𝐸𝑡𝑒́𝑟𝑒𝑜||❝─Significa sutil, intangible y de alguna manera... perfecto.❞
─Todo el mundo conocía la trágica y oscura historia de los Ryūnosuke, pero nadie parece conocer la de la última sobreviviente de ellos, Ryūnosuke Nyoko, aspirante a héroe...
—Héroes y villanos, bien y mal, blanco y negro, perro y amo... Eso es todo lo que somos para el mundo entero.
Pasos lentos caminando por el valle de la muerte, una máscara blanca cubriendo un rostro, dos campanillas doradas evocando una melodía fúnebre, un haori de colores oscuros y un brillo plateado bajo la manga... Ella suelta una risa sombría; ella se carcajea sin gracia alguna levantando su brazo izquierdo para hacer visible la marca de su destino con un profundo corte en su muñeca.
—Somos bandos, somos lugares, somos formas, sombras y colores. Pero, hay algo que nos diferencia de los unos a los otros. Algo que nos hace... especiales.
La sangre cubrió mucho más que su piel. La sangre cubrió mucho más que el dolor, mucho más que el sufrimiento o siquiera, el cambio maldito de un cuerpo quien se infundió en una desconocida y mortal ola de poder que podía destruir todo lo que se interpusiera en su camino.
Su propia sangre la vistió para la ocasión; la terminó de convertir en lo que era y en lo que más odiaba: en ella.
—Los héroes... son los que fallan.
Cabello blanco y ojos verdes. Cabello brillante y ojos muertos. Cabello blanco y unos ojos pidiendo con desesperación un auxilio, una salida, un escape... Pero ya era demasiado tarde. La sangre llama sangre. Y su legado, tiene un deber por cumplir.
En un gruñido para nada humano, la mujer tomó la máscara que cubría su rostro arrebatándosela de un tirón para luego, arrojarla a un lado con tanta rabia que terminó quebrándose un poco. Pero no lo suficiente para destruirse por completo; no fue lo suficiente para extirpar el mal acechando en su cuerpo; no fue lo suficiente para borrar los dos puntiagudos cuerpos extraños sobresaliendo de su cabeza en lo que delicadas pero afiladas garras reemplazaban sus tiernas uñas.
Como cristales de un espejo roto, como un par de huesos haciéndose pedazos, como los gritos destrozados de las victimas que aún vivían en sus recuerdos, los rasgos ocultos tras la máscara destellaron y... Oh, Dios mío.
