[Capítulo 7]

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Tras cerrar la puerta y ver a la peliblanca retirarse, el joven comenzó a saltar de emoción, aquella reunión o tal vez mejor llamarla "cita" había sido un éxito rotundo, después de todo no podía haber salido mejor.

Contento, se dirigió a su estudio, miró todo el cuarto, pese a que lo consideraba al mismo nivel que una pocilga con bonitas pinturas; los comentarios de Saira habían hecho que al mirarlo en retrospectiva, fuera un poco más bonito a sus ojos. Sin embargo, en cuanto miraba los retratos colgados en la pared su mirada se volvía sombría, después de todo era consciente de lo que le había hecho a aquellas personas, incluso Saira con la gema que poseía en su bolsillo.

Rápidamente comenzó a tomar todo lo que ocuparía, lienzos, pinceles, caballetes, etc. Poco le faltaba para llevarse incluso los retratos de las paredes. Movilizó todo esto a su habitación donde apenas al entrar se dio cuenta de que le faltaría espacio, por lo que dejando las cosas en la puerta y mentalizándose para lo que iba a hacer, colocó sus manos sobre el colchón el cual comenzó a mover arrastrándolo en lugar de cargarlo como había intentado antes con Saira, haciendo gran esfuerzo debido a su falta de actividad.

─ ¡De verdad voy a cambiar esta cosa apenas termine la pintura! -Decía entre dientes mientras arrastraba el colchón.

Tras un rato de mover su habitación de arriba abajo y arreglar las demás cosas poniendo plástico y protectores para las paredes y demás, se sentó en la cama soltando un fuerte suspiro cuando tuvo todo listo; si quisiera en ese momento podría empezar la pintura, pero le faltaba la gema de la corona. Se recostó un momento mientras miraba al techo, comenzó a imaginar cómo serían las pinturas, cómo se vería Saira en ellas; el mero hecho de pensar que verdaderamente cumpliría ese proyecto le emocionaba.

Tocó la gema de su bolsillo, no sabía si pasaría algo ya habiendo hecho la gema de la peliblanca ¿Volvería a cambiar? ¿Se rompería? ¿Verdaderamente quería que cambiase?

Estas preguntas aceleraron su corazón del nerviosismo, pero alguna solución debía surgir, tal vez ella podía firmar, presentarlas como proyectos sin firma, solamente poner su nombre en forma de placa, algo debería funcionar, pero no quería arriesgarse a dañar a Saira de ninguna manera.

Se levantó y una vez lista su habitación, se dirigió a la cocina, sentía sus tripas dando una orquesta que pedía por comida, así que se sirvió un poco de lo que había preparado para Saira y se sentó a degustar la comida nuevamente mientras observaba por el ventanal de su sala, podía ver los colores oscuros de la ciudad que solamente era iluminada por algunas ventanas y viejas farolas.

A la mañana siguiente, despertó con la luz del sol que ahora bañaba la ciudad, rascó sus ojos mientras bostezaba debido a que durante la noche había hablado un rato con Saira para decidir a qué hora se verían y demás detalles.

Pasadas las horas, unos minutos antes de la hora acordada, se encontraba tirado en el sofá viendo a la nada en el techo y sintiendo cómo la luz del sol quemaba su rostro cuando escuchó pasos fuera de su puerta. Leonard tomó su teléfono para ver la hora, y al verla, casi como un perro que espera la llegada de su amo, se emocionó con el ruido y fue a la puerta a abrirla, pero para su desilusión, era el motivo por el que estaba tirado en la sala esperando. Pagó la pizza que hacía casi una hora había pedido y que durante su ardua labor de ver a la nada, olvidó que llegaría, pero mientras se iba el repartidor dejó ver una silueta de una bella joven a un par de metros que apenas iba a llegar, sin embargo Leonard no pudo ver esto y cerró la puerta mientras dejaba la pizza sobre la mesa ahora limpia en comparación de la noche anterior.

Escuchó nuevamente el golpeteo en la puerta, podía soportar que aquel sonido le ilusionase una vez, dos veces era deprimente.

Cerró los ojos mientras suspiraba a la vez que abría la puerta.

Pintor de almas - SingularidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora