Obra protegida por derecho de Copyright, por lo que NO es posible su copia, adaptación o distribución por ningún medio.
Aria
Una vez una vieja amiga me dijo: «a veces hay que tocar fondo a tal punto de destruirnos por completo para poder renacer».
Aquella tarde lluviosa de enero, no comprendí con exactitud lo que Bea quiso decir con esa frase. Tenía apenas trece años y no creía que podría existir alguien lo bastante estúpido como para querer destruirse a sí mismo. No obstante, los años pasaron y la fantasía en la que estaba viviendo fue desapareciendo hasta que solo quedaron rastros de polvo y ceniza, provocando que poco a poco fuese comprendiendo el verdadero significado de esa extraña frase.
En aquel instante no estaba al tanto de que lo que salió de la boca de Bea esa tarde, era tan cierto como todo lo que me enseñó día tras día durante tres años. De pronto, tuve la sensación de que, con cada lección que me brindaba, me estaba preparando inconscientemente para el infierno que me vendría encima. A pesar de que, en ese momento, ni ella ni yo teníamos la capacidad de imaginar la magnitud de la explosión volcánica que se acercaba.
No lo vi venir.
Ni siquiera divisé las pequeñas chispas que saltaban desde los brazos de Sam cada vez que me abrazaba. Ignoré por completo las señales que me envió el universo. No percibí el letrero de «detente, futura explosión», pintado de amarillo fluorescente en la frente de aquel chico dulce. No lo vi... ¿Por qué? Porque fui demasiado ingenua, y cuando el fuego ya me tenía rodeada, supe que estaba jodida...
Clavé los ojos en la ventana de mi habitación contemplando la luna. Me recordaba a mi vieja yo, quien brillaba a pesar de estar rodeada de oscuridad. Aquella vieja yo, que creía en las personas, en el amor, en el destino y que se dio cuenta de la peor forma en que nada de eso existía en realidad. Las personas mentían y te utilizaban para satisfacer sus necesidades, el amor estaba sobrevalorado y el destino solo traía consigo tragedias.
Solté un suspiro y volví a mirar la pantalla de mi móvil.
Habían transcurrido dos años desde que Sam me dejó. Bueno, prácticamente fue así, ya que ni siquiera fue capaz de terminar conmigo de frente, simplemente se largó de mi vida, así como así, sin darme ningún tipo de explicación. Por lo tanto, supuse que habíamos terminado, cualquiera lo hubiera pensado, ¿no lo creen?
Durante todo el día, me resultó imposible no revisar sus redes sociales, debido a que era nuestro aniversario de término. Sí, soy penosa, lo sé. Pero es que seguía teniendo la esperanza de que publicara algo respecto a nosotros. Sin embargo, como cada 7 de mayo, lo único que hacía era alardear lo feliz que estaba en su nueva vida.
—¿Otra vez stalkeando a ese imbécil? —preguntó Kat entrando a mi habitación.
Dejé el móvil a un lado y la miré con fastidio.
—¿No sabes tocar?
Ignoró mi comentario, y se giró hacia el espejo de cuerpo entero que se encontraba colgado en la puerta de mi vestidor.
—Ya han pasado dos años desde que te dejó plantada en otro continente. Sinceramente, amiga, debes superarlo —sugirió, mientras observaba cada detalle de su vestido.
Tragué saliva para disimular el dolor que me causó su comentario. Aunque no lo demostrara a diario, su recuerdo todavía me afectaba. Así que antes de seguir hurgando en la herida, decidí cambiar de tema.
—Y tú, ¿Qué haces vestida así? ¿Vas a salir?
—Voy a conocer a mi futuro novio, Arón —respondió, con una mirada coqueta. Enseguida me mostró una foto en su teléfono de un chico moreno con unos abdominales de infarto—. Hoy me invitó a una fiesta. Si quieres, me acompañas y buscamos juntas un galán para que te vayas a dormir.
ESTÁS LEYENDO
Una luz a Medianoche © (Libro 1)
RomantizmPrimer libro de la bilogía Medianoche🦋 Aria tiene sus demonios, ha pasado temporadas en el lado oscuro de la luna, hasta que una noche conoce a Alex, quien también ha estado allí. En el momento en que sus miradas chocaron supieron que sus vidas no...