La razón de mis lágrimas

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Nunca había descrito mi vida como una maldición, pero claramente no era lo contrario. Existían días en mi memoria que simplemente quería borrarlos; volver al instante en que las cosas se complicaban y rehacer mis recuerdos no sólo parecía una buena idea, sino mi única salvación.

Constantemente me encontraba rodeado por la muerte, la maldita siempre me recordaba que no podía tener un día en paz; un sólo día hubiese sido una pérdida de tiempo. No recuerdo siquiera mi último encuentro con amigos, o una salida simplemente para disimular felicidad; esas cosas ya no eran parte de mí, a pesar de que, mi edad y la sociedad fuesen estrictas conmigo en ese asunto.

-"Leo"- escuché sutilmente un susurro que me llamaba. Me apresuré a colocarme mi calzado y me dirigí a la habitación de al lado, abrí la puerta con cuidado, ya que siempre que entraba ahí me daban escalofríos; el olor a medicinas y el espeso ambiente me revolvían el estómago. Me quedé inmóvil unos segundos y luego me abalancé hasta dejarme caer en el asiento que se encontraba junto a la cama.

Mi madre se encontraba postrada ahí, en esa misma repugnante habitación, y había estado así muchos años. Al verla de cerca apreté mis puños y traté de controlar mis emociones; su pálido rostro, las profundas ojeras y su cadavérico cuerpo me provocaban un nudo en la garganta cada vez que entraba a aquel lugar.

-estoy aquí- le dije suavemente cuando tomaba su huesuda mano. Ella me volteó a ver con un poco de esfuerzo y trató de sonreírme, pero hasta esa acción también parecía robarle esfuerzo. Cerró sus ojos y suspiró

-estoy hambrienta- refutó con un grave cansancio. Asentí y me acerqué a la mesa de noche para encontrar algo de alimento, que yo mismo había licuado con anterioridad; porque masticar ahora le era imposible.

Su estado había empeorado con los años; apenas si recuerdo cuando ella sonreía y jugaba conmigo, pero casi toda mi vida ella había estado en esa condición. Es por eso que mi padre me culpa de su enfermedad; "ojalá nunca hubieras nacido" es una frase que escucho a diario; puede sonar cruel, pero hay ocasiones en que pienso de la misma manera.

Luego de encontrar el envase me dispuse a colocarlo en un tubo que se conectaba a su estómago, el tratar de alimentarla de esa tosca manera parecía estorbarle más que nada, pero ella nunca se quejó o dio indicios de estar sufriendo mientras lo hacía.

Apenas terminé y saqué el aparato de su cuerpo, ella me miró con sus ojos negros y luego se quedó dormida de nuevo. El dolor que ella soportaba día tras día era inimaginable. Su voluntad era fuerte, por eso nunca quise demostrar mi tristeza frente a ella.

Siempre quedaba inconsciente después de aquello, y ahí; en ese momento es cuando podía descargar toda mi ira.

"Se suponía que podía acostumbrarme a esto, todos los doctores me lo habían asegurado. Pero cada que la veo se me desgarra el corazón" pensaba entre lágrimas ácidas que recorrían todo mi enrojecido rostro. Tenía profundas ganas de salir corriendo a un lugar alejado y gritar hasta quedarme sin aliento, pero yo no tenía tal libertad, para mí eso era un lujo; tenía que conformarme con llorar a su lado.

Al terminar mi trance de desahogo me dirigí a mi habitación. La única cosa que hacía en el trascurso del día a parte de cuidarla era estudiar. Mi sueño era convertirme en doctor. No quería que ninguna otra persona pasara lo mismo que mi madre; sabía que era imposible lograrlo, pero si al menos lograba curar una persona eso significaba paz en toda su familia. Cuando mi madre descansaba yo aprovechaba e iba a la biblioteca para tomar algunos libros. Nunca había tenido el lujo del Internet, pero aunque lo tuviera, mi padre me hubiese prohibido utilizarlo para estudiar. Como criatura inservible que yo era, el estudiar no era algo para mí, tenía la responsabilidad de solamente cuidar a mi madre; o por lo menos así pensaba él sobre mí.

El estudiar era la última pequeña felicidad que me quedaba, era mi único entretenimiento. Me sentía en un mundo diferente mientras lo hacía, leer libros era estar en una cápsula; mi propia cápsula. Pero esa felicidad no me duraba demasiado, cuando daban las seis y el sol se iba escondiendo, era la hora de que aquel padre regresara. Cuando eso sucedía tenía que apresurarme a esconder los libros entre la colchoneta y la cama para que él no los encontrara.

La primera vez que me encontró con un libro en la mano (después de haber terminado la secundaria) se enfureció hasta enrojecer su robusto rostro, me tomó fuertemente del brazo para bajar al sótano y así poder reprenderme sin que mi mamá lo notara.

Me gritó como si yo hubiese hecho algo repugnante e inhumano; hasta llegué a pensar que mi acto no tenía perdón. "inútil" fue el último insulto que quedó retumbando mi cabeza, a pesar de que había dicho unos cuantos mucho más ofensivos, éste fue el que me penetró hasta el alma.

"algún día curaré a mi madre" pensé entre lágrimas y varios golpes que él me azotaba en la cara; hasta que empecé a verlo lejanamente y mi vista se tornara obscura.

Ya me había acostumbrado a su asqueroso hábito de resolver todo la violencia, pero a este punto ya estaba cansado de su forma de dirigirse a mí, como si yo no fuese un ser humano; de su poco interés por el bienestar familiar, de que cada pago del mes se vaciara en las apuestas que tanto he llegado a odiar. Pero no solo eso puedo odiar porque sería injusto, y éso mismo es lo que más odiaba: La injusticia. Mi vida era un desastre, no siempre lo fue, pero si comparaba las veces que lloré de felicidad a las que he llorado de tristeza, no tiene ni cerca una comparación. Me empezaba a agotar el estar en aquella pequeños habitación la mayoría de veces sin poder respirar, me empezaba a agotar llorar hasta quedarme dormido; me empezaba a agotar las dolorosas cicatrices no solo físicas sino emocionales, pero más que nada estaba agotándome de la vida misma.

Desde el OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora