Capítulo 6: Hannibal acaricia a un hombre

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Una nueva mañana fue la que develó la pintorescamente bizarra visión moderna.

La luz del sol en sus ojos y un gruñido bajo llegaba a sus oídos, por lo que Hannibal se despertó y sus fosas nasales fueron inmediatamente golpeadas por la lluvia y el olor a plantas frescas que emanaban de su piel sin vida. Después del olor reconfortante, el dolor corporal del despertar se extendió por el suelo junto a la cama. Por supuesto, nada de eso molestaba a Will, acurrucado sobre sí mismo, la mitad de su cuerpo descubierto y la sensación de su piel tan fría y antinatural, que fugazmente le trajo recuerdos de días mucho más tristes a Hannibal.

Pero la emoción arrepentida no tuvo tiempo de proliferar, pues pronto la visión de sus ojos abiertos y sus labios entreabiertos, buscando un gesto ya demasiado común entre ellos, hinchó el corazón de Hannibal con infinita ternura.

Cuando el reloj daba las once, había dos caminos para el hombre que vivía con él, Hannibal tomaría la mano callosa de Will para guiarlo a la cama y decirle que si así lo deseaba, podía descansar con él, o continuar con sus peculiares andanzas nocturnas... algunas noches, Will prefería vagar por toda la casa para seguir jugando, tocando y descubriendo.

Sin embargo, cuando elegía quedarse con Hannibal, no era en la cama, otra cosa que se resistía a hacer, probablemente acostumbrado a la dureza del suelo ya que Hannibal encontró a la dulce criatura varias veces sobre las baldosas grises, casi desnuda, con solo los calzoncillos. Cada vez que Hannibal lo ponía en el colchón o insistía en que se quedara allí toda la noche, era la misma situación al amanecer. Así que tomó la única ruta lógica, y Hannibal acostumbró a su ser refinado a compartir el mismo espacio en el piso, para cubrir a Will y protegerlo de la luz.

Para sorpresa de Hannibal, las pocas inhibiciones que tenía pronto cayeron una tras otra por Will, como si fueran fichas de dominó. 

Era el otro salto, que no era un salto, sino un gran paso, en su relación.

La primera idea era poco ortodoxa, francamente cuestionable para el hipotético tercero que pudiera descubrirlos, y Hannibal contempló los muchos tecnicismos que estaba llevando al límite para evitar confrontar la naturaleza de su vínculo. Pero después de tres meses de convivencia y un montón de barreras prácticamente derrumbadas, Hannibal también se dio cuenta de que, con toda honestidad, no le importaba un carajo.

Y no había aislamiento, soledad o aburrimiento a los que culpar, porque todos esos fenómenos lo habían dejado atrás hacía mucho tiempo. Seres como Will rara vez aparecían en la vida, y Hannibal se sentía como el mendigo más miserable al ver un zafiro escondido entre la basura. Enterrado, para ser descubierto por un simple afortunado. Lo que sea que se hiciera o no con tal tesoro, diría todo lo que había que saber sobre un hombre y su espíritu.

Hannibal ni siquiera pretendería que trató de contener la ternura envolvente, aprisionada en cálidas telarañas, con cada roce de manos o miradas, noche tras noche pasada al lado de Will. No quería hacerlo, no lo necesitaba.

Su dulce amigo le ofrecía placeres más valiosos y conspicuos que el mundano concepto de cordura. ¿Quién podría juzgarlo por lo que sentía? Los humanos que escapaban de los centros urbanos infestados, o de la espesura del bosque en expansión, nunca tuvieron tiempo de cuestionar la conexión de Hannibal con el hombre muerto con turbios iris.

Hannibal realizaría gustosamente la extenuante tarea de cortarles la cabeza con hachas desafiladas y presentárselas a Will, como le habría ofrecido una caja de bombones finos o un ramo de rosas. Will, a quien no le gustaba sonreír, aceptó cada ofrecimiento y admiró profundamente sus regalos antes de aplastarlos en sus manos.

Si bien sus recursos y opciones eran limitados, la tenacidad de Hannibal no lo era. Y para la grandeza de su pasión, no hubo regalos exagerados, ni detalles innecesarios. No podía salir de su camino para demostrarle a Will con dinero y lujos lo que albergaba, pero podía hacer el formidable trabajo de mantenerlo a salvo y nutrido. Demostrar día tras día que el bienestar de Will superaba su seguridad.

Hannibal estaba contento a su lado y Will parecía estarlo también. Lo alimentaba, lo cuidaba y lo protegía. Si el tiempo y la suerte lo permitían, disfrutaban de pequeñas excursiones fuera de su casa, para explorar las ruinas del lujoso vecindario, estimular su mente y la de Will.

La cercanía física floreció con una facilidad inesperada entre ellos. Hannibal encontró un placer sofocante en la simple actividad de deslizar su nariz desde la barbilla de Will hasta su cuello y su pecho, proporcionándose una dosis diaria de olores del bosque.

Lavando con amor y cuidado a Will cada pocos días para acariciar la piel, que había adquirido una textura y elasticidad parecidas al caucho con el tiempo, pasando los dedos sobre cada marca encontrada y maravillándose por cuán menos tímido o evasivo era Will al tocarlo.

Hannibal no tenía miedo mientras envolvía a Will con ambos brazos, lo sujetaba junto al fuego o en el techo, debajo de la manta de la noche y continuaba susurrándole todos los secretos del universo: Hannibal absorbía en su corazón cada pequeña e imperceptible reacción. Los gruñidos de Will, la elocución fallida, su exhalación.

No pudo resistir el cambio de rutina, los nulos modales de su amigo, la inexistente comunicación verbal. Mientras Hannibal podía expresarse, sus palabras eran suficientes para ambos, y siendo la criatura perspicaz e inquisitiva que tanto le gustaba a Hannibal, recibía todos y cada uno de los avances con total disposición, complaciendo al otro hombre.

Hannibal disfrutó aún más de las primeras caricias recíprocas de Will. Dejó de tener que indicarle que sostuviera su cuerpo mientras lo lavaba, y de forma instintiva apoyó las manos en los hombros de Hannibal mientras Hannibal le enjabonaba las piernas y el trasero. En muchas ocasiones, dejando caer su cuerpo mojado contra el de Hannibal para ser mimado y acariciado.

Respondiendo positivamente, efusivamente, en el mero estilo de un hombre muerto que revivió, cuando Hannibal se veía abrumado por la necesidad de poseerlo, abrazarlo cerca, sentir su presencia,  el bloqueo mortal de los brazos de Hannibal alrededor de la esbelta figura no aflojaría por lo que se sintieron como minutos, pero fueron horas.

Momentos como esos eran los favoritos de Will, demostrando que detrás de la piel gris y los ojos vidriosos, se podían vislumbrar fragmentos del individuo vivo y sensato que alguna vez fue. Recorriendo a tientas con las manos sobre todos los rincones y grietas alcanzables de Hannibal, respirando pesadamente contra su oído y gruñendo en decibeles bajos que indicaban tanto placer como alegría.

Incluso el gesto perpetuamente ausente se desvaneció con los meses. Un rostro libre y gesticulante ocupó su lugar, listo para mostrar la nueva abundancia de gestos de Will, cada uno con su propia emoción detrás.

Tal vez Will no podía murmurar su nombre, llorar lágrimas frescas o sonrojarse cuando alguna caricia se volvía demasiado desvergonzada. Tal vez ni siquiera era consciente de su extraño privilegio real. Pero Hannibal nunca tuvo dudas, nunca se le ocurrió que Will no estuviera contento con su parte del trato. Al final, a Will le bastaría con sacarle los ojos a Hannibal mientras dormía, para expresar cualquier queja.

Hannibal se echó a reír con un bocado de bistec mientras pensaba en ello, y Will, que estaba chupando su propia cucharada de sesos nadando en sangre, le dirigió una mirada inquisitiva. Hannibal volvió a reírse.

Nocturno [HANNIGRAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora