Su débil cuerpo parecía no soportarlo por mucho más tiempo. Me quedé inmóvil, como si el estarlo resolvería las cosas al instante. No quería verla sufrir de esa manera; y eso era exactamente lo que estaba evitando cuando decidí dejar aquella vieja casa.
La vida que había compartido a su lado parecía escaparse de mis manos, y aun así; estando yo a su lado, no podía hacer nada.
Me parecía una eterna espera el camino al hospital. El irregular pavimento nos hacía tambalear dentro de la ambulancia, el escalofriante clima y el espeso ambiente me hacían sentir intranquilo. Eran cosas que podían ser parte del segundo plano, pero todo contribuía con mi estado emocional.
Esta escena no era la primera que experimentaba, en ocasiones posteriores, también era yo el que ayudaba a montarla en la camilla para poder transportarla. Pero igualmente la exasperación era algo que siempre me acompañada sin condición.
Llegamos al hospital, algunos enfermeros y yo logramos instalarla en su cama. Le conectaron varios tubos a su esquelético cuerpo, tomaron su presión e inyectaron algunas sustancias en el mismo.
Yo aún no me acostumbrara a verla tumbada y sin fuerzas. Podía haberla visto más de cien veces, que las cien me estrujaban el pecho sin control alguno. Los ojos me empezaron a enrojecer y mis manos a inquietarse
-¿estará bien?- le susurré a uno de los enfermeros que aún se encontraba en la habitación
Él despegó sus ojos del registro y se giró en mi dirección, acercándose con cuidado, -lo estará- me afirmó con un tono de confianza
Solté un largo suspiro, que me hizo relajar toda la tensión acumulada. Le hice un gesto de agradecimiento, y salí de ese cuarto, para dejarme caer en las banquetas de espera.
Ver a las personas que se encontraban junto a mi asiento me perturbaba. Sus lágrimas desconsoladoras y sus enrojecidos rostros me entristecían.
El aire estaba sofocado por el olor a muerte, y eso era algo que no podía soportar.
El estar en las bancas de espera era realmente trágico. La habitación del paciente era un lugar donde habitaba la paz, haciendo así que las personas a su alrededor tuvieran que desahogarse donde nadie los escuchara; donde sus llantos y gritos se perdieran con el de los demás. Todos sufríamos, parecía que nadie podía criticarme si lloraba, así que también intenté unirme al ambiente con todo lo que pude; pero no lo logré. Mis lágrimas se rehusaron salir de mis ojos, como si ya no tuviese más en el interior, como si ya hubiese llorado todo lo que podía en la vida y aún, un poco más.
Me pude tranquilizar un poco al acostumbrarme a los dolorosos gemidos; sentía que eran propios, así que percibí una pequeña descarga en mi cuerpo; me deslicé en la silla y cerré mis ojos. Mientras me hundía en mis pensamientos, pude diferenciar una voz de entre tantas, ésta era una conocida.
Abrí mis ojos desconcertado, y logré divisar a lo lejos a Edgar, que me llamaba y se acercaba a donde yo me encontraba.
No contesté a su llamado, sólo me coloqué de nuevo en la posición inicial. A él se le notaban las ansias y la desesperación a lo lejos.
-mocoso....- fue lo primero que salió de su boca cuando llegó hasta mi banqueta. De nuevo me quedé en silencio, no sabía que responder, y si lo supiera, aun así no hubiera entablado una conversación.
-¡Todo es tu culpa!- me espetó apenas recobró el aliento, sin consideración de que habían personas a nuestro alrededor. Aun así no dije nada, sabía que estaba en lo cierto y tenía miedo de averiguar hasta qué punto él podía tener la razón.
Lo siguiente que escuché fueron gritos, quejas y maldiciones hacia mi persona. Yo sólo lo observé hasta que se calmara, ese día no tenía deseos de discutir, enojarme o siquiera sentir temor de su presencia. Noté como su tono de voz iba cambiando después de varios minutos de estresantes palabras. Se detuvo en momento dado, y se arrecostó en el asiento que estaba junto al mío. No nos dirigimos una sola palabra.
Solamente observé el suelo, como si en el estuvieran escritos todos mis pensamientos. Dejé mi mente en blanco, no quería pensar en nada; pero sin darme cuenta estaba pensando en todo.
No quería perder la compostura, así que me levanté y me dirigí al baño.
En el camino me topé con varios doctores; sus batas emblanquecidas, su aire de experiencia y su actitud me hacían sentir un poco más relajado.
De entre tantos, sólo me concentré en uno que se encontraba a pocos pasos de mí. Parecía algo entrado en años, y al mismo tiempo, muy conocedor. Estaba junto a una señora alta y robusta, quien no dejaba de llorar; pero de felicidad. Las lágrimas bajaban rodando por sus mejillas y su sonrisa parecía no entrar en su rostro. "gracias", era lo único que salía de sus labios entre sollozos de alegría.
Al fijarme en la escena varios segundos, deduje que éste había rescatado el bienestar de alguien; eso me cautivó por completo.
Me imaginaba a mí mismo siendo un honorable doctor en el futuro, ayudando a las personas y brindándoles mi apoyo incondicional; esas cosas sin darme cuenta, hacían que se me dibujara una enorme sonrisa. Era mi único y más grande sueño
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Desde el Otoño
Teen Fiction¿Podrá ser algo más desesperante, que pensar en el suicidio como una opción? Leo siempre quiso abandonarlo todo; sin embargo una persona lo hace cambiar de parecer. Descubrir el propósito de la vida nunca ha sido algo particularmente fácil. "Desde e...