LEO XXXIX

51 14 0
                                    


Cuando Leo vio lo bien que estaban siendo tratados Piper y Hedge, se sintió muy ofendido.

Se los había imaginado con el trasero helado en la nieve, pero Phoebe, la cazadora, había montado un pabellón plateado justo delante de la cueva. Leo no tenía ni idea de cómo lo había hecho tan rápido, pero dentro había una estufa de queroseno que los mantenía calentitos y un montón de cómodos cojines. Piper parecía haber vuelto a su estado normal, vestida con un anorak, unos guantes y unos pantalones de camuflaje nuevos al estilo de las cazadoras. Ella, Hedge y Phoebe estaban pasando un buen rato y bebiendo chocolate caliente.

—No me lo puedo creer—dijo Leo—. ¿Nosotros hemos estado sentados en una cueva y a vosotros os ofrecen una tienda de lujo? Que alguien me contagie la hipotermia. ¡Quiero chocolate caliente y un anorak!

Phoebe inspiró con fuerza.

—Chicos...—dijo, como si fuera el peor insulto que se le ocurriera.

—Tranquila, Phoebe—intervino Thalia—. Necesitarán abrigos de sobra. Y creo que podemos ofrecerles chocolate.

Phoebe se quejó, pero al poco rato Leo y Jason también estaban vestidos con una ropa de invierno plateada increíblemente ligera y cálida. El chocolate caliente era de primera.

—¡Salud!—dijo el entrenador Hedge.

Masticó su taza térmica de plástico.

—Eso no puede ser bueno para sus intestinos—dijo Leo.

Thalia le dio a Piper una palmadita en la espalda.

—¿Te ves con ganas de moverte?

Piper asintió con la cabeza.

—Sí, gracias a Phoebe. Se os da muy bien la supervivencia en la naturaleza. Me siento como si pudiera correr veinte kilómetros.

Thalia guiñó el ojo a Jason.

—Es dura para ser hija de Afrodita. Me gusta.

Phoebe tardó seis segundos exactos en levantar el campamento, algo increíble para Leo. La tienda se plegó sola en un cuadrado del tamaño de un paquete de chicles. Leo quería preguntarle por el diseño, pero no tenían tiempo.

Thalia echó a correr cuesta arriba a través de la nieve, por un pequeño sendero en la ladera de la montaña.

El entrenador Hedge daba brincos como una cabra montesa feliz, animándolos a seguir como solía hacer cuando practicaban atletismo en el colegio.

—¡Vamos, Valdez! ¡Aprieta el paso! Cantemos: "Yo tengo una chica en Kalamazoo...".

—Nada de cantar—soltó Thalia.

De modo que corrieron en silencio.

Leo se quedó junto a Jason en la parte de atrás del grupo.

—¿Cómo lo llevas, hombre?

La expresión de Jason bastaba como respuesta: "No muy bien".

—Thalia se lo ha tomado con mucha calma—dijo Jason—. Como si el hecho de que yo haya aparecido no importara. No sé lo que estaba esperando, pero... ella no es como yo. Parece mucho más equilibrada.

—Eh, ella no tiene que luchar contra la amnesia—repuso Leo—. Además, ha tenido más tiempo para acostumbrarse a la movida de semidiós. Las maravillas del ayer son los sucesos corrientes de hoy. Cuando lleves un tiempo luchando contra monstruos y hablando con dioses, probablemente te acostumbrarás a las sorpresas.

—Tal vez—dijo Jason—. Ojalá entendiera lo que pasó cuando tenía dos años y por qué mi madre se deshizo de mí. Thalia se escapó por mí.

—Oye, pasara lo que pasase, no fue culpa tuya. Y tu hermana es genial. Se parece mucho a ti en eso.

GIGANTOMAQUIA: El Héroe PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora