IV. Ermitaño

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Wei WuXian se desplazó entre las sombras. Como el alma de un condenado a su lugar de sepulcro.

Abasteció sus reservas con un buen vino y marchó hacía Yiling para enclaustrarse los próximos ciclos lunares lejos del ojo mortal.

No estaba feliz. Fue una reunión infructuosa que le hizo sentir frustrado. La revancha y ajuste de cuentas que tanto deseaba no tendría lugar hasta un futuro próximo. Afortunadamente, el tiempo estaba de su lado. Inalterable e inamovible. Pasaría un año, cinco, diez, un siglo e incluso un milenio y él seguiría ahí.

Podría hacer de la paciencia su virtud, y dar un cierre a las cuentas sin cobrar.

Las personas reconocieron su presencia imponente, pero le ignoraron como si estuviese inmerso en un hechizo de confusión. Después de varios días de viaje mesurado, llegó a los límites de su hogar y escaló la montaña maldita.

Para su sorpresa muchas de sus pertenencias se mantuvieron. Mucho parecía cambiado en la realidad que acostumbró alguna vez, como los nombres o las locaciones; inclusive acontecimientos que nunca tuvieron lugar.

Llegó a la conclusión en que, más que un viaje en el tiempo, producto de la volatilidad del resentimiento y los grabados en su cueva, había sido arrojado a una versión paralela del mundo que alguna vez conoció.

La montaña se decoró con árboles muertos y tierras estériles, hasta que se hizo en el núcleo del mismo, donde el resentimiento fue purificado de manera en que fuese menos hostil y accesible para habitar en él.

Los caminos de piedra habían sido lavados, la hierba cortada y los árboles Shuishan se alzaron como gigantes.

Sintió el alivio invadir su pecho, apenas asegurarse del bienestar de los fantasmas que ahí le hacían compañía. Dejando su venganza para otro momento, llegó hasta la profundidad del palacio de piedra y se dejó caer en la investigación que tenía pendiente.

Después de todo, pagaría el trato de las sectas con amabilidad, y devolvería el mal hecho a sus perpetradores.

Pudo saborear lamentos y ruegos; así como los gritos de agonía de hombres sin honor que se complacieron con su sufrimiento aún cuando se le acusó injustamente. Comenzó a dibujar los primeros trazos de una maldición que había barajado en su mente durante todo el camino de regreso.

Entonces sonrió.

Su sonrisa no llegó a los ojos y los mismos se empañaron en un rojo cinabrio. Lanzó una carcajada maníaca y aguardó.


***


Wei WuXian limpió los restos sangrientos contra su túnica oscura. La sangre bañó el suelo a sus pies, y la matriz reaccionó a la energía volátil en apenas un instante.

Apretó un paño limpio contra sus muñecas e hizo una compresa. En menos de media vara de incienso los cortes se cerraron con el uso del resentimiento y volvió su atención a los sigilos.

Wei WuXian era un entusiasta de la energía yin. Sin embargo, esto no fue lo que le llevó a convertirse en alguien cultivado en el resentimiento. No. Su interés por lo desconocido partió de la incertidumbre en su nueva naturaleza. Él, después de todo, había sido un humano alguna vez. Un simple mortal. Incapaz de revertir o hacer queja de su destino, se abrazó al resentimiento y vivió su existencia manteniendo su humanidad bajo actos de servicio, promesas y valores a cumplir.

Tal vez fue por ello que le pesó tanto la traición de aquel que fue elogiado como justo, pero que ignoró sus palabras tan fácilmente.

'Yo, Wei WuXian, prometo defender la justicia y apoyar a aquellos desafortunados', dijo alguna vez.

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