La noche nos asechó de repente, me percaté de que ya casi eran las doce gracias a una notificación que llegó a mi celular que provocó que se encendiera. Lo había dejado apartado sobre la mesa ratonera en un intento de desconectarme de él y no estar pendiente de un mensaje que posiblemente no llegaría. Mi abuela comenzó a bostezar, lo que significó que ya era su hora de dormir.
—Cariño, voy a ir a dormir, este sillón ya me está incomodando—comentó y se levantó con una mano en su cintura y una notable expresión de dolor en su rostro. Se acercó a mí a pasos lentos y depositó un beso en mi mejilla—. Descansa, ¿si?
Asentí con mi cabeza y le dediqué una pequeña sonrisa. Agarré el control que estaba sobre la mesa ratonera y comencé a cambiar de canal en busca de un programa más interesante. Los programas de preguntas y respuestas no son tan interesantes si no tienes a alguien junto a ti para divagar sobre ellas.
En el canal trece estaban trasmitiendo Bajo la misma estrella, y sin importarme que ya la había visto aproximadamente un millón de veces y tal vez más, me detuve allí. No solamente había visto la película, sino que también paseé varias veces por las hojas del libro. Fue un regalo de mi mamá en una navidad y gracias a esa historia descubrí mi amor hacia los libros. Cuando lo vi, descubrí que tenía entre mis manos un portal a otra vida que no era la mía, y eso me gustaba. Así fui saltando de vida en vida, dejando un poco de lado la mía. Podía ser lo que quisiera y quien quisiera, viajar a cualquier parte del mundo e incluso ir a otros mundos. Mi cuerpo se encontraba dentro de cuatro paredes, pero mi mente volaba. Hasta que en un momento decidí que quería ser yo quien decidiera a dónde ir y no el escritor del libro, entonces comencé a escribir uno. Muy básico, diálogos muy infantiles y una narración que apestaba, pero era mío, era mi nuevo mundo y lo estaba creando como yo quisiera. Día tras días, por muchos años, los libros me salvaban. Eran mi refugio, a ellos recurría cuando en mi realidad estaba todo mal.
Me envolví con una manta porque el fuego de la chimenea comenzó a apagarse y el frío a intensificarse. Cuando estuve a punto de sumergirme en la vida de Hazel Grace, me percaté de que mi móvil se había encendido repentinamente. Mi corazón dio un brinco y mi estómago se estrujó. Involuntariamente deseé que se tratara de Ciro, que por más que intentaba no pensarlo, de vez en cuando su rostro aparecía en mi mente de manera espontánea. Rápidamente tomé el móvil entre mis manos, pero mi expresión no fue la esperada. Fruncí el ceño al ver de quién se trataba.
Dionne: "Necesito hablar contigo, por favor ¿me abres?"
Y como si hubiese sido un mensaje del universo, una notificación del clima apareció en mi pantalla. Abrí mis ojos atónita y rápidamente salté del sillón para correr hacia la puerta. Al abrirla, me encontré con sus ojos verdes fijos en mí. Ella temblaba y se abrazaba a sí misma en busca de un poco de calor. Una pequeña sonrisa trató de aparecer en su rostro que, por el frío en sus facciones, sólo salió una mueca. Parecía que cada extremidad de su cuerpo estaba congelada.
—¿Estás demente, Dionne? —le pregunté exasperada, la agarré de su brazo y la llevé hacia dentro—. Puedes morir de hipotermia.
Todo en ella estaba frío, así que decidí acercarla un poco al fuego moribundo. Extendió ambas manos hacia la pequeña llama y suspiró, dejando salir vaho de su boca. Acerqué dos sillas junto a la chimenea y nos sentamos. Ninguna palabra salió de mi boca, ni siquiera le dediqué una mirada más. Verla me hacía recordar y recordar me hacía enojar. Me crucé de brazos con una mirada seria hacia el frente. Cuando se recompuso, ella soltó una pequeña risa y se acercó un poco a mí.
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Hasta que sanes
Novela JuvenilCuando Lena creció, la burbuja en la que estaba explotó. La realidad la golpeó y comenzó a ver el mundo diferente; más gris, más apagado, más vacío. Ahora se encuentra enredada en una rutina diaria, una carrera universitaria que detesta y las herida...