Aria
Me quedé un momento frente a mi puerta todavía conmocionada. Sabía que Alex, no se había ido y seguía ahí, de pie, analizando mis duras palabras. Sentía su acelerada respiración a través de la madera y recordé la vulnerabilidad en su mirada cuando se volteó a verme. Apoyé mi frente en la puerta, intentando controlar mis ganas de abrirla de golpe y pedirle explicaciones. Me quedé ahí escuchando sus pasos alejándose por el pasillo determinando si fue una buena decisión dejarlo ir.
Solté un suspiro y me dirigí al sofá con lágrimas en los ojos.
No sé cuántas horas pasaron, pero yo seguía sentada ahí, consternada por lo sucedido. Aún no podía asimilar lo que había pasado. Los dos me vieron la cara. Ninguno fue lo suficientemente sincero para decirme que se conocían, y mucho menos fueron capaz de confesarme el motivo, del porqué se odian a muerte.
Cerré los ojos deseando que todo fuese un sueño, no obstante, por más que lo intenté seguía viendo el rostro de Alex al momento de golpear a Ian. Estaba fuera de sí. Me aterré solo con mirarlo. Sus ojos transmitían dolor, pero no un típico dolor por celos o traición, sino un dolor de esos que te desgarran el alma.
Un leve sonido en la cerradura me hizo dar un salto. Kat entró al piso tambaleándose, con el cabello desordenado y el labial corrido.
Bueno, por lo menos una de las dos se divirtió.
—¿Qué haces ahí? ¿No deberías estar en la cama con el sensual Ian? —me preguntó con la lengua dormida, caminando hacia mí.
—¿Y tú no debías estar en casa de Arón?
Hizo una mueca de desagrado.
—Su hermana se está quedando con él y no quise conocerla vestida como una zorra —se dejó caer en el sofá bufando.
—No estás vestida como una zorra. Eres una zorra —corregí divertida.
—¡Cállate, perra maldita! —me lanzó un cojín a la cabeza, riendo.
Desde que conocí a Kat me di cuenta de que era una chica sumamente especial. El día en que la vi por primera vez llevaba solo una semana en Londres. Para mi desgracia ya se me había acabado el dinero y ese día me habían desalojado del hostal donde me hospedaba. No tenía dónde vivir, ni mucho menos que comer. Deambulé por las calles de la ciudad en busca de empleo, pero al no encontrar nada, me dirigí hacia el parque más cercano y tomé asiento justo al lado de la bella chica que hoy en día es mi mejor amiga. Su cabello rubio brillaba con el sol, mientras sostenía un sándwich con una mano y con la otra revisaba su móvil con cara de aburrimiento. Yo estaba prácticamente embobada saboreando el pan que tenía en la mano. Tenía muchísima hambre. Hacía dos días que no probaba bocado y no podía ocultarlo.
En ese momento levantó la vista hacia mí.
—¿Quieres? —me preguntó sonriendo amigablemente.
Rápidamente, aparte la vista, disimulando mi hambre.
—Vamos, no seas tímida —dijo acercándose a mí. Al no obtener respuesta de mi parte siguió hablando—. La verdad no tengo hambre, trabajo en un restaurante, así que te debes imaginar todo lo que debo comer durante el día y siendo sincera creo que debería empezar a cuidar la línea —se acercó más y susurró como si fuese un secreto—. Ya he subido tres kilos.
Dirigí mis ojos al sándwich y luego a ella. Tragué saliva y mojé mis labios. No podía darme el lujo de rechazarlo. No tenía idea de cuando iba a volver a comer algo sólido otra vez. Lo tomé despacio y me lo llevé a la boca saboreando cada ingrediente, sentía el sabor del pollo, la lechuga, el tomate y la mayonesa danzar dentro de mi boca.
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Una luz a Medianoche © (Libro 1)
RomancePrimer libro de la bilogía Medianoche🦋 Aria tiene sus demonios, ha pasado temporadas en el lado oscuro de la luna, hasta que una noche conoce a Alex, quien también ha estado allí. En el momento en que sus miradas chocaron supieron que sus vidas no...