profunda taladrando mi cerebro una y otra vez, no observaba ningún cambio.
O al menos, eso había creído yo...
Un viernes, antes de almorzar, fui al baño a orinar. Me levanté la pollera, me bajé la bombacha y me senté en el inodoro. Como siempre mientras orinaba, mi vista recayó en el protector diario, allí pegado, inútil, protegiendo mi bombachita de quien sabe qué.
Pero esta vez algo llamó mi atención. El Carefree se veía muy amarillento...
Terminé de orinar, corté un trozo de papel higiénico y me sequé bien la entrepierna, como siempre. Y me puse a estudiar bien el protector.
Apoyé un dedo. Estaba ligeramente húmedo... Continué palpando. Sí, no había dudas. Estaba mojado. Y bastante mojado...
Un momento, me dije, esto no prueba nada, tal vez sea sólo transpiración. Era un día muy caluroso, y mi tía me había tenido toda la mañana de un lado para el otro, lavando, limpiando, cocinando, planchando la ropa, etc. Me llevé los dedos mojados a la nariz.
Pero no... Olía claramente a pis. Era orina, sin duda.
Bueno, me dije. Eso tampoco prueba nada. Supongo que cualquiera puede tener una ligera pérdida de orina, circunstancial. Alguna cosa que he comido, y me ha provocado una irritación en la vejiga. Eso suele ocurrir.
De todos modos, tuve que ir a mi habitación y ponerme un protector nuevo. Era la primera vez que debía hacerlo: cambiar a mitad del día el protector mojado por uno seco.
Y entonces, mientras esto hacía, caí en la cuenta de algo más. Algo que no había notado hasta entonces. Había sido ésta la cuarta ida al baño. Y recién estábamos a mediodía.
¡Había tenido que hacer pis una vez cada dos horas, como decían las grabaciones!
Estaba sorprendido. ¿Tan susceptible era yo a la sugestión poshipnótica, a las órdenes subliminales?
Por supuesto, yo siempre había sido una persona fácilmente sugestionable. Además, claro, de ser de carácter naturalmente dócil y sumiso. Pero esto...
A lo largo de ese día, encontré que todo ocurría como si mi vejiga se hubiera vuelto de pronto más pequeña.
Es sabido que la mujer tiene, comparativamente, la vejiga más pequeña que el hombre, razón por la cual debe vaciarla más seguido. Y ahora yo misma, dependiendo de la cantidad de líquido que hubiera ingerido, debía ir al baño cada dos o tres horas, estuviera donde estuviese. Y puesto que ahora debía hacerlo sentada, y limpiarme después de orinar, el simple acto de hacer pis se había vuelto más complicado que antes, cuando orinaba como cualquier hombre.
Ahora podía apreciar la diferencia que había, en esta cuestión, entre el hombre y la mujer.
Un hombre va a orinar una vez cada tanto. Abre su bragueta, saca el pene, hace pis, le da un par de golpecitos y pene adentro. Y listo.
Una mujer debe orinar con mayor frecuencia. En cada oportunidad debe bajar la tabla del inodoro (o colocar papeles si no hay tabla), levantarse la pollera, bajarse la bombacha, recogerse la pollera y sentarse, hacer pis, tomar un trozo de papel higiénico (suponiendo que haya), y secarse. Subirse la bombacha y bajarse la pollera. Y esto todas las veces que deba orinar...
En cuanto al "flujo", en los días siguientes descubrí que tenía que cambiarme el protector un promedio de cuatro veces por día, para estar confortable. Una vez al levantarme, otra vez al mediodía, otra al caer la tarde, y otra al acostarme. Estaba siempre con la entrepierna húmeda. Era una chica con mucho flujo...
Es sabido que la orina estancada produce malos olores. Con mi pene pegado a mi periné a lo largo de mi entrepierna, la orina que ahora goteaba regularmente se desparramaba por toda esta zona, corriendo el riesgo no sólo de oler mal, sino de ser además un posible foco de hongos e infecciones. Mi tía me recomendó (o me ordenó, en realidad) usar el bidé para higienizarme la entrepierna varias veces al día.
La idea de la señora Irene de fijar mi pene a lo largo del periné con un piercing cerca del ano, continuaba mostrando sus "virtudes". Mis acciones diarias se parecían cada vez más a las de una chica.
De allí en adelante, las grabaciones continuaron mostrando su eficacia. Si alguna duda podía aún caberme, todas se disiparon unos diez días después, una semana antes de la luna llena.
Continuará
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Por no poder ser masculino
RandomRaúl es un muchacho de carácter débil, tímido y apocado, con pocas probabilidades de triunfar en el duro mundo de los hombres. Pero su tía Gertrudis tiene una solución para ello.