Capítulo doce

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Aquel día regresé a mi casa un poco antes de que el reloj marcara las diez de la mañana y mi abuela se percatara de mi ausencia. Caminé sigilosa por el pasillo hasta adentrarme a mi habitación. Honney quien se encontraba dentro, me recibió con felicidad, como si no me hubiese viste en siglos. Se abalanzó sobre mí mientras movía su cola y lamía eufórica mi rostro.

—Yo también te extrañé, pequeña—susurré y pasé mi mano por su cabeza saludándola.

Me lancé a la cama y ella se acostó junto a mí, con su cabeza en mi pecho decidió cerrar sus ojos. Yo continué acariciándola hasta que se durmió profundamente. Me pasé unos minutos observando al techo, con ojos soñadores y una estúpida sonrisa en mi rostro. Llegué a pensar que jamás volvería a verme de esa manera, o peor aún, a sentirme de esa manera.

Quería tomar todo el asunto con calma, pero fue inevitable comenzar a sobrepensar. Bastaron segundos para comenzar a imaginar todos los posibles escenarios y lo que conlleva el hecho de que alguien te guste.

¿Alguna vez alguien pensó en eso? Es compartir vidas, organizar tiempos, revelar miedos y fantasmas, perdonar y aceptar errores, empezar a entender que no todo el mundo va a coincidir contigo y es totalmente válido. Es entregar tu corazón en una caja de cristal y darle el poder suficiente para destrozarlo si lo desea, abandonar una parte de ti para transformarla en algo nuevo. Todo aquello sin garantía alguna de que funcionará.

Las personas lo hacen desde tiempos inmemoriales, el universo está repleto de historias y leyendas de amor. El arte, la literatura, la música, la historia, la ciencia, la religión, todas hablan de amor. Amores que triunfan, amores que fallan, amores que duran por la eternidad y otros que expiran en un suspiro.

¿Qué tienen todos estos amores en común? Que de alguna manera u otra, el amor pasa. No es algo que se pueda evitar. No es algo que puedas pensar y decir "No me conviene, no voy a enamorarme y ya". No da tiempo alguno para pensarlo. Cuando te percatas del caos en el que te adentraste te vas a encontrar como yo, con la mirada perdida en la nada, cuestionándote posiblemente el sentimiento más lindo y temible del mundo, pero con los pantalones bien puestos y el corazón sobre la mesa, dispuesto a todo. Dispuesto a amar.

El sonido de la puerta de mi habitación me sacó de mis pensamientos rápidamente, cayendo nuevamente en mi realidad.

—Lena, ¿podemos hablar? —se escuchó la voz de mi abuela detrás de la puerta y lentamente se adentró.

Honey se percató de su presencia y se escondió detrás de mí en busca de protección. La mirada de mi abuela era fría y ella parecía presentirlo, el tiempo se había agotado. Me senté al borde de la cama y la miré fijamente a sus ojos. Mi abuela suspiró.

—Abuela, te prometo que Honey encontrará un hogar muy pronto...—empecé a hablar con cierta desesperación en mi voz. Ella levantó sus manos deteniéndome y yo me callé.

—Ya he encontrado un hogar para ella—respondió firme.

Aquella no era la respuesta que esperaba, pero tampoco era la peor. Honey y yo nos miramos con cierta tristeza, ella parecía entendernos. Sentía mi angustia y eso no le gustaba para nada.

—¿Encontraste una familia que la adoptará? —pregunté sin entender.

—Sí, y una muy buena—contestó.

Mi estómago se contrajo y un nudo se formó en mi garganta. Honey se acercó a mí y apoyó cabeza en mi regazo. Sabía que no había peor dolor que dejarla en la calle nuevamente, pero alejarla de mí también significaba mucho. Nunca antes había entablado una conexión tan especial con un animal, realmente una parte de mí esperaba que viviera conmigo toda su vida.

Hasta que sanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora