4- Amor desdichado

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La mañana era muy soleada y Hanji parecía ocupada en algún lugar apartado de los amplios jardines del palacio. Ella era buena inventando objetos de todo tipo, pero desde que se mudó al palacio, ya no tenía demasiado con lo que matar el tiempo.

Sus ánimos sin embargo eran de sumo optimismo en esa mañana en especial, aunque aún no era capaz de procesar lo que había ocurrido la noche anterior.

Por aquellos no tan lejanos días de su niñez, la presencia de esa persona ya estaba en su vida.

En algún momento jugaron juntas mientras eran niñas, pero pronto junto con la llegada de la adolescencia sus destinos se vieron interferidos.

Hanji vio con sus propios ojos cómo Yelena se convirtió con el transcurso de los años en una hermosa soldado, la cual podía adjudicarse el título de la mejor lanzadora del tiro al arco y en la actualidad tenía un puesto importante a cargo de la seguridad del palacio.

A pesar de crecer juntas, siempre existió una marcada diferencia de clases al pertenecer a mundos distintos y en el presente apenas se dirigían la palabra una a la otra.

Cuando Yelena fue escogida para pertenecer al selecto grupo de soldados a cargo de la seguridad del palacio, Hanji por alguna razón se sintió feliz y desde entonces, cada día llegaba hasta los jardines sólo para contemplarla en silencio.

Desde el anuncio de matrimonio, Hanji perdió la poca fe que tenía en la humanidad. Se sentía decepcionada y de alguna manera traicionando sus propios ideales. Se sentía algo así como un objeto de intercambio, pero debía obedecer a su familia y casarse con ese hombre. Días antes del matrimonio, pensó en quitarse la vida. Tal vez tomar una soga y atarla a su cuello, en ingerir veneno o lanzarse al vacío, pero descubrió que quizás era demasiado cobarde para eso.

Al final sólo asumió su destino impuesto, podría soportarlo si a diario podía cruzar miradas al menos con esa mujer. Aunque ella estaba consciente de que la única mirada que podía conseguir de Yelena, era una mirada llena de frialdad.

Pero eso no fue lo que precisamente sintió la noche anterior. Desde el momento en que la puerta de su habitación se abrió y oyó el pesado sonido de la armadura metálica desplazándose por sus lujosos aposentos. El ambiente se sentía distinto. El aire que respiraban cambió por completo desde que Yelena puso un pie en su habitación.

Quizás la vida se apiadó un poco de Hanji y la hizo despertar de su pesadilla. El silencio era llenado por sus propias respiraciones con un tinte de nerviosismo. Hanji no comprendía el porqué, pero frente a ella estaba la mujer que le quitaba el sueño desde hace ya tanto tiempo, en medio de la penumbra de esa cálida noche de primavera.

—Lamento la visita a estas horas —Yelena desvió la mirada, incapaz de verla directo al rostro.

—¿De verdad has venido sólo por mí?

La mujer más alta retrocedió con torpeza, Hanji había salido de la cama y se estaba acercando demasiado a ella. Pero entre morir a manos del rey o pasar la noche con su esposa ante la desafortunada confusión de Erwin Smith, Yelena prefería la muerte.

Yelena no podía hacerle eso a ella. Hanji desde el inicio no pertenecía a su mundo, pero la vida se encargó una vez más de hacerle ver que no siempre podía hacer su voluntad.

—Nunca podré amar a ese hombre y tú sabes la razón —confesó Hanji de pronto.

Yelena evitó en todo momento mirarla, pero entendía que aunque lo hubiera intentado, sus evidentes barreras en las clases sociales jamás le permitirían anhelar a una mujer como ella. Hanji estaba prohibida desde muchos aspectos, aún más desde que era la mujer del mismísimo rey.

Luz en la oscuridad [Zevi / Historia completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora