CAPÍTULO 60

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ISABELLA

Hubo muchas cosas que se pasaron por mi mente durante el momento que iba con Ronald en la ambulancia, aunque no sé dé dónde salió esta —o seguramente llegó junto a nosotros y lo olvide— mientras sostenía su mano que estaba carente de calor humano, idee qué hacer con los dos hombres que se llevaron los rusos, y lo más acertado fue hacerles todo lo que le hicieron a Ronald, romperlos hasta el punto que deseen morir, pero no cumplir ese deseo hasta que mi esposo despierte y él se encargue de ponerles fin a ellos.

—¿Es normal que su piel esté tan fría? —pregunto al doctor que está al pendiente de él.

—No es normal, por lo que veo ha perdido mucha sangre y además su pulso es muy débil —me siento bien porque el doctor no me ha ocultado nada de lo que le está pasando a Ronald.

—Sobrevivirá, ¿verdad?

—Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que eso suceda.

—Él no puede morir —digo más para mí que para ellos.

Hemos hecho mucho para poder encontrarlo y no estoy dispuesta a perderlo de esta manera ni de ninguna otra.

Tenemos muchas cosas por hacer, tiene que disfrutar de su cumpleaños, del regalo que le tengo preparado. Debemos ir a nuestra luna de miel y él tiene que reanudar las noches de pasteles de fresa. Además, tenemos muchos años por delante.

Tiene que acabar con los hombres que lo pusieron en esta posición y hacer crecer su imperio, demostrarle a todo el jodido mundo que es el rey y un rey no muere tan fácilmente y en manos de cualquier persona.

—Estamos a diez minutos del hospital —le dice el conductor al médico.

—Que tengan todo listo cuando lleguemos, este hombre necesita entrar al quirófano.

No suelto su mano y mucho menos dejo de mirarlo durante el tiempo que llegamos al hospital y nos bajamos de la ambulancia. Sigo los pasos del doctor y las enfermeras que empiezan a acercarse.

—Paciente de aproximadamente...

—Tiene treinta años —informo.

—Herida de bala y arma corto punzante en ambas piernas, aparente trauma en la cabeza, hombro derecho dislocado y posibles fracturas en mano izquierda y costillas.

—¿Cómo sabe que tiene todo eso? —pregunto, pero este me ignora.

—Debemos asegurarnos de que no tenga ningún órgano comprometido, así que necesitamos una tomografía, resonancia y que preparen el quirófano.

Sigo caminando junto a ellos sin soltar la mano de Ronald, pero cuando llegamos a una gran puerta blanca me detienen y me impiden el ingreso al lugar.

—Yo debo estar con él, por favor —ruego, no quiero estar lejos de él. Quiero estar a su lado para cuando despierte.

—Lo siento, señorita —menciona una enfermera antes de dejarme allí sola.

Oh Dios, debo entrar allí, debo estar con él. ¿Si me necesita? ¿Si aún tiene frío y su chaqueta no es lo suficiente?

—¡Déjeme pasar! Por favor —golpeó la puerta en medio de mis gritos, pero nadie sale.

Unos brazos me rodean fuertemente la cintura, apartándome de la puerta, llevándome hacia el lugar donde se encuentran unas sillas.

—¡Quítame tus manos de encima! —me remuevo para que me suelten, pero los brazos se ajustan mucho más —vas a morir si no me sueltas.

—Solo quiero que te sientes y te tranquilices —la voz del señor Carl se escucha áspera al hablar.

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