Capítulo 10: Hannibal abandona a un hombre

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El médico apenas había descansado. Tres horas de sueño superficial, rotas por la ansiedad y el hambre. Hannibal se levanto demasiado temprano, alerta pero no listo.

Hizo acopio de toda su voluntad para recorrer la casa y recoger todo lo que tuviera algún valor, todo lo que pudiera llevar. Cuatro libros especialmente queridos, su navaja y su escopeta. El último litro de agua y cinco mudas de ropa, de las docenas de prendas que había logrado salvar antes. Incluso el violín, aunque no podía tocarlo sin atraer atención no deseada.

Tantas cosas preciosas que estaba dejando atrás, y lo más importante de todo, descansando ajeno a sus pensamientos estaba su hombre, mientras él reunía los últimos pedazos de su vida a unos metros de distancia, preparándose para partir.

Con el pecho oprimiéndole con cada paso que daba, la mañana levantó sus colores y con el mismo sigilo que una vez le permitió navegar por la vida con tranquilidad y libertad, Hannibal abrió todas las ventanas y puertas para dejar que el aire fresco fluyera y escapara junto con la brisa.

No sin antes, pararse por escasos minutos en el umbral de su habitación, para apreciar por última vez, la mata de rizos castaños, coronando la bella figura del joven muerto, aún sereno en el suelo.

Antes de que la punzada de desgarrador arrepentimiento atravesara su cuerpo, Hannibal dio media vuelta y huyó a toda velocidad.

En las afueras de la casa se habían acumulado pestilentes cerros de cadáveres en descomposición, ya lo lejos se escuchaban los débiles gruñidos de algunos caminantes merodeadores, escondidos entre las casas abandonadas. Era difícil distinguir las cosas entre la enorme cantidad de maleza que dominaba las estructuras, el bosque básicamente se había tragado el vecindario.

Eran las seis de la mañana y el sol aún no había eclipsado la oscuridad. Terrible momento para irse. Con su mochila a la espalda y su fiel hacha en la mano, Hannibal avanzó menos de novecientos metros, hasta que llegó al final de la calle cubierta de espesos arbustos que invadían los jardines contiguos. Listo para atravesarlos y continuar su camino hacia la carretera más cercana, que con suerte lo guiaría a la ciudad.

O eso pretendía, hasta que finalmente se escuchó un segundo par de pasos detrás de él y Hannibal se congeló en el lugar, con el arma sujeta con fuerza frente a su pecho. Ni siquiera tuvo que volverse inmediatamente para saber quién era. Solo tenía que inhalar muy profundamente y podría reconocer ese olor en cualquier lugar.

Pasos se acercaron, y prácticamente sintió la exhalación de Will en su cuello, parado unos centímetros atrás. Toda su piel se erizó cuando la mano del hombre rozó la espalda baja de Hannibal.

—Lamento haber tenido que hacer una retirada cobarde, Will, pero soy mucho más débil de lo que pensaba.

Dio la vuelta y Hannibal se encontró con la mueca absolutamente furiosa de Will, bastante indudable a pesar de eso, a pesar de la tristeza sobre sus ojos. Encima, vestía la sencilla camisa a cuadros que el doctor colocó sobre la cama para él, desabrochada como era de esperar. Hannibal también se preguntó cómo lo había seguido durante tanto tiempo sin hacer ruido.

Will gruñó, visiblemente ofendido, con sus hermosos ojos cerúleos fijos en el hacha en las manos de Hannibal. El hombre estaba enojado y ante la vista, Hannibal no pudo reprimir la sonrisa miserable que floreció. Lo extrañaría, lo extrañaría terriblemente. Y por su infinito cariño, precisamente no podía seguirlo.

—Me temo que aquí es donde termina. Nos divertimos mucho, ¿no? —Sin respuesta, como de costumbre. Will no emitió ningún sonido, ni siquiera lo miró a la cara, a pesar del esfuerzo de Hannibal por vislumbrar esos hermosos iris para su palacio mental. —No puedo llevarte conmigo, lo siento. Nos matarán a los dos en cuanto nos vean. Es mucho más conveniente si te dejo en paz.

Nocturno [HANNIGRAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora