Wenclair || La Leyenda del Caballero Negro y la Princesa de Montsoriu

Esposas

Cuando Merlina abrió los ojos, forzada por el calor de las sabanas, se encontró a si misma restringida a una posición incómoda, la razón, era una rubia que se envolvía alrededor suyo, ambas continuaban desnudas, sin embargo, ahora la piel de Merlina se encontraba recubierta de una gran capa de sudor; tendría que acostumbrarse a dormir acompañada.

Cuando por fin logro liberarse de los brazos de la rubia, se sentó en el borde de su cama y admiro el cielo fuera de su ventana, las nubes grises cubrían el cielo en todo su ancho, un chubasco caí anunciando la mañana. Sin duda el día era precioso.

Otro recuerdo invadió su mente; - ¡Que día más horrible! – el cochero se había quejado en voz alta mientras una fuerte lluvia caí alrededor del carruaje, Merlina giro su cabeza en dirección de aquel quejido, como un ciervo que escucha quebrarse una rama, para después mirar por la ventana para comprobar que aquellas palabras fueran verdad.

-No te preocupes querida, el día esta hermoso- su tío la miraba con una gran sonrisa, su mano fuera del carruaje presento unas pequeñas gotas producto de la lluvia.

- ¿Por qué es un día hermoso? – Merlina estaba en la edad de los porque, su visión apenas y alcanzaba a ver sobre el marco de la ventana del carruaje y, mientras observaba las nubes volver más negras y los relámpagos brillar a lo lejos, intentaba buscar en ello alguna belleza imperceptible para su edad. Su tío la cargo.

Merlina se encontraba sentada en el regazo de su querido tío, contemplando el vasto paisaje que se extendía frente a ellos. Los rayos del sol se filtraban a través de las nubes grises, iluminando el espectáculo de la lluvia que caía con gracia y delicadeza sobre la tierra.

Con voz suave y llena de sabiduría, su tío la envolvió en sus brazos protectores y comenzó a compartir su visión del mundo mientras Merlina asentía con sus ojos brillando de curiosidad y asombro.

-Mira, Merlina-, dijo su tío señalando hacia el exterior, - ¿Ves la lluvia? Esa lluvia es el aliento de la naturaleza, es el regalo divino que hace crecer los árboles, flores y frutos. Sin ella, no habría vida, no habría colores vibrantes ni fragancias embriagadoras. Es un milagro que a menudo pasamos por alto-. Merlina no entendería las palabras de su tío por algunos años, sin embargo, desde ese momento comprendió una cosa, los días lluviosos, solo auguran vida y eso, pensaba ella, era algo muy hermoso.

Los suspiros de la rubia resonaron en los oídos de Merlina, sacándola abruptamente de su ensoñación. La figura de Enid, con su rostro medio adormilado, parecía grotesca a los ojos de Merlina, pero extrañamente, también encontró una extraña belleza en ello, como si despertar junto a ella fuera un privilegio especial. Movida por una curiosidad irresistible, Merlina se levantó de la cama y se envolvió en un camisón antes de acercarse para observar mejor a Enid, quien poco a poco dejaba atrás los vestigios del sueño.

Un dulce beso de la pelinegra fue suficiente para que Enid abriera completamente los ojos y, con una gran sonrisa dibujada en su rostro, exclamó: "¡Buenos días!"

- ¿Bajas a desayunar? -, susurró Merlina. Enid asintió con entusiasmo, mientras se liberaba de las sábanas y comenzaba a vestirse.

El aroma del café recién hecho impregnaba el aire cuando ambas mujeres descendieron las escaleras juntas. Se sentaron en una silla – tan grande como la de los padres de Merlina, una al lado de la otra - sus miradas se encontraban entrelazadas en un juego silencioso de complicidad. Mientras compartían el desayuno, Merlina se perdía en los ojos brillantes de Enid, maravillada por la forma en que su sonrisa iluminaba la habitación. Una habitación que hasta ese momento le había parecido falta de toda luz.

El día se desplegaba ante ellas. Merlina no sabía qué le deparaba el futuro, pero estaba dispuesta a dejarse llevar por la corriente de emociones que la embriagaba. Enid, por su parte, irradiaba una confianza que encendía un fuego en el corazón de Merlina.