PIPER XLII

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Piper soñó que estaba en el tejado de la residencia de la Escuela del Monte.

Era una fría noche en el desierto, pero había llevado mantas y, con Jason a su lado, no le faltaba calor.

El aire olía a salvia y a mezquite quemado. En el horizonte asomaban las montañas Spring como puntiagudos dientes negros, con la tenue luz de Las Vegas detrás de ellas.

Las estrellas brillaban tanto que Piper había temido que no pudieran ver la lluvia de meteoritos. No quería que Jason creyera que lo había llevado allí arriba con un falso pretexto. (Aunque su pretexto había sido totalmente falso.) Pero los meteoritos no les decepcionaron. Casi cada minuto uno cruzaba el cielo como un rayo: una línea de fuego blanco, amarillo o azul. Piper estaba segura de que su abuelo Tom sabía algún mito que explicaba su existencia, pero en ese momento estaba ocupada creando su propia historia.

Jason le tomó la mano—por fin— y señaló dos meteoritos que atravesaron la atmósfera y formaron una cruz.

—Vaya—dijo—. No puedo creer que Leo no quisiera ver esto.

—En realidad, no lo invité—comentó Piper de pasada.

Jason sonrió.

—Ah, ¿no?

—No. ¿Alguna vez has tenido la curiosa sensación de que tres serían multitud?

—Sí—reconoció Jason—. Ahora mismo. ¿Sabes el problema en el que nos meteríamos si nos encontraran aquí arriba?

—Oh, me inventaría algo—dijo Piper—. Puedo ser muy persuasiva. Bueno, ¿quieres bailar o qué?

Él se echó a reír. Tenía unos ojos increíbles, y su sonrisa era todavía mejor a la luz de las estrellas, sus colores refulgían con una tonalidad que Piper aún no sabía identificar, pero a su ojo le agradaba.

—Sin música. De noche. En un tejado. Parece peligroso.

—Soy una chica peligrosa.

—Te creo.

Él se levantó y le ofreció la mano. Bailaron despacio unos cuantos pasos, pero rápidamente acabaron besándose. Piper casi no pudo volver a besarlo porque la sonrisa no desaparecía de sus labios.







Entonces el sueño cambió—o tal vez estaba muerta en el Valhalla—, ya que se vio de nuevo en los grandes almacenes de Medea.

—Por favor, que sea un sueño—murmuró—, y no mi castigo eterno.

—No, querida—dijo una voz dulce de mujer—. No es ningún castigo.

Piper se volvió, temiendo encontrarse con Medea, pero ante ella había otra mujer que estaba echando un vistazo a la percha de la ropa rebajada a la mitad.

—¡Pero qué demonios!

La sorpresa era la reacción lógica ante la apariencia de aquella persona: una mujer joven y hermosa, con cabello rubio ondulado el cual estaba decorado con flores y brillantes ojos azules. Poseía una figura extremadamente voluptuosa, con pechos muy (muy) grandes y caderas anchas. Vestía con mantos griegos tradicionales de color blanco que apenas cubrían su cuerpo. Era asistida por golems de piedra (un séquito de hombres calvos y musculosos de color gris y facciones duras) quienes eran usados como silla o apoyo para sostener sus senos.

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora