LEO XXXVIII

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Leo creía que él era el que tenía peor suerte del grupo, lo cual era decir mucho. ¿Por qué no tenía él una hermana a la que había perdido hacía mucho tiempo o un padre que era una estrella de cine y necesitaba que lo rescatara? Lo único que él tenía era un cinturón portaherramientas y un dragón que se había averiado en mitad de la misión. Tal vez fuera la estúpida maldición de la cabaña de Hefesto, pero Leo no lo creía. La mala suerte le había acompañado desde mucho antes de llegar al campamento.

Al cabo de mil años, cuando se relatara esa misión en torno a una fogata, se imaginaba que la gente hablaría del valiente Jason, la hermosa Piper y su compinche Valdez el Llameante, que los acompañaba armado de un cinturón con destornilladores multidimensionales  y de vez en cuando preparaba hamburguesas de tofu.

Durante un minuto, Jason y Thalia se quedaron el uno frente al otro, anonadados. Entonces ella echó a correr y lo abrazó.

—¡Dioses míos! ¡Ella me dijo que estabas muerto!—tomó la cara de Jason entre sus manos y la miró como si estuviera inspeccionando todos sus rasgos—. Gracias a Artemisa, ¡Eres tú! La pequeña cicatriz del labio: ¡Intentaste comerte una grapadora cuando tenías dos años!

Leo se echó a reír.

—¿En serio?

Hedge asintió como si aprobara el gusto de Jason.

—Grapadoras: una excelente fuente de hierro.

—E... espera—dijo Jason tartamudeando—. ¿Quién te dijo que estaba muerto? ¿Qué pasó?

Uno de los lobos blancos ladró en la entrada de la cueva. Thalia se volvió hacia el animal y asintió con la cabeza, pero no soltó la cara de Jason, como si temiera que desapareciese.

—Mi loba me dice que no tengo mucho tiempo, y tiene razón. Pero tenemos que hablar. Sentémonos.

Piper hizo más que eso. Se desplomó. Se habría partido la cabeza con el suelo de la cueva si Hedge no la hubiera sostenido.

Thalia se acercó a ella corriendo.

—¿Qué le pasa? Ah, no te preocupes. Ya veo. Hipotermia. Costillas medio rotas. Organos revueltos—Miró al sátiro con la frente arrugada—. ¿Conoces métodos curativos naturales?

Hedge se burló.

—¿Por qué crees que tiene tan buen aspecto? ¿No hueles a bebida isotónica?

Thalia miró a Leo por primera vez; naturalmente, una mirada acusadora en plan "¿Por qué has dejado que la cabra haga de médico?". Como si fuera culpa de Leo.

—Tú y el sátiro—ordenó Talia—, llevad a esta chica con mi amiga de la entrada. Phoebe es una magnífica curandera.

—¡Fuera hace frío!—protestó Hedge—. Me helaré los cuernos.

Pero Leo sabía cuándo estaba de más.

—Vamos, Hedge. Estos dos necesitan tiempo para hablar.

—Bah. Está bien—murmuró el sátiro—. Ni siquiera he podido partirle la crisma a alguien.

Hedge llevó a Piper a la entrada. Leo se disponía a seguirlo cuando Jason gritó:

—En realidad, ¿podrías... ejem... quedarte, amigo?

Leo vio algo en los ojos de Jason que no esperaba: le estaba pidiendo ayuda. Quería que hubiera alguien con él. Tenía miedo.

Leo sonrió.

—Quedarme en los sitios es mi especialidad.

Thalia no se alegró tanto de oírlo, pero los tres se sentaron frente al fuego. Durante unos minutos, nadie dijo nada. Jason examinaba a su hermana como si se tratara de un artefacto temible que pudiera explotar si se manipulaba incorrectamente. Thalia parecía más cómoda, como si estuviera acostumbrada a tropezarse con cosas más raras que un pariente al que había perdido hacía mucho tiempo. Aun así observaba a Jason en una suerte de trance lleno de estupor, recordando tal vez al niño de dos años que había intentado comerse una grapadora. Leo sacó unos cuantos componentes que en su día habían sido parte de Festo y comenzó a trabajar en un proyecto que había estado desarrollando desde que cayeron en la mansión de Midas.

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora