Capítulo 25. Vampiro de fuego

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Después de que Gastón se fuera derrotado—debo de aclarar—seguí con mis diligencias

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Después de que Gastón se fuera derrotado—debo de aclarar—seguí con mis diligencias. Llegó una pareja intoxicada a la cual apoyé para lavarles el estómago.

Curé unas heridas abiertas por trabajos de soldadura. Coloqué otro yeso a una adolescente que quiso hacerse la valiente al subir a un árbol viejo porque sus amigos la retaron. Odio a los adolescentes.

Mi alma era de una mujer de ochenta, así que tenía mis razones para no soportar a las personas que se encontraban entre sus doce y diecisiete años.

Llegó mi hora de descanso y corrí a las habitaciones donde podría dormir aunque fueran treinta minutos. Desaparecí, no existía para nadie y fue mi momento. Miré el reloj de mi muñeca marcando las tres de la mañana en punto; me fui a la opción de alarmas en mi móvil para activar una dentro de media hora y me dejé caer en la cama.

Respondería los mensajes de texto luego de mi sueño reparador.

No pasó ni un minuto cuando el crudo silencio reinó. En mi descanso para conciliar el sueño algo me alertó, el aire acondicionado dejó de funcionar y los generadores de luz se detuvieron.

Mierda... las cirugías que estuvieran en curso estarían en problemas. Muy a mi pesar me puse de pie, posiblemente alguien me necesitaría y mi deber era estar ahí.

Me coloqué mi bata y mientras lo hacía la puerta del dormitorio se abrió bruscamente de golpe, di un respingo como respuesta, pero nadie había entrado. El vacío de la oscuridad era solo lo que alcanzaba a ver, al igual que escuchar los gritos y las voces de los doctores para poner todo en calma.

Me quedé quieta un momento y me obligué a pensar que fue algún estudiante o doctor que se había frustrado por el apagón, y se le hizo fácil golpear la puerta con esa rudeza para descargar sus emociones negativas.

Sí.

Eso suena lógico.

Me asomé por el pasillo cubierto de oscuridad, no podía ver nada claro. Busqué mi móvil para encender la linterna y en eso, sentí un aire frío que me llegó por la nuca. Mi piel se erizó al instante.

Volteé hacia atrás, al otro lado del pasillo y mi ansiedad se disparó al no encontrar nada inusual.

—Cálmate, Maddy, no hay nada.

«Cálmate, Maddy, no hay nada.»

Sonó una voz ronca al otro lado del corredor, fue espeluznante, como si se burlara de mí. Mierda. En un parpadeo alcancé a atisbar dos focos rojos que flotaban en el pasillo.

Sacudí mi cabeza y me esforcé por aclarar mi vista. No, esos no eran focos, eran ojos, se cerraron y abrieron para confirmar mi sospecha. Retrocedí al escuchar un rugido parecido al de un animal, algún león.

Chillé completamente asustada y me encerré en la habitación.

«Maddy...»

Esa voz en mi cabeza jugaba conmigo. Tapé mis orejas y me hice pequeña en la esquina del cuarto, entre las literas. Cerré mis ojos, deseando y rezando porque esto se terminara.

1° El amo del caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora