TERCERA PERSONA LIII

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Un lobo se abalanzó sobre Jason, que retrocedió y estampó su puño contra el hocico de la bestia con un crujido que lo llenó de satisfacción. Tal vez sólo la plata pudiera matarlo, pero una buen puñetazo de toda la vida podía provocarle una jaqueca de campeonato.

Se sentía demasiado débil como para adoptar su forma de batalla, tenía frío y deseaba conseguir pronto alguna ropa como la de Thalia que se expandiese junto con su cuerpo al momento de luchar.

Aún así, con todo y una mano de menos, la fuerza y velocidad del hijo de Zeus seguía siendo de primer nivel, no caería fácilmente incluso estando desarmado.

Oyó ruido de cascos y al volverse en dirección al sonido vio que un espíritu de la tormenta con forma de caballo se echaba encima de él. Se concentró e invocó el viento. Justo antes de que el espíritu pudiera pisarle, se lanzó al aire, agarró el pescuezo del caballo de humo y se subió a su lomo haciendo una cabriola.

El espíritu de la tormenta retrocedió. Intentó sacudirse a Jason de encima y luego disolverse en la niebla para deshacerse de él, pero Jason permaneció montado. Ordenó al caballo que conservara su forma sólida, y el caballo pareció incapaz de negarse. Jason notaba cómo luchaba contra él. Percibía sus pensamientos furiosos: el caos absoluto esforzándose por liberarse. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para imponerle sus deseos y controlar al caballo. Pensó en Eolo, supervisando a miles y miles de espíritus de la tormenta como ese, algunos mucho peores. No le extrañaba que el señor de los vientos se hubiera vuelto loco después de millones de años sometido a esa presión. Pero Jason sólo debía dominar a un espíritu, y tenía que vencer.

—Ya eres mío—dijo.

El caballo corcoveaba, pero Jason se agarró bien. Su crin temblaba mientras daba vueltas alrededor del estanque vacío, levantando con sus cascos tormentas en miniatura—tempestades—cada vez que entraban en contacto.

—¿Tempestad?—dijo Jason—. ¿Te llamas así?

El caballo sacudió su crin, alegrándose visiblemente de que lo hubiera reconocido.

—Bien—dijo Jason—. Ahora luchemos.

Se lanzó a la carga en la batalla, lanzando golpes y patadas, apartando a los lobos y arrojándose directamente entre otros venti. Tempestad era un espíritu fuerte, y cada vez que se abría paso entre uno de sus hermanos, descargaba tanta elecricidad que el otro espíritu se evaporaba en una nube de niebla inofensiva.

En medio del caos, Jason entrevió a sus amigos. Piper estaba rodeada de terrígenos, pero parecía defenderse bien. Estaba tan imponente mientras luchaba, casi reluciente de belleza, que los terrígenos se la quedaban mirando con temor y se olvidaban de que tenían que matarla. Sonreían... hasta que ella los hacía pedazos con su daga y se derretían formando montones de barro.

Leo se había enfrentado a la mismísima Quíone. Aunque luchar contra una diosa debería haber sido un acto suicida, Leo era el hombre indicado para la labor.

Se paró frente a su enemiga, sujetó en alto su disco metálico y sonrió como un loco.

—Imaginar y crear. Lo que otras personas llaman "Dios", yo lo llamo leyes de la física—anunció—. Ahora... ¡¡Es momento de que superemos a los dioses!!

El disco comenzó a expandirse y ensamblarse, rodeando al hijo de Hefesto de pies a cabeza. Una armadura completa de estilo griego envolvió su cuerpo con placas de Bronce Celestial, sus brazos y piernas fueron cubiertos por versiones robóticas más grandes de los mismos, un par de propulsores asomaron desde la espalda del traje, dos alas metálicas encendidas en fuego se extendieron tras sus hombros y su brazo derecho se convirtió en un cañón que brillaba al rojo vivo.

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora