Capítulo 5. La caida

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No tuve la facilidad de distinguir el auto en el que me llevaba

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No tuve la facilidad de distinguir el auto en el que me llevaba. Cuando por fin pude conseguir moverme por mi propia cuenta una de sus manos se encontraba en mi pierna, posesiva, dominante y con las venas resaltadas.

Recorrí su alargada figura, un traje, corbata y chaleco negro, exceptuando la camisa que era blanca. Un reloj en su muñeca que probablemente valdrían más que un semestre de mi carrera. Llevaba su ropa a la medida y acentuaba bien cada extremidad de manera que fuera atrayente para cualquier espectador.

Tragué fuerte y de un movimiento feroz alejé mi cuerpo de él.

Volteó lentamente, como un animal en plena caza, peligroso y cauteloso.

—Ya puedes moverte.

—Eres un genio —ironicé.

—Tus bromitas me molestan.

—Tú me molestas.

Si esto fuera un ajedrez, yo hice jaque.

—Además —continué al tiempo que me cruzaba de brazos—, me has secuestrado, entraste a mi departamento y me tomaste a la fuerza, eres un desgraciado.

Sus ojos eran misiles.

—En primer lugar, cobré por lo acordado y que ahora me pertenece, o sea tú, y en segundo, no hubiese entrado a tu departamento si aquel día te hubieras ido conmigo.

Era increíble su cinismo, estaba patidifusa por la manera tan repulsiva de hablar, era crueldad vestida de una naturalidad escalofriante.

—No soy una mercancía.

—No dije que lo fueras.

—Pues eso es lo que siento, eres un abusivo y asqueroso...

—No debes de hablarme así —advierte con voz ronca y una mirada que amilanaba a cualquiera por la oscuridad que desprendía.

—Y tú no tienes derecho sobre mí.

Alcanzó mi muñeca para sacudirme y verlo de frente. Era demasiado fuerte y violento.

—Deja de retarme, Madeleine, no sabes con quien te metes.

Me quedé en silencio, evitando ser arrastrada a esa atmósfera espantosa de maldad.

—Bien —concedí, con ganas de que gotitas de ácido perforaran mi piel.

Suavizó su agarre y me soltó.

—Vivirás conmigo y harás lo que yo te diga.

Resoplé hastiada y vi que él me fulminaba con la mirada. Sus ojos monstruosamente penetrantes me hicieron removerme del asiento y debatirme las contestaciones o incluso los movimientos que hacía frente a él.

—Inicio el semestre el lunes.

—Te olvidas de eso.

Eso sí que no.

1° El amo del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora