Capítulo 14🦋

2.8K 355 24
                                    

Alex

Conduje a toda velocidad por las calles de Londres. No podía parar de pensar en cómo comenzaría a relatarle a Aria mi historia con Hendrix. Abrirme a alguien era algo que me resultaba sumamente difícil. Nunca fui una de esas personas que hablan libremente de sus problemas, más bien era todo lo contrario. Reservado y callado. No me gustaba la idea de que todos supieran como me sentía a cada momento, esa era la razón por la que odiaba las redes sociales. Nunca me hice un Facebook, ni mucho menos un Instagram, ¿para qué?, ¿para mostrar mi perfecta vida y provocar envidia entre mis seguidores?, o peor aún, ¿para dar lástima subiendo stories con canciones tristes o mensajes melancólicos para que todos supieran que mi vida era una mierda? No gracias.

Contemplé a Aria por el rabillo del ojo. Seguía de brazos cruzados y con una expresión de enfado marcada en el rostro. Suspiré. Ser sincero con ella era mi mayor objetivo. Y más aun sabiendo que debía hablar de mi pasado, un pasado que me prometí no volver a recordar. Y saber que debía contarlo todo otra vez, como lo había hecho miles de veces en diferentes terapias, me provocaban ganas de vomitar.

            Yo no era una persona que solía andar odiando a todo el mundo. Mis padres criaron a Isabella y a mí de la mejor manera. Todo lo que nos enseñaron fue basado en el amor y en el respeto hacia la otra persona. No obstante, desde que Hendrix apareció en nuestras vidas, todas las enseñanzas se fueron al demonio. Mi alma se partió en dos y se comenzó a llenar de odio. Todo lo que salía de mis poros era impotencia, ira, frustración y culpa. Me alejé de todo y de todos. Mi familia me desconocía. Me encerré en mí mismo por más de cinco años, donde no era capaz de estar ni un solo día sobrio. Quería olvidar. Quería borrar y volver el tiempo atrás. Me sentía culpable, asqueado y me odiaba a mí mismo por estar tan distraído que no fui capaz de ver lo que iba a suceder.

            — ¡Por ahí no es mi casa! ¡Te desviaste! —exclamó Aria molesta, provocando que callara de golpe mis pensamientos.

            —No vamos a tu casa —respondí sin mirarla—. Vamos a la mía.

            —¡No quiero ir a tu casa!

            —Pues te aguantas. Porque iremos, aunque no quieras.

            Me miró incrédula y resopló cruzándose de brazos otra vez.

            —Pareces una niña pequeña teniendo un berrinche.

            —Y tú, un dictador de mierda.

            Reprimí una sonrisa. Escuchar a Aria decir groserías era como escuchar ángeles cantando, con su dulce voz los insultos se oían hermosos.

            Después de media hora de silencio incómodo y bufidos de Aria, por fin llegamos a la mansión. Ella bajó de mala gana estrellando la puerta del auto y subiendo las escaleras del porche malhumorada. La seguí tranquilo y suplicándole a los mil dioses que se calmara.

            Fausto nos recibió en la entrada y Minerva corrió a la cocina a prepararle un café cargado a Aria. Se notaba de lejos que venía un poco borracha.

            —¿Por qué me trajiste a tu casa? —preguntó con cara de pocos amigos.

            —Porque quise... —subí las escaleras.

            —¡Esa no es una respuesta Alex! —me siguió furiosa.

            —¡Señorita Aria! Aquí está su café.

            Minerva se apresuró a tenderle la tasa antes de que ella siguiera subiendo las escaleras.

            —Muchas gracias, Minerva, eres un amor.

Una luz a Medianoche © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora