Adiós..

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  Decir adios nunca fue fácil; nos arranca un pedazo de nosotros mismos y se lo lleva a otra parte como si todo fuese parte de este cruel destino. Esa indeseable cicatriz  es incurable; no se puede olvidar el dolor, pero si se puede aprender a vivir con ello.

El resplandeciente sol estaba cubierto por enormes nubes grises, como si también estuviese desconsolado. Las gotas de lluvia recorrían todo mi traje negro cuando me agachaba a tomar un puño de tierra. Ella se encontraba en el centro de todos los que estábamos allí; su vestido blanco y su sonrisa impregnada en su frío rostro se resguardaban en una gran caja de madera a punto de ser enterrada.

Arrojé el primer puñado de tierra al agujero, lo dejé caer como mi última despedida. El tiempo se detuvo para mí, mientras observaba como la tierra la ahogaba en ese obscuro agujero. Era injusto que los que la observaban en su ataúd no tenían ni un solo sentimiento hacia ella, la miraban como una pieza en exposición y eso me hacía enfurecer; no era algo sin importancia... Ella había sido la única pequeña esperanza que me quedaba en este entumecido corazón, pero ya se había esfumado, me había dejado solo en este frío mundo y yo no quería aceptarlo. Empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza, escuché un sutil pitido justo antes de que mi cuerpo se sintiera más y más débil a cada segundo. No podía escuchar más sollozos ni lamentos a mi alrededor, solamente escuchaba mi entrecortada respiración mientras se me nublaba la vista; lo último que recuerdo antes de caer al suelo eran sombras acercándose a mí, y por lo desorientado que estaba me pareció ver a mi madre intentando sostenerme con fuerza; pero como eso ya no podía suceder, me desmayé desesperanzado y roto justo en ese lugar.

Me desperté algo aturdido, mi cabeza parecía dar incontables vueltas antes de empezar a reconocer el lugar; lo primero que observé fue una gran lámpara que colgaba del techo de madera, luego observé múltiples luces que me incomodaban la vista. Intenté sentarme para observar con mas detenimiento, para luego quitar un pañuelo húmedo de la frente. Giré a mi alrededor y para mi sorpresa era una casa irreconocible, empecé a inquietarme hasta que me tranquilizó una voz conocida a mis espaldas

-Ya despertaste- Se escuchó decir con alivio. Me dí la vuelta y abrí mis ojos de par en par al ver de quien se trataba.

Ya no tenía una larga bata blanca sino una camisa holgada y unos jeans, ya no parecía tan entrado en años ni tan serio como antes, sino que se veía como una persona normal. Me quedé asombrado varios minutos pensando en qué preguntarle primero;  él notó mi reacción y se echó una risilla.

-No te preocupes, estás en mi casa- Me dijo para calmarme un poco, pero eso creó un efecto contrario. Volteé mi cabeza en varias direcciones y me levanté de golpe, mi cabeza empezó a retumbar y mis piernas a tambalearse. Él corrió a detenerme apenas notó mi exasperación

-¿Que ocurrió?- Pregunté mientras tomaba mi frente con la mano; él tomó mis hombros y me hizo recostar de nuevo en aquel sofá color marrón. -Te desmayaste- me dijo con una mirada penetrante, y siguió con su explicación, -Fui al entierro de tu madre, noté que te sentías abrumado en ese lugar, pero no quise preguntar hasta que vi que te desplomaste de repente-.

-Lo siento- Susurré cabizbajo, pero eso pareció sorprenderlo. Negó con la cabeza con pena,  "Yo soy el que lo siente" dijo con su mirada fija en el suelo.

El silencio invadió aquella sala, hasta que sentí algo peludo en mis pies. Un enorme Pastor alemán me miraba con sus ojos brillantes.

-Su nombre es Crusher- Me dijo el doctor entre risas. Me reí con debilidad y lo acaricié cariñosamente.



Desde el OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora