Al borde del abismo

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El consumirme por completo en la desolada tristeza me dejó exhausto, e indudablemente destrozado por dentro.

No quería seguir dentro de esas cuatro paredes, así que me levanté tratando de no perder el balance; tomé los bordes del asiento, y di un pequeño paso después del otro. Mi mundo parecía derrumbarse frente a mis ojos, pero no lo podía evitar. Sólo podía ser un inútil espectador y eso me amortiguaba.

Si tuviera la oportunidad de cambiar algún acontecimiento o cualquier día que quedaba en mi memoria; lo haría sin pensármelo dos veces. Ningún aspecto anterior podía cambiar mi destrozada existencia; sólo había un alguien que hacía valer el esfuerzo y congojas diarias. Alguien que, sin importar las circunstancias me amaba sin condición alguna; sí, esa persona aún existía, sin embargo el despedirme tan pronto de ella me dejaba sin aliento, y sin fuerzas para seguir viviendo.

Salí del hospital y seguí caminando. Seguí sin voltear un segundo hacia atrás, no quería que mi miedo me siguiera a todas partes; así que corrí, era lo único que podía hacer en ese preciso momento. Me cansé en un momento dado pero seguí; prefería un dolor muscular a un dolor emocional.

Apresuradamente sobrepase varias calles y casas que estaban a mí alrededor; la parte baja de las piernas empezaba a tensarse y mis pulmones a encoger. Me detuve hasta que se me dificultó el sólo respirar.

Llegué a una angosta alameda que la bordeaba una gran cerca en uno de los lados. El lugar estaba lleno de árboles y bancas, las cuales daban a esa dirección. Los grillos y el viento irrumpían el silencio; el cielo estrellado era testigo de ello. La hermosa vista me dejó estupefacto varios segundos; pero luego la rabia empezó a ejercer gradualmente.

El mundo parecía no haber cambiado en lo absoluto, como si nada le importara, él y toda su gente seguía con sus obligaciones. "¿cómo sigue girando el mundo, cuando el mío se ha derrumbado?" me preguntaba para mis adentros, dejando impregnado el sentimiento de angustia sobre mí. En ese instante estaba consciente de que lo había perdido absolutamente todo, ¿para qué iba a vivir así? ¿Para verla morir poco a poco? ¿Para despedirme cada que la veo?

"No más" fué el pensamiento que tuve cuando coloqué mi pie derecho en la baranda.

Me aterraba estar justo ahí, en ese mismo instante; pero más lo hacía el pensar en un futuro solamente con mi desgraciado padre. Recordé el verano pasado cuando fui su saco de golpes, todo sucedió sólo porque había olvidado ir de compras. La agresión fue tal que hasta intenté llamar a la policía; en un segundo tenía el teléfono en mi mano, y al siguiente ya estaba inconsciente en el piso.

Al recordar aquello puse el otro pie. Mis manos sudaban y mis rodillas no paraban de temblar, pero era la única manera. Había intentado acabar con mi vida infinidades de veces, pero la cobardía me superaba; la soga, la sobredosis, envenenamiento y un filoso instrumento siempre eran las primeras opciones que imaginaba, pero todas eran lentas y desconfiables; ésta era la mejor opción

Decidido me abalancé con fuerza; pero una dulce canción me hizo detener en pleno acto:

Ta, rará
Taara, rará
Tara, rara
Taará, rara

Casi como un susurro llegó a mis oídos el melodioso tarareo. Volteé a todos lados, pero la obscuridad me dificultaba la búsqueda incesante. Entrecerré mis ojos y logré diferenciar una turbia figura no muy lejos de donde yo me encontraba. La misma se encontraba en una posición muy similar a la mía; pero a diferencia de mí, parecía disfrutarla.

Con duda y curiosidad me bajé de un salto y me acerqué para poder verla mejor. Su figura delgada y su larga cabellera me dejaban inquieto, estaba seguro que no era la primera vez que la veía.

Seguí insistiendo, a pesar de que el viento parecía oponerse con mi idea. La figura iba tomando forma conforme yo me acercaba, y eso me ponía aún más inquieto.

Cuando me acerqué lo suficiente pude ver que sus ojos se abrieron de par en par muy sorprendidos, haciendo así que parara de entonar aquella melodía.

Su mirada me penetró por completo; sabía que no era la primera vez que veía esos ojos cafés



Desde el OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora