Hannibal lo vigiló durante siete días completos antes de hacer algo. Una auténtica estupidez. Una irresponsabilidad enorme, la tontería más confusa.
Honestamente, no le dio mucha importancia.
Hannibal llenó una botella con gasolina, prendió fuego al trozo de tela que había dentro y lo lanzó unos metros en el aire, de modo que aterrizó sobre la pila de basura escondida entre dos edificios. El peligro de prenderle fuego a toda la estructura, junto con todas las casas circundantes, era terriblemente alto, pero qué más podía hacer.
Naturalmente, la horda de muertos vivientes se dio cuenta del fuego, y el resplandor los atrapó, con su sinfonía de gruñidos interesados fluyendo a lo largo del viento. Todos contribuyendo, excepto, por supuesto, el amigo inquisitivo de Hannibal; mucho más fascinado por la vieja radio medio destruida que encontró en una expedición.
Hannibal volvió a encontrarlo con la mirada, este se dejó caer contra una pared mientras sacudía la cosa arruinada junto a su oreja, y Hannibal pensó que tal vez la criatura estaba buscando el ruido que uno esperaría que emitiera. A través de los binoculares, pudo apreciar al moreno arrugando su rostro, pintado con algo que hubiera sido llamado confusión en un humano.
A Hannibal le hubiera gustado ver cuántas emociones más podía imitar con esos rasgos rígidos, pero el plan estaba en marcha y su cronómetro no se detenía. Bajó las escaleras de la casa a toda velocidad, silencioso e inmerso en los pasos a seguir. Sería una oportunidad única, y tenía exactamente el mismo período de tiempo que tardara el fuego en apagarse.
Así que abrió la puerta principal y, habiéndose cubierto de sangre desde el cuello hasta la cara, recordó otra información proporcionada por su programa de radio favorito actual. Las bestias devoradoras de hombres se sentían terriblemente atraídas por el olor a sangre fresca, como los tiburones. Lo único que parecían disfrutar más era el hedor de una herida infectada y supurante en carne viva.
Lo olían a metros de distancia, inmediatamente siguiéndolo. El gran consejo había sido cubrir concienzudamente las áreas lesionadas para no llamar su atención, especialmente si se quería cruzar territorios infestados. De lo contrario, se reduciría a un esqueleto antes de terminar de cruzar.
Su inteligente amigo lo vio de inmediato, algo obvio para Hannibal, incluso con la calle entre ellos. Otros probablemente también lo percibieron, pero el humo negro y denso del fuego enmascaró el olor de manera efectiva. El muerto luchó por ponerse en pie, olfateando el aire como un ratón y reduciendo la distancia a unos pocos metros, hasta que sus ojos sobresalientes se posaron en el rostro enrojecido de Hannibal Lecter. Eran azules, sus iris.
Hannibal se paró en el mismo lugar, la entrada de su casa. La criatura de pelo rizado no tropezaba penosamente, como los demás. Caminaba, avanzaba rápidamente.
☆☆☆☆☆
La verdadera claridad llegó cuando realmente lo tenía.
Esposado y encadenado a un pilar en la gran sala de estar, mirándolo durante varias horas al día sin saber qué hacer.
¿Qué ridículo impulso se había apoderado de Hannibal al creer que su presencia tendría algún remoto propósito?
La criatura lucho a diario, durante un buen rato, con las restricciones de su improvisado hocico, rindiéndose miserablemente a medida que pasaban los minutos, incapaz de romper el pequeño candado que sostenía el bozal agujerado sobre su boca.
Hannibal tampoco estaba muy seguro de por qué decidió perforarlo, porque hasta donde la mayoría sabía, los muertos no necesitaban aire. Pero no le pareció correcto cubrir completamente la cara del hombre.
Cuando se cansó de pelear con el bozal, cambió sus esfuerzos a la cadena que rodeaba la cintura ciertamente delgada. Cuando eso también resultó inútil, la bestia se dejó caer sobre su trasero y permaneció en silencio mientras se apoyaba contra el mármol, esperando. ¿Esperando a qué? Esperando el comienzo de otro día y una nueva lucha.
Sorprendentemente, Hannibal no perdió interés, aunque perdió la justificación para tal decisión.
Así que observó, durante un rato.
☆☆☆☆☆
La nueva rutina de Hannibal consistía en levantarse, preparar el desayuno, esperar unas horas en lo alto de su casa por nueva comida. Volviendo al anochecer, para ver la lucha decreciente de su amigo.
Tirando durante horas de las cadenas, buscando deshacer el amarre detrás de sus sucios rizos, y mirando a Hannibal con furia. Furia de muerto, de muerto de hambre.
Cuando Hannibal se cansó de referirse a la criatura como amigo, camarada, o nuevo compañero de cuarto, hizo lo que probablemente no muchos más hicieron:
—¿Cómo te llamas? —preguntó Hannibal. El hombre gruñó y gruñó, gimió y sus ojos vidriosos recorrieron los interiores de su casa, antes de volverse hacia la cadena que lo sujetaba. —¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
Por supuesto, no lo hacía. Hannibal contempló la idea de que otros trataran de razonar con los muertos, como lo hacía Hannibal en ese momento, para quedar rápidamente claro que no podría salir ningún fruto de ello. Más rápido y más sabio sería disparar.
—Mi nombre es Hannibal Lecter. Es un placer conocerte. ¿Cómo te llamas?
Otro gruñido en respuesta, y exhaló aire sin calor en su dirección. Respiró. O, al menos, estaba inhalando aire.
De cerca, Hannibal apreció un sinfín de detalles más sobre el cadáver viviente. La radio mencionó que la enfermedad se contagiaba por mordedura y por otro medio aún desconocido, asumido por muchos, fluidos corporales contaminados. Lo que sea que fuese afectó a los que se levantaron de sus tumbas.
El amigo de Hannibal no tenía mordiscos. Debajo de su piel enfermizamente pálida, pequeñas venas y arterias de circulación permanentemente detenidas aparecieron a la vista. En su vientre plano, Hannibal encontró tres agujeros limpios, limpios pero abiertos. Eran impactos de bala de un calibre pequeño, rematando una cicatriz horizontal de aspecto mucho más antiguo que se había desvanecido hacía ya mucho tiempo. Su amigo, era sobreviviente de un intento de asesinato bastante íntimo y víctima de una mano rápida y eficiente.
El resto de su piel visible no mostraba más marcas, ni de dientes, herramientas o armas. Tampoco su largo cuello ni el bello rostro, cubierto de una ligera barba incipiente.
—¿Te gustaría decirme quién te asesinó? —Hannibal preguntó en broma. Como era de esperar, no se proporcionó ninguna reacción.
Era un hombre muerto prematuramente y, por el aspecto de la carne, muy fresco. Tal vez ni siquiera logró salir de la morgue antes de ser resucitado. Pero olía a tierra mojada y hojas, completamente diferente del hedor a carne hinchada y rancia que tenían los otros. Olía al bosque después de la tormenta, a la hierba y maleza que invade los edificios abandonados de Baltimore. Naturaleza madura, densa y próspera.
Ignorando el hilo de pensamiento de Hannibal, el hombre continuó tirando de sus ataduras hasta que se puso el sol y con la puntualidad de un reloj que separa el mediodía de la medianoche, se dejó caer de nuevo para... descansar. O dormir, o lo que sea que hiciera con los párpados hacia abajo y la cabeza echada hacia atrás.
Al día siguiente, a las diez en punto, comenzaría de nuevo su batalla y si Hannibal fuera menos cuidadoso, en unos meses lograría desgastar el material que lo encadenaba.
Hannibal sonrió. —¿Qué tal... Will?
Dijo a la bestia no tan pequeña y persistente.
Will abrió los ojos y echó la cabeza hacia adelante, examinando el rostro de Hannibal con una concentración antinatural. Respondió con un nuevo gemido bajo, similar a una expresión de acuerdo. Placentera sorpresa.
—Creo que te queda bien, Will. No te rendirás, ¿verdad?
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Nocturno [HANNIGRAM]
Fanfic✨SINOPSIS: Durante el fin del mundo y en medio de un apocalipsis zombie, Hannibal Lecter logra "atrapar / conocer" a un nuevo e interesante amigo. Un amigo que no habla ni piensa mucho, y que necesita comer tanta carne humana como el buen doctor, pe...