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Empezamos a correr ¿Esas personas entrenaron a los perros? ¿O era una jauría salvaje? Si son salvajes, entonces trepar a un árbol nos mantendría a salvo hasta que se alejen. Pero si han sido criados… La idea rondaba mi mente. Necesitarían suficiente comida para mantenerse a ellos mismos y para alimentar a sus perros ¿Quién tiene ese tipo de riqueza y cómo la consiguieron?

Una imagen de la familia canibalizada volvió a mí, y mi cerebro se apagó mientras que mis instintos tomaron el relevo.

Está claro por el sonido de los perros que están ganando terreno. La carretera está lejos a nuestra espalda en este momento, por lo que no podemos escondernos en un coche.

Tendrá que servir un árbol.

Exploro el bosque frenéticamente en busca de un árbol escalable. No hay ninguno que pueda ver. A diferencia de otros árboles, los troncos de secuoya no se dividen. Crecen altos y rectos, con ramas que brotan perpendiculares al tronco muy por encima del suelo. Tendría que ser el doble de alta para llegar a la rama más baja de cualquiera de los árboles que nos rodean.

Rosé salta bajo una rama. A pesar de que salta mucho más alto que una persona normal, sigue sin ser suficiente. Da un puñetazo a un tronco de la frustración. Probablemente nunca haya necesitado saltar antes ¿Para qué saltar cuando puedes volar?

— Súbete a mis hombros— Dice.

No estoy segura de cuál es su plan, pero los perros se están acercando. No puedo adivinar cuantos hay, pero no son ni uno ni dos, es una jauría. Me agarra de la cintura y me eleva hacia arriba. Ella es fuerte. Lo suficientemente fuerte como para levantarme todo el camino hasta que estoy de pie sobre sus hombros. Apenas puedo llegar a la rama más baja de esta manera, pero es suficiente como para conseguir un impulso cuando salto.

Espero que la delgada rama sea lo suficientemente fuerte como para resistir mi peso.

Pone sus manos bajo mis pies, sosteniéndome y dándome impulso hasta que estoy segura sobre la rama. Se tambalea pero resiste mi peso. Miro a mí alrededor para ver si puedo encontrar una rama para romperla y bajársela a ella.

Pero antes de que pueda hacer algo, sale corriendo. Estuve a punto de llamarle por su nombre, pero me detengo a mí misma antes denhacerlo. La última cosa que necesitamos es que delate nuestra posición. La veo desaparecer por la colina. Ahora es mi turno de golpear al árbol por la frustración ¿Qué está haciendo? Si se quedaba cerca del árbol, tal vez hubiese podido haber logrado que trepase de alguna manera. Podría al menos haberle ayudado a luchar contra los perros tirando cosas sobre ellos. No tengo armas de proyectiles, pero desde esta altura, nada de lo que tire sería un arma.

¿Corrió para distraer a los perros para que yo pudiese estar a salvo? ¿Lo hizo para protegerme? Doy un puñetazo al tronco de nuevo.

Una jauría de seis perros vienen gruñendo al árbol. Un par se quedan, olfateando alrededor del tronco, pero el resto se separan y van tras Rosé.

Solo pasa un momento antes de que el par de holgazanes salgan corriendo detrás de su jauría.

Mi rama se inclina peligrosamente hacia el suelo. Las ramas son tan escasas y malas que cualquiera podría verme con solo levantar la mirada. Las ramas bajas solo tienen hojas es sus extremos de modo que hay muy poca cobertura cerca del tronco. Alcanzo otra rama y comienzo a escalar. Las ramas se van haciendo más fuertes y gruesas mientras subo.

Hay un largo trayecto hasta que encuentro una rama con las suficientes hojas como para cubrirme.

Cuando un perro aúlla de dolor, sé que la han alcanzado. Me retuerzo y me agarro bien a la rama, intentando adivinar lo que está pasando.

Debajo de mí, algo grande sale de los arbustos. Resultan ser varios hombres de gran tamaño. Cinco de ellos. Llevan camuflaje y cargan con fusiles como si supieran como utilizarlos.

Uno de ellos señala con la mano y el resto se despliegan en abanico.  Estos hombres no dan la impresión de cazadores domingueros que disparan a conejos con una mano mientras con la otra beben cerveza.

