Dos tristes tigres

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Aunque el timbre suena una vez, no se mueve mientras amasa con nerviosismo la plastilina entre sus dedos.

Vuelve a timbrar casi un minuto después, contó los segundos, pero tampoco quiso atender, no debía abrirle a extraños.

La tercera timbrada es más pronta que la anterior, contó treinta y siete segundos intermedios.

La cuarta y la quinta vez hacen que los vellos de sus brazos se levanten, son insistentes y desea con todas sus fuerzas que la persona que llama se vaya lejos, que no le encuentre jamás.

Dejan de tocar el timbre y golpean la puerta con fuerza, constante como el reloj en la pared y tal vez es hora de dejar la plastilina a un lado e ir a enfrentar la situación.

Se asoma por la hendija de la puerta de su dormitorio, la vista da al pasillo junto a las escaleras, desde donde puede ver la sombra que sigue golpeando sin descanso del otro lado de la entrada.

De repente, hay silencio.

Se llena de valentía con un suspiro y toma la escoba antes de abrir.

El pasillo es frío y oscuro, nunca le gustó más que cualquier otro lugar de la fea casa que en realidad es tan bonita como confusa. Todos los dormitorios se parecen, las escaleras contiguas que escalan hasta el cuarto piso le hacen voltear con la impresión de que alguien le persigue... o tal vez solo le asusta que su dormitorio de para la calle y se encuentre tan expuesto al zigzag de las gradas.

Un ruido detrás hace que se gire con miedo y en el zaguán a sus espaldas hay un niño, no duda en apuntarle con la escoba.

—Mami, ¿Aún no-aún no te has vestido?

De alguna manera, esas palabras suenan raras para ella, pero más familiares de lo que esperaría. Tal vez es porque el niño tiene voz tierna o porque su cara le recuerda remotamente a alguien que alguna vez conoció y ya no ubica bien.

Ring ring, un celular suena, parecido al timbre de la casa.
El niño contesta.

—Bu-buenas tardes.—Él se inclina en una reverencia mientras pega el aparato a su oreja, ella solo lo mira estática desde su lugar, bajando la escoba pues califica al niño como inofensivo.—Sí, ella se-se acaba de-de despertar. No demoramos, dis-disculpa. Sí, gra-gracias.

Cuando cuelga, ninguno dice algo antes de que el menor la tome de la mano hacia el baño.

Ahí hay una radio sobre el tocador, ella la puso ahí hace tanto tiempo que ya no se acuerda, pero él parece saberlo porque la enciende de puntillas antes de llenar una lavacara con agua. Está tibia y tiene manzanilla, es un olor que le recuerda a cuando era niña.

—Así me bañaba mi mamá—le confiesa al niño mientras él le enjuaga el jabón de la cara.

Recibe una sonrisa ante eso, luego él sale del baño y vuelve ochenta y cuatro segundos después con una muda de ropa.

— ¿Qui-quieres tu-tu collar de-de estrella-lla o el de-de luna?

El niño sostiene frente a sus ojos ambas opciones, está segura de que ambas piezas son suyas, pero solo reconoce una, así que la señala. Sabe que es su favorita, le recuerda a...

— ¿Dónde está Mingyu? Quiero ver a Mingyu.

—Soy yo, mami—dice el niño con emoción antes de cerrar la puerta.

Frunce el entrecejo, confundida.

Él no es Mingyu.

(. . .)

— ¡Wonwoo!

A penas la puerta se abre, Mingyu corre a él y mientras lo abraza, Dowoo lo saluda con la mano.

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⏰ Última actualización: Feb 15 ⏰

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