[Capítulo 10]

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Aquel escalofrío se extendió por su cuerpo por unos segundos. Palpó un par de veces más sus bolsillos para corroborar, sin embargo aquella gema que estaba siempre con él, ahora no lo estaba.

Leonard miró con pavor las gemas tiradas al lado suyo, la gran mayoría eran de colores diversos, algunas incluso eran más opacas, sin embargo vio un par de bellas gemas azules tiradas junto a las demás. Miró ambas con gran detenimiento, casi como si hubiera descubierto oro, y tomó con gran firmeza una de las dos.

–¡Eres tú! No te confundiría por nada del mundo. -Exhaló con gran alivio y la puso de nuevo en su bolsillo. En cierto modo le parecía ¿Romántico quizá? Llevar tan cerca a una persona importante.

Mientras recogía el resto de gemas y las colocaba en un separador con un espacio destinado a cada una, miró con detalle las opacas.

–¿Me dirá algo porque se ven así? -Preguntó al aire con cierta curiosidad.

Lo cierto es que incluso para él era extraño el cómo funcionaba lo que hacía. Se detuvo a pensar en lo extraño que era el haber descubierto que podía hacer todo eso por accidente. De repente, una imagen de cuando era niño le llegó a la mente y recordó la pintura que había hecho a su madre y después la de su padre, cosa que le estremeció.

Una vez todas las gemas estaban en su sitio, acomodadas y separadas entre las opacas y las brillantes, se sentó en el sofá observando aquella otra gema con un intenso azul. Tras meditarlo lo suficiente y creer con bastante fuerza, concluyó que aquella gema era ajena a Saira y por tanto, era la gema falsa.

Se levantó del sofá y fue a uno de los muebles cerca de la entrada, donde tenía un pequeño soporte donde aquella gema como canica cabía perfectamente.

Dejó la gema de su bolsillo en este, y procedió a guardar aquella gema falsa en el mismo ahora satisfecho de su decisión ya que no tendría que preocuparse si algo le ocurría a la misma, sería afectada otra persona desconocida, pero no Saira.

Regresó a su ventana donde aún permanecía el caballete y su paleta a un lado, la sensación de vacío que quedaba después de su pintura era extraña, manchas y salpicaduras de pintura para que al final desapareciera.

Recordó por un momento el cuadro con todas aquellas personas y las fotos que les había tomado.

«Un momento, no tengo ninguna mía.» Pensó mientras tomaba su teléfono para tomar una. Sin embargo su desilusión fue notoria cuando vio en su reflejo un rostro que no conocía, pero al tomar la foto era él, de verdad era él. Esos ojos verdes y aquel cabello púrpura, de alguna manera le daba inmenso gusto poder verse de nuevo pese a lo descuidado que ahora sabía que se veía, pues su cabello se veía desaliñado y podía observar el vello de una barba que asomaba tímidamente.

«Habría sido bastante cómico si en la foto salía ese sujeto.» Al pensar esto soltó una corta risita. «Y me veo terrible, aunque aún soy yo. Necesito un arreglo» Dijo con alivio en su mente tras mirar nuevamente la foto.

Se sentó cerca de la ventana dejando el caballete a un lado para así poder observar a las calles, mirando a la gente pasar los autos moverse y los enormes edificios asomarse por el horizonte. ¿Quizá debía expandirse? La idea le llamaba la atención, llevaba años viviendo de la misma manera, ahora podía permitirse ir más arriba.

Colocó sus manos en el suelo para así levantarse y estirarse. La noche era joven y el paisaje le parecía lo suficientemente llamativo como para salir aprovechando que el joyero le había pagado en la mañana. Tomó su pequeña bolsa con su libreta y carboncillo para así salir del complejo de departamentos y comenzó a caminar por las calles en silencio tarareando una melodía. Pasó rápidamente por una tienda de conveniencia para comprar una lata de whiskey con refresco, simplemente le agradaba el sabor.

Pintor de almas - SingularidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora