PIPER XXVII

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Piper quería echar a correr al ascensor.

Su segunda opción era atacar a aquella princesa tan rara entonces, pues estaba segura de que se avecinaba un enfrentamiento. La forma en que le había brillado la cara cuando había oído el nombre de Jason había sido bastante inquietante. En ese momento Su Alteza estaba sonriendo como si no hubiera pasado nada, y no parecía que Jason y Leo creyeran que pasaba algo.

La princesa señaló el mostrador de cosméticos.

—¿Empezamos por las pociones?

—Estupendo—dijo Jason.

—Chicos—interrumpió Piper—, hemos venido a por los espíritus de la tormenta y el entrenador Hedge. Si esta... princesa... es realmente nuestra amiga...

—Oh, soy más que una amiga, querida—dijo Su Alteza—. Soy una dependiente—sus diamantes relucían, y los ojos le brillaban como los de una serpiente: fríos y oscuros—. No te preocupes. Bajaremos a la primera planta, ¿vale?

Leo asintió, entusiasmado.

—¡Sí, claro! Nos parece bien, ¿verdad, Piper?

Piper se esforzó por fulminarlo con la mirada: "¡No, no está bien!".

—Claro que sí—Su Alteza posó las manos en los hombros de Leo y Jason, y los llevó a la sección de cosméticos—. Venid, chicos.

A Piper no le quedó más remedio que seguirlos.

Detestaba los grandes almacenes, y más aún unos regentados por una princesa loca que brillaba en la oscuridad. Podía ver sus colores, llenos de falsedad, amargura e ira... muchísima ira. Era tan impura que tuvo que contenerse para no sacar un arma en ese mismo instante.

—Y aquí está el mejor surtido de pócimas mágicas que se puede encontrar.

El mostrador estaba repleto de vasos de precipitación burbujeantes y ampollas humeantes apoyadas en trípodes. Los expositores estaban llenos de frascos de cristal, algunos con forma de cisnes o dispensadores con silueta de oso. Dentro había líquidos de todos los colores, de un blanco reluciente a un tono moteado. Y los olores... ¡Uf! Algunos olían bien, a galletas recién horneadas o rosas, pero otros estaban mezclados con aromas de neumático quemado, orina de mofeta y taquilla de gimnasio.

La princesa señaló un frasco de color rojo sangre: un sencillo tubo de ensayo con tapón de corcho.

—Este cura cualquier enfermedad.

—¿Incluso el cáncer?—preguntó Leo—. ¿La lepra? ¿Los padrastros?

—Cualquier enfermedad, encanto. Y este frasco—señaló un recipiente con forma de cisne que contenía un líquido azul—, mata a una persona de forma muy dolorosa.

—Increíble—dijo Jason.

Su voz tenía un tono aturdido y soñoliento.

—Jason—dijo Piper—, tenemos trabajo pendiente, ¿recuerdas?

Intentó infundir convicción a sus palabras, sacarlo del trance en el que estaba mediante la embrujahabla, pero su voz le sonaba temblorosa incluso a ella. La princesa la asustaba demasiado, hacía que su seguridad se viniera abajo, como se había sentido en la cabaña de Afrodita con Drew.

—Trabajo pendiente—murmuró Jason—. Claro. Pero vamos a comprar primero, ¿de acuerdo?

La princesa le sonrió.

—También tenemos pociones para resistir el fuego...

—Eso ya está resuelto—dijo Leo.

—Ah, ¿sí?—la princesa examinó la cara de Leo más detenidamente—. No parece que lleves mi protector solar exclusivo, pero no importa. También tenemos pociones que provocan ceguera, locura, sueño o...

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora