Capítulo diez

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—¿Es broma verdad? —preguntó incrédula.

Su mirada era fría, una mirada que desconocía de parte de ella. Mi corazón acelerado me advirtió que me fuera, pero yo continué allí, sentada una mesa de un bar en plena madrugada del viernes.

—Te juro que no lo recuerdo, por mucho que lo intente, no recuerdo todo lo que ocurrió esa noche.

El nudo que se había formado en mi garganta a duras penas me dejaba hablar. Ella jugueteaba con sus manos, se notaba a kilómetros su nerviosismo. Bebió un sorbo de su trago en un intento de disimularlo, pero no lo logró.

—Has el intento, no puedes no recordar nada—dijo entre dientes. Ni siquiera la Antártida era tan fría como su mirada.

Apoyé ambos brazos sobre la mesa y bajé la mirada, era de esperarse que las lágrimas amenazaran con escapar. Suspiré intentando mantener la calma. Por suerte, las luces, la música y las demás personas del lugar me ayudaban a disimular.

—¿Crees que hago esto a propósito, Dionne? —pregunté endureciendo mi voz—¿Crees que no quisiera ayudarte?

—Creo que ya no eres aquella persona que un día me prometió amistad verdadera—contestó con seriedad. Levanté mi cabeza dejando al descubierto a mis ojos cristalizados. Sentí mi corazón romperse—. Mira Lenna, si no hacemos algo, él saldrá y tendremos que soportar ver su estúpido rostro todos los días, emanando la victoria de haber hecho lo que quería con nosotras y aun así quedar impune.

Miré el hielo derretirse en mi vaso, fundiéndose con la bebida que había dentro de él. No solía beber, pero Dionne no era una chica de planes tranquilos. A ella le gustaban las fiestas, beber, bailar, la vida nocturna en general. Por esa razón, nunca logramos complementarnos. Su llamada a las diez de la noche me dejó desconcertada y aunque algo en mi interior me decía que no debía ir, cedí de todos modos. La extrañaba demasiado, extrañaba esos momentos donde nos juntábamos y la vida se reiniciaba. Y también porque quería estar presente para ella y no perder a la única amiga que no me había soltado la mano. Hasta ahora...

—Veo imágenes en mi cabeza, escucho gritos y golpes, pero todo es demasiado confuso—confesé.

—¡Mierda Lenna! —exclamó con enojo. Se tiró hacia atrás, apoyando su espalda sobre el respaldar de la silla y volvió a mojar sus labios con vodka—. Lo van a liberar, los van a liberar a todos. Nadie pagará por lo que nos hicieron, ¿A caso no te importa?

Los latidos de mi corazón se aceleraron. Sentí que por mucho que lo intentara, estaba por perder el control de mí. La tensión entre ambas se intensificaba cada vez más. Dionne parecía una completa desconocida.

Yo no mentía, no podía recordar todo lo que había pasado. Recuerdo algunas partes de la casa, algunos rostros, el de ella principalmente. Su rostro de miedo observándome desde la cama de la habitación y yo recostada sobre un suelo de madera, en un intento inútil de levantarme. La bronca me invadía, nunca pude recordar cómo habíamos llegado hasta allí y tampoco cómo pudimos escapar.

—Yo nunca quise tomar acciones legales y tú me prometiste que jamás me involucrarías, que si quería callarme era mi decisión—acusé con frustración—. Lo hiciste sola y podrás hacerlo otra vez.

Ella golpeó la mesa con su mano y me miró furiosa.

—¡Tu vida ya era una mierda, tú decidiste arruinarla mucho antes! —gritó y todos a nuestro alrededor se voltearon hacia donde estábamos nosotras—. Yo solo quise salvar la mía—finalizó.

Sus palabras me dejaron atónita y comenzaron a hacer eco en mi mente. Miré hacia mi alrededor y todos nos miraban, ya ni siquiera las luces y la música lograban ocultar la tensión que había. Quise responder, pero el nudo en mi garganta me enmudeció por completo. Supe en ese momento que debía huir de allí.

Hasta que sanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora