PIPER XXVIII

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Piper arrinconó a la princesa mientras Jason y Leo iban a mirar los abrigos de piel vivos.

—¿Quiere que hagan compras antes de su muerte?—preguntó Piper.

—Hummm—la princesa quitó el polvo de una vitrina que contenía espadas—. Soy vidente, querida. Conozco tu secretillo. Pero no nos interesa detenernos en él, ¿verdad? Los chicos se lo están pasando en grande.

Leo se echó a reír al probarse un gorro que parecía hecho de piel de mapache encantado. Su cola anillada se movía nerviosamente, y sus patitas se meneaban frenéticamente mientras Leo andaba, ni siquiera estaba interesado por analizar o estudiar las cosas a su alrededor, ni se había quejado por las repetidas menciones de magia. Jason estaba mirando ávidamente la ropa deportiva masculina. ¿Los chicos interesados en comprar ropa? Una señal definitiva de que estaban bajo los efectos de un hechizo maligno.

Piper lanzó una mirada asesina a la princesa.

—¿Quién es usted?

—Ya te lo he dicho, querida. Soy la princesa de Colchis.

—¿Dónde está Colchis?

La expresión de la princesa se volvió un poco triste.

—Querrás decir dónde estaba. Mi padre gobernaba las lejanas orillas del mar Negro, lo más lejos que un barco griego podía navegar al este en aquel entonces. Pero Colchis ya no existe... Se perdió hace eones.

—¿Eones?—preguntó Piper. La princesa no aparentaba más de cincuenta años, pero una terrible sensación empezó a invadir a Piper: algo relacionado con un comentario que había hecho el rey Bóreas en Quebec—. ¿Cuántos años tiene?

La princesa se echó a reír.

—Una dama debería evitar hacer esa pregunta o contestarla. Digamos que los trámites de inmigración para entrar en vuestro país me llevaron bastante tiempo. Mi patrona me trajo por fin. Ella hizo todo esto posible.

La princesa señaló los grandes almacenes con un gesto amplio del brazo.

Piper notó un sabor metálico en la boca.

—Su patrona...

—Oh, sí. Claro que ella no trae a cualquiera: sólo a aquellos que tienen dotes especiales, como yo. Y me exige muy poco: que la entrada de la tienda sea subterránea para poder supervisar a mi clientela y algún favor de vez en cuando. ¿Sólo eso a cambio de una nueva vida? La verdad es que es el mejor trato que he hecho desde hace siglos.

"Corre"—pensó Piper—. "Tenemos que salir de aquí".

Pero antes siquiera de que pudiera expresar sus pensamientos con palabras, Jason gritó:

—¡Eh, mirad esto!

Levantó de una percha con la etiqueta ROPA DE SEGUNDA MANO una camiseta de manga corta morada como la que llevaba en la excursión escolar, sólo que aquella parecía haber sido desgarrada por unos tigres.

Jason arrugó la frente.

—¿Por qué me suena tanto?

—Jason, es como la tuya—dijo Piper—. Tenemos que marcharnos ya.

Pero no estaba segura de si él podía oírla bajo el encantamiento de la princesa.

—Tonterías—dijo la princesa—. Los chicos no han acabado, ¿verdad? Y sí, querida. Esas camisetas son muy populares: canjes de anteriores clientes. Te sienta bien.

Leo tomó una camiseta naranja del Campamento Mestizo con un agujero en el centro, como si la hubiera atravesado una lanza. Al lado había un peto de bronce abollado con manchas de corrosión—¿ácido, tal vez?—, y una toga romana hecha jirones y tiznada de algo con un inquietante parecido con la sangre seca.

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora