Escena 9.

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Joab: Majestad, traemos noticias sobre el combate.

David: ¿Y bien?

Joab: Hemos tenido muchas bajas, majestad. Los amonitas supieron penetrar bien en nuestras filas. Pero finalmente pudimos repelerlo. Perdimos demasiados hombres a mi parecer.

David: ¿qué ha sido de Urías el hitita?

Leví: ha muerto. Solo, abandonado y sin que nadie pudiera ayudarlo.

David: entonces, llama a Betsabé, Leví, pues mañana se desposará conmigo.

Leví: (le mira con dureza) que así sea, majestad (se van Leví y Joab).

Aarón: Majestad... ¿por qué?

David: he hecho lo correcto. Ahora podré desposarme con la mujer a la que amo. Urías ha muerto como un héroe, Betsabé no será castigada por infiel y a mí no se me arrebatará mi trono y la mujer a la que amo.

Aarón: ¿A qué precio?

Natán: (entra a escena) El precio lo diré yo.

David: Bienvenido seas, Natán, voz de Yahvé entre los hombres. ¿Qué te trae por aquí?

Natán: Vengo a contarte una historia. Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía ovejas y vacas en gran cantidad. El pobre no tenía nada, a no ser una sola corderilla que él había comprado. Él la había criado y había crecido con él y con sus hijos; comía de su pan, bebía de su vaso y dormía en su seno. Llegó un huésped al hombre rico, y este no quiso tomar de sus ovejas ni de sus bueyes para servir al viajero que había llegado a él. Robó la corderilla del hombre pobre y se la sirvió al hombre que había llegado a él.

David: (furioso) Viva Yahvé, que el que ha hecho tal cosa es digno de muerte, y pagará cuatro el valor de la corderilla por haber hecho esto y haber obrado sin piedad.

Natán: ¡Tú eres ese hombre! Así habla Yahvé, Dios de Israel: Yo te ungí por rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te he dado la casa de tu señor y puse en tus brazos las mujeres de tu señor, y te he dado la casa de Israel y de Judá y, por si esto fuera poco, te añadiré esto y lo otro. ¿Por qué, pues, has despreciado a Yahvé haciendo lo que le desagrada? Mataste con la espada a Urías, el hitita, y tomaste por mujer a su mujer. ¡Tú lo mataste con la espada de los amonitas! Ahora no se apartará nunca de tu casa, pues tus Amnón y Absalón morirán por la espada antes que tú y tu hija Tamar será deshonrada por uno de tus hijos.

David: (llevándose las manos a la cara y poniéndose de rodillas) He pecado contra Yahvé.

Natán: Yahvé, por su parte, ha perdonado tu pecado. No morirás. Pero como has ofendido a Yahvé con este asunto, morirá el niño al poco de nacer.

David: No, por favor, que no sea dañado el niño.

Natán: La sentencia ya se ha escrito (se va).

Aarón: ¿Qué haréis ahora, majestad?

David: Aferrarme a mi fe. Rezar es lo único que me queda si quiero salvar al niño.

Aarón: Señor, ya habéis oído a Natán, el niño morirá al poco de nacer. Yahvé no va a dejar impune tu pecado.

David: Daré lo mejor de mí. Nuestro señor misericordioso me sabrá perdonar. Yo soy el único culpable de lo sucedido, y debo pagar yo por el daño.

Aarón: Señor, si yo pudiese hacer algo...

David: No, no puedes hacer nada. Esto es algo entre Yahvé y yo. Debo mostrar el hombre que soy realmente.

Aarón: Que así sea (se retira).

Rabino: Ya está todo preparado para el casamiento, Señor.

David: Que Yahvé nos proteja (se van).

Aleluya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora