Aquel día, al igual que los demás, se pintó de gris. El frío parecía no querer despedirse, pero me gustaba, era la temperatura ideal para disfrutar de una taza de café con leche y cookies con chips. El frío hacía que cosas como la comida, una siesta, leer un libro o escribir se sintiera más reconfortante.
Mientras yo trataba de leer un poco de teoría que nos había dejado el profesor de "Derechos humanos", mi abuela miraba un reallity show y Honney dormía plácidamente sobre una vieja alfombra que habíamos encontrado oculta un armario y que ni siquiera sabíamos que existía.
Resoplé exhausta como si hubiese leído el libro entero en cuestión de segundos, no era un tema que me disgustaba, pero tampoco me agradaba leer. Todo lo relacionado a mi carrera me disgustaba, no por el tema en sí, sino solamente por el simple hecho de que se relacionaba con ella. Todo parecía ser más aburrido y pesado de sobrellevar.
Desde siempre vi a esa carrera como si fuesen dos cadenas que no podía romper, por mucho que la odiara no podía dejarla. La razón llevaba el nombre de mi madre. Sigo sobreviviendo a una carrera que jamás me gustó, solo por ella. La eligió por mí y gracias a sus constantes insultos me retuvo.
Todas y cada una de esas veces que me llamó "Fracasada" se instalaron en mi mente y me convirtieron en la persona que soy hoy. No importaba las veces que mi mente me traicionaba y saboteaba, no descansaría hasta lograr graduarme.
Para demostrarle a...absolutamente nadie, porque ella nunca estará ahí para verme. Debía aceptarlo, mi antigua psicóloga me lo había dicho en una de las muchas sesiones; somos simples accidentes biológicos, no tienen la obligación de querernos y tampoco se puede obligar a las personas que nos quieran como nos gustaría. Pero qué lindo sería poder tener una mamá a quien contarle secretos, pedirle consejos, compartir momentos y por, sobre todo, que sea tu lugar seguro. Sentir que en sus brazos nadie podrá hacerte daño. Que lindo sería poder sentirse querido por una de las personas más importantes en tu vida.
—Lena—Escuché mi nombre con la voz de mi abuela y me sobresalté. Ella soltó una pequeña risa—¿Estás bien?
—Si, perdón, solo estaba pensando.
Dejé el libro sobre la mesa y refregué mis ojos en un intento de volver a esta realidad.
—¿Sabes? De pequeña eras así, te sentabas a jugar con tus bloques de colores y de la nada tu mirada se perdía. Cuando te preguntaba a dónde ibas, me respondías; "a otros mundos" —comentó con cierta nostalgia en su voz. Yo la miré atenta—. Me parecía fascinante tu mente.
Hice una pequeña sonrisa, un poco forzada. No podía recordar mucho de mi infancia, solo algunos momentos no tan buenos que prefería olvidar.
—¿Alguna vez te hablé de ello? —me atreví a preguntar.
Ella rió.
—Escribiste un cuaderno entero solo para mí.
La miré boquiabierta. Por mucho que intentara recordarlo, no podía y eso me frustraba. Las personas necesitamos de los recuerdos, son fragmentos de vida que deben perdurar en el tiempo por muchas razones. Ellos capturan emociones y experiencias que modelan nuestra existencia. Pueden ser como destellos fugaces de luz, iluminan el camino de nuestras vidas en los momentos más oscuros. Nos transportan a lugares lejanos en el tiempo, permitiéndonos revivir amores perdidos, logros celebrados y lecciones aprendidas. A través de los recuerdos, creamos nuestra identidad. A veces nos envuelven con un cálido abrazo y otras veces nos pisotean, pero qué necesarios son.
Ellos son páginas de un libro que relatan nuestra historia, pero es imposible crear una verdadera historia dejando páginas en blanco. Se sentía que cada una de mis etapas pasaban en un abrir y cerrar de ojos, y que el tiempo corría a la velocidad de la luz. Algo que me aterraba muchísimo.
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Hasta que sanes
Genç KurguCuando Lena creció, la burbuja en la que estaba explotó. La realidad la golpeó y comenzó a ver el mundo diferente; más gris, más apagado, más vacío. Ahora se encuentra enredada en una rutina diaria, una carrera universitaria que detesta y las herida...