El mundo esconde cosas inimaginables, nada nunca es lo que parece. Y en algún momento todos tomarán consciencia sobre eso, junto a las desiciones tomadas. Cuando pensamos que algo es seguro, todo de la nada cambia, resultando que nada está asegurado...
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El ruido en la cocina hizo que el cenizo se despertara, y no de la mejor manera, en la noche apenas y había podido cerrar los ojos. Sus ojeras eran un poco pronunciadas, su cabello se veía incluso más despeinado de lo normal y el dolor de cabeza lo volvía loco, así que agarró el frasco de pastillas que se encontraba dentro del cajón de la mesa de noche para meterse las pastillas a la boca y tragarlas, pues no tenía agua y pararse no era una opción a pesar que el ruido de la música y los trastes, sus padres cantando y la estruendosa risa de la castaña, no le agradaban mucho, pues a pesar de que tenía que ser una imagen tierna, en las condiciones en la que él se había levantado, no le hacía gracia tanto ruido, su cabeza parecía que le quería explotar, se sentía muy cansado, como si no hubiese dormido, sus extremidades cosquilleaban, sentía como su estómago se retorcía, sentía frío y calor, definitivamente no se sentía bien. Se arropó completamente de pies a cabeza, llevó su brazo a su frente para recostarlo, y notó que su temperatura corporal era muy alta a lo que gruñó por lo bajo.
- Creo que tienes que levantarte, rubiecito, el día de hoy te espera con ansias. - Le habló Yatski con su típico tono, el cual en este momento el cenizo no sabía si era sarcástico, burlesco o simplemente esa de por sí era su forma en la que siempre hablaba, sin embargo, como ya era costumbre, lo ignoró, dando un vuelta debajo de sus sábanas, dándole la espalda a Yatski o donde él suponía que estaba Yatski.
- Vamos rubio, entre más tardes en darte cuenta, más tarde será. - Esto llamó la atención del cenizo, aún así, se mantuvo callado, "ignorándolo", pero lo que él no sabia era que Yatski olía su incertidumbre, su miedo y preocupaciones, como un lobo hambriento, por lo que el mismo sonreía. El cenizo no se movió porque su cuerpo pareciese que estuviese destruido, no quería levantarse, se sentía totalmente desgastado, o no tenía o no parecía tener las fuerzas necesarias para tan si quiera volver a voltear hacía Yatski.
- Si no te levantas, haré que alguien suba a levantarte. - Bakugo soltó un gruñido, pues comenzaba a irritarse. Pero ya luego no volvió a escuchar a Yatski, lo que hizo en cierto modo el cenizo se sintiera un poco más aliviado, pero fue en ese momento en el que por todo su cuerpo le recorrió una sensación para nada agradable, sus vellos se erizaron y sus sentidos se agudizaron, e intentó levantarse, solo pudo sentarse y fue en ese momento en el que la castaña tocó la puerta de la habitación del cenizo, pasando y encontrándolo simplemente ahí.
- A tu madre se le hizo extraño que aún siguieras en la cama y me encomendó a venir a buscarte... ¿estás bien? - Preguntó por último la castaña al notar al chico extraño, el mismo, sólo se mantuvo mirándola por unos breves segundos para luego desviar la mirada.