Capítulo cuatro

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Tocar fondo no es malo, lo malo es el tiempo que pertenecemos en él. Hay que tener las fuerzas necesarias para dar aquél envión que nos sacará de allí. Hay que flexionar las rodillas lo más que podamos y saltar.

Tocar fondo es parte de crecer. Necesitamos perdernos para encontrarnos. Necesitamos de esa oscuridad para saber valorar la luz.

Pero cuidado, también hay que saber en qué momento empezar a trepar, saltar o cualquiera sea el método de escape. Procurar levantarnos sin importar qué tan dura fue la caída.  Sin mirar las heridas, hay que sacudirse los pantalones y empezar a pensar la manera de fugarse. Antes de que sea tarde, antes de que aquel pozo en el que caíste se llene de tierra y que, junto con todos tus sueños, te entierre.
Aquél fue mi mayor error cuando cumplí 16 años. Caí en un lugar oscuro y en vez de buscar una salida, me eché al suelo. Pasaron los años y cada vez había menos personas esperando por mí afuera, hasta que en un momento ya no hubo absolutamente nadie. Veía el reloj y me di cuenta que el tiempo no se frenó por mí.

Intenté escapar mil veces, pero cuando finalmente estaba por salir, algo ocurría y volvía a caer. En cada intento esperaba ver la mano de alguien que me diera las fuerzas que me faltaban para poder huir de allí, pero nunca hubo nadie. Así que después de tantos intentos, me di cuenta que no valía la pena y decidí volver a echarme al suelo. Haciéndome una con la oscuridad y la soledad. Los años continuaron pasando y yo estaba allí, tirada boca arriba, observando algún punto fijo en el techo. Con la mente perdida, volviendo hacia todos esos recuerdos que un día me lastimaron y hoy me dejaron esas heridas que cada vez cuestan más cerrar por completo. Lo más increíble y valiente que había hecho fue continuar con mi vida cuando ni siquiera tenía ganas de hacerlo, y nunca había sabido la razón. Hasta ese momento.

Sus ojos color miel me miraban, estaban llenos de miedo. Se veía diferente, tenía el pelaje más largo y había crecido muchísimo, pero sabía que era ella. Y ella supo al instante quién era yo.

Su cola comenzó a moverse, primero lento y luego a gran velocidad. Se abalanzó sobre mí e hizo que volviera a caer al suelo. Comenzó a lamer mi rostro con alegría mientras yo le acariciaba su cabeza suavemente. A diferencia de la caída anterior, no me sentí frustrada, tampoco me importó haber estado en plena calle. Me sentí diferente, pero diferente para bien.

Me levanté del suelo junto a ella y comenzamos a caminar juntas hacia mi casa. No sabía cómo le caería a mi abuela la noticia, pero no quería abandonarla otra vez. Estaba muy delgada, a tal punto que se podían ver sus costillas. Sus ojos tristes y cansados de tanto pelear. Porque así era la calle, una lucha constante. La calle mata y lastima, y ese animal era una prueba viviente. No me quería imaginar lo que fue su vida hasta ese entonces, pero su mirada lo explicaba todo.

No entendía por qué, pero ella confiaba en mí. Caminó a mi lado todo el recorrido como si me conociera de toda la vida. Por algún motivo me eligió, y no sabía cómo, pero haría hasta lo imposible para ayudarla.

  Antes de entrar a mi hogar, escuché el sonido de la televisión encendida, lo que significaba que mi abuela ya se había levantado. No era la manera en la que quería darle la noticia, pero el clima apestaba, hacía mucho frío y no podía esperar mucho tiempo más. Digamos que no había opciones, problemas desesperados requerían medidas desesperadas.

—Tú quédate aquí un momento—susurré e hice una seña con mi mano. Ella ladeó su cabeza sin entender, pero de igual manera se sentó en el suelo—. Buena chica.

Me adentré lentamente a la casa, ella al escuchar el sonido de la puerta se volteó. Me miró curiosa y se levantó rápidamente del sillón.

—Lena, ¿estás bien? —preguntó con cierta preocupación en su voz. Mientras más me observaba, la preocupación en su rostro más se intensificaba. Se acercó a mí y comenzó a tocar mi cabello y la ropa que llevaba puesta—¿Por qué estás toda mojada y llena de lodo?

Hasta que sanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora