Elizabeth se ha trasladado a vivir al corazón de Camelot por su trabajo de periodista de investigación.
Todos los días, sale de la redacción sobre las diez de la noche, camina un par de callejones hasta el metro más cercano. El ambiente de la antigua ciudad le fascina, caminar a esas horas por las calles sacadas de la época de caballeros y dragones; imagina como sería una vida en la que ella como princesa camina por su reino con tranquilidad.
Desde que llegó de Liones, su rutina en la ciudad de la niebla densa siempre es la misma. Pasa el día en el trabajo, sale a las diez y toma el metro hasta su apartamento. Así fue durante un tiempo.
Un día cualquiera, salía de trabajar a la misma hora. Pasó por el callejón que tomaba todos los días para acortar hasta el metro pero algo en el ambiente cambió, sintió frío y también se sintió observada. Le pareció ver en la penumbra unos ojos púrpura, fue solo un segundo, pero uno que casi escupe el corazón.
A partir de entonces, sin saber muy bien porqué, aquellos ojos púrpura los veía por todas partes. En el trabajo, cuando estaba concentrada en un artículo le parecía ver aquellos ojos en el edificio de enfrente. En el callejón, en el túnel del metro; incluso, en su apartamento cuando se despertaba por las noches sobresaltada por las pesadillas.
Empezó asustarse, hasta tal punto, que fue a un psiquiatra porque creía tener alucinaciones.
Un día, bajo la llovizna característica de Camelot, caminaba por unos de los barrios más antiguos de la ciudad. Al pasar por una casa antigua, observó que la puerta estaba abierta y en la oscuridad encontró los ojos púrpura que la atormentaban.
Decidida a investigar, por su salud mental y por la periodista que llevaba en su interior, se adentró en la vieja casa. Se quedó prendada de su belleza arquitectónica, era como estar paseando por el siglo pasado.
De las paredes desnudas, colgaban varios retratos de hombres de ojos color púrpura con una pizca de fuego en ellos.
Avanzó hasta un largo pasillo, al fondo había una puerta acolchada de color rojo. Queriendo descubrir más, tomó la manija de la puerta y abrió. Estaba oscuro, salvo por una tenue luz provocada por las velas que ondeaban con la presencia de Elizabeth.
En el centro de la habitación, había una mesita redonda con una copa de vino. En una de las paredes colgaba un retrato imponente, se retrataba a un hombre de cabellos como rayos de sol, que ligeramente tapaba su rostro salvo la boca. Le habían dibujado con un rastro de sangre en la comisura de los labios. Elizabeth se acercó más al retrato atraída por su belleza terrorífica. De pronto, sintió frío y alguien suspirar.
-Belleza clásica...-
- ¿Quién eres? - se giró buscando aquella voz melódica.
A sus pies llegó una tarjeta de visita, se agachó para recogerla, en letras púrpura decía "Red demoniaca, complacemos al mortal".
- ¿Qué significa esto?- dijo hablando al aire.
-No me creerías dulce Elizabeth- su tono ronco y grave causo un escalofrío en ella.
- Sabes mi nombre...- se quedó impactada a sus palabras.
-Olvida todo lo que sabes y déjame enseñarte una parte que todo mortal desea-
-¿Qué se supone que deseo?- habló con ansiedad, estaba temblando de miedo.
-Ser amada por un inmortal-
- ¿Qué clase de inmortal eres?- le siguió la corriente pensando que había dado con un demente.
-Soy un demonio muy antiguo, sé que no me crees. Mi nombre es Meliodas, recuérdalo-
De repente, Elizabeth sintió como alguien la tomaba a una velocidad sobrehumana y la colocaba en la cama que había en una parte de la habitación. Cuando quiso darse cuenta, estaba atada de pies y manos a los postes de la cama.
Tenía la respiración agitada, aquello no podía ser verdad, los seres inventados por la literatura fantástica no podían existir. Una sombra se alzó sobre su cuerpo, era el ser más hermoso que hubiera visto nunca, una belleza épica. Se quedó hipnotizada, perdió la noción del tiempo, lo único que deseaba era ser amada por aquel ser.
-¿Me amas?- preguntó con la voz más sensual que ella pudiera imaginar.
-Te amo- Elizabeth estaba en un estado de trance provocado por el demonio.
Meliodas desabrochó su camisa blanca dejando al descubierto sus grandes pechos con unos pezones sonrosados deliciosos, enrolló la falda en la cintura y con sus colmillos de depredador le arrancó las bragas. Elizabeth disfrutaba como nunca en su vida.
El demonio lamió desde la punta de su pie, pasando por sus turgentes muslos hasta su delicada flor. Elizabeth se arqueó de placer. Siguió por su vientre, llegó a sus pechos y pellizcó sus pezones. Subió hasta su cuello y se entretuvo besando su vena.
Dejó salir su naturaleza y mordió con fuerza moderada degustando a Elizabeth. Sus pupilas púrpura se dilataron al probar la sangre, era como tener diez orgasmos a la vez, el efecto en un mortal era provocar un orgasmo con la mordida. Elizabeth gritó de placer mojando sus partes íntimas.
El demonio una vez empezó no pudo parar. Bajó hasta su sexo y lamió primero su jugo, después, mordió sus muslos. Elizabeth tuvo su segundo orgasmo. Meliodas se despojó de sus ropas, excitado se introdujo en su sexo. Con movimientos suaves, fue haciéndole el amor, le gustaba sentir placer con un mortal. Entraba y salía teniendo pequeños placeres. Mordió un pecho haciendo que la chica volviera a correrse entre espasmos, sabía que su intimidad estaba muy sensible pero su mirada estaba hambrienta de deseo.
Aceleró sus embestidas, estaba a punto de alcanzar el placer inmortal con un orgasmo distinto al mortal. Para hallarlo debía beber de su sangre, sin entretenerse, mordió el cuello de Elizabeth; esta vez, más intensamente. Casi la volvió loca de deseo. Meliodas alcanzó su objetivo con los labios impregnados de sangre.
Elizabeth despertó a la mañana siguiente en su cama, desconcertada, se sentó en el filo de la cama. Por el rabillo del ojo, vio en una esquina de la habitación al demonio de ojos púrpura observándola con los brazos cruzados.
-Eres real...-
- Si querida, ahora perteneces a la Red demoniaca. Ahora me perteneces- esto último lo dijo más fuerte para dejarlo en claro.
-¿Qué es la Red Púrpura?- pregunto confundida.
- La red del placer inmortal. No te obligaré, pero... ¿quieres ser mía?-
- Sí - no tuvo que pensarlo porque deseaba con todas sus fuerzas formar parte de la Red demoniaca, no, deseaba ser de Meliodas.
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ONE-SHOTS MELIZABETH
Fanfiction¿Te gustaría saber hasta donde pueden llegar tus personajes favoritos? Breves historias Melizabeth que te harán volar la imaginación