¿Qué harías si tu mundo comenzara a oscurecerse, justo cuando todo parecía perfecto?
En Hogwarts 70, cuatro amigos marcaron una época.
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Invierno, enero, 1970.
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La familia Black era una de las más prestigiosas y ricas entre las familias de magos y brujas. Su linaje había atravesado generaciones sin perder su brillo, con antepasados ocupando altos cargos en Hogwarts o el Ministerio de Magia, desde donde habían promovido la importancia de preservar las antiguas costumbres de pureza en el mundo mágico.
Los Black se consideraban perfectos, aunque esa perfección dependía de ignorar los nombres que habían sido borrados de su árbol familiar. Aquellos que no habían cumplido con las estrictas normas familiares fueron repudiados, condenados al olvido, como si jamás hubieran existido. Entre esas normas, la más sagrada era que los matrimonios solo podían celebrarse entre primos o con familias igualmente puras y poderosas. Cualquier desviación era vista como una traición.
La misma Walburga Black, actual matriarca de la familia, había seguido esta tradición al pie de la letra. Con la paciencia que exigía su apellido, esperó a que su primo segundo, Orion Black, completara su educación en Hogwarts antes de contraer matrimonio con él. Así cumplió con el deber inquebrantable de preservar la pureza de su linaje.
Hoy, esa tradición se mantenía viva mientras se celebraba la boda de Bellatrix Black, miembro defensora de los valores que significaban ser una Black. Recientemente graduada de Hogwarts, Bellatrix no había dudado en unirse en matrimonio con Rodolphus Lestrange, un mago cuya familia representaba todo lo que los Black apreciaban: pureza, poder y una lealtad incuestionable hacia las antiguas costumbres.
Gran parte de la familia se había reunido en Black Hollow, la antigua casa de campo de los Black. Cygnus Black había heredado la propiedad al casarse con Druella Rosier. Allí, habían criado a sus tres hijas: Bellatrix, Andrómeda y Narcissa.
El claro donde se erigía la elegante mansión estaba cuidadosamente oculto de los muggles, como si el propio bosque, con sus viejos árboles y largas ramas inclinadas ligeramente hacia la mansión, conspirara para mantener los secretos y el legado de la familia a salvo.
En el interior, las cortinas de terciopelo verde oscuro caían pesadamente sobre las ventanas, y las lámparas de cristal mágico brillaban con una luz tenue. Los invitados, envueltos en ropas elegantes, celebraban la unión de los novios con sonrisas frías y miradas llenas de orgullo, como si el simple acto de asistir era suficiente para reafirmar su pureza y prestigio.