Están organizados. Entrenados. Mortales. Se mueven con una facilidad y una confianza que me hacen sospechar que han trabajado juntos antes. Que han cazado juntos antes.

Mi pecho se enfría con todos mis pensamientos sobre lo que un grupo de militares canallas le haría a un ángel prisionero. Considero la idea de gritarles, distrayéndolos, para desviarlos y darle a Rosé la oportunidad de correr. Pero los perros siguen ladrando y gruñendo. Ella está luchando por su vida y mis gritos solo le distraerían y harían que nos atrapasen a ambas.

Si muero, NingNing seguirá cautiva. Y no moriré por un ángel, no importa las locas cosas que casualmente ha hecho para salvarme el pellejo. Si ella hubiera podido trepar a mis hombros para llegar hasta aquí ¿Lo habría hecho?

Pero en el fondo, lo sé mejor. Si solo buscaba salvar su propio pellejo, me habría dejado atrás a la primera señal de peligro. Eso, lo podía hacer fácilmente. El vicioso gruñido de un perro embistiendo me hace temblar. Los hombres no deberían ser capaces de saber que Rosé no es una humana, a menos que tirasen de su camisa o hasta que las heridas de su espalda se abran y sangre.

Pero si está consiguiendo que los perros la destrocen, se curará por completo en un día, lo que será un claro indicativo si la retienen durante ese tiempo. Por supuesto, si son caníbales, nada de eso importará.

No sé qué hacer. Necesito ayudar a Rosé. Pero también necesito mantenerme con vida y no hacer nada estúpido. Solo quiero acurrucarme y taparme los oídos con las manos.

Un agudo pitido silencia a los perros. Los hombres han encontrado a Rosé. No puedo escuchar lo que están diciendo, solo que están hablando. No es sorprendente que el tono no suene amistoso. No hablan mucho, y no puedo escuchar a Rosé hablando en absoluto.

Unos momentos después, los perros corren por delante de mi árbol. Los mismos dos perros olfatean diligentes la parte inferior de mi árbol antes de correr para alcanzar al resto de la jauría. Entonces vienen los hombres. El que hizo la señal antes lidera el grupo. Rosé camina detrás de él.

Sus manos están atadas a su espalda y sangre desciende por su cara y su pierna. Ella mira hacia delante, con cuidado de no mirar hacia mí. Dos hombres le flanquean a cada lado, con las manos sobre sus brazos como si esperasen que se callera para poder arrastrarle por la colina. El último par de hombres los siguen, sosteniendo sus rifles en un ángulo de cuarenta y cinco grados mirando a su alrededor y buscando algo a lo que disparar. Uno de ellos lleva la mochila de Rosé.

La manta azul que envolvía sus alas no está a la vista. La última vez que la vi, Rosé la tenía atada a su mochila ¿Podría haberle dado tiempo a esconder sus alas antes de que los perros la alcanzasen? Si es así, eso podía comprarle un par de horas más de vida.

Ella está viva. Repito este hecho en mi cabeza, para evitar que otros pensamientos más inquietantes asuman el control. No puedo hacer nada si me congelo por lo que le podría pasarles a Rosé o a NingNing o a mi madre.

Limpio mi mente. Olvida los planes.

No tengo suficiente información como para formular un plan. Tendré que seguir mis instintos. Y mis instintos me dicen que Rosé es mía. Yo la encontré primero. Si esos mandriles intoxicados por la testosterona quieren un pedazo de ella, iban a tener que esperar hasta que me metiese en el nido.

Cuando no puedo oír más a los hombres, me bajo de la rama. Es un trayecto largo y pongo cuidado de tener mis pies en las posiciones correctas antes de bajar. La última cosa que necesito es un tobillo roto. Las agujas de pino amortiguan mi caída y aterrizo sin contratiempos. Corro por la colina en la dirección en la que corrió Rosé. En unos cinco minutos, encuentro las alas envueltas. Debe haber lanzado el paquete a un arbusto mientras corría, ya que se encuentran parcialmente ocultas por la maleza. Las ato a mi mochila y corro detrás de los hombres.



¡Gracias por leer!

Fallen Angel ✞ Chaelisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora