Aria
—No puede terminar así —me dije a mí misma mientras bajaba deprisa las escaleras y corría hacia la puerta.
Eché hacia un lado los globos rosas con el número doce que estaban colgando en la entrada y salí de la casa a toda velocidad.
—¡No te vayas! —grité con voz desgarradora.
—Lo siento, no puedo seguir aquí —admitió abriendo la puerta de su auto.
Corrí desesperada a su lado.
—No me dejes, por favor —supliqué sollozando, mientras le agarraba el brazo con fuerza, impidiendo que subiera al auto—. Es mi cumpleaños, papá.
—¡Ya, suéltame! —Se zafó bruscamente y se giró con sus ojos marrones clavados en mí—. ¿Crees que me importa tu estúpida fiesta de cumpleaños?
—¿Te vas por el regalo que te pedí? —pregunté con lágrimas en los ojos—. No tienes que darme nada, papá, de verd...
—Que sepas; que jamás he querido a tu madre, ni a ti y mucho menos a tu hermanita —escupió con hastío—. Ahora, ¡apártate de mi vista!
Un nudo gigante se me formó en la garganta al mismo tiempo en que el corazón se me hizo trizas.
—¡No! ¡Eso es mentira! ¡Si me quieres, yo sé que sí!
Mi padre me miró con desprecio soltando una risa burlona.
—Ilusa.
Subió al auto y cerró la puerta de un golpe seco.
—¡No, por favor, Papá! ¡No me dejes! —grité mientras veía cómo se alejaba, dejándome en mitad de la calle con lágrimas en los ojos y el corazón destrozado.
Me desperté de golpe sudada y agitada. Me incorporé en la cama desorientada y observé a mi alrededor con desesperación. Me llevé la mano al pecho aliviada, al caer en cuenta de que estaba en mi habitación y no en mitad de la calle.
Llevaba años sin soñar con papá. Cuando era más pequeña, su recuerdo me perseguía noche tras noche, sofocándome, y haciendo que el trauma del abandono cruel y despiadado de ese hombre me torturara una y otra vez. Hubo un tiempo en que ese recuerdo se desvaneció de mi mente, incluso creí que lo había superado, pero luego ocurrió lo de Sam y bueno..., ahí estábamos de nuevo.
Tragué saliva y eché un vistazo el despertador en mi mesita de noche, 8:30 AM.
Maldición, no dormí nada.
Estuve despierta hasta las cuatro de la mañana, dado que a Kat se le ocurrió la maravillosa idea de traer a un chico al apartamento y hacer ruido como si estuvieran en la sabana africana, justo la noche previa al maldito evento.
Mi querida amiga era adicta a las apps de citas. Cada fin de semana traía a un chico desconocido a nuestro piso, perdón..., quise decir su piso, no el mío, debido a que, gracias a ella, tenía dónde dormir. Desde el momento en que la conocí, fue muy generosa al ofrecerme una habitación, y dejarme el alquiler a un bajo costo, cosa que le agradecía muchísimo. Si no fuese por ella, hubiera estado literalmente durmiendo en las bancas de un parque como una verdadera vagabunda.
Me levanté de la cama todavía agitada por el maldito sueño y fui directo al baño para darme una ducha. Al abrir la puerta, vi a un chico moreno desnudo mirándome como si fuera lo más habitual en su vida que alguien lo viera orinando.
Ahogué un grito y me cubrí los ojos con las manos.
—¡L-lo siento! No vi nada, te juro que no vi nada.
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Una luz a Medianoche © (Libro 1)
RomantizmPrimer libro de la bilogía Medianoche🦋 Aria tiene sus demonios, ha pasado temporadas en el lado oscuro de la luna, hasta que una noche conoce a Alex, quien también ha estado allí. En el momento en que sus miradas chocaron supieron que sus vidas no...