ASHLEY
Lo primero que percibí al recuperar la consciencia fue el sonido intermitente de unas gotas caer sobre un charco de agua. Traté de no moverme y agudicé el oído con el fin de captar algún otro sonido que me indicara en qué situación estaba. Nada. Silencio. Me atreví a abrir los ojos y lo que vi no me gustó en absoluto. Tratando de calmar mi desbocado corazón observé lo que había a mi alrededor. Parecía una mazmorra medieval a juzgar por los barrotes de hierro y la piedra que componía las paredes y el suelo. Estupefacta traté de moverme, pero mi cuerpo estaba demasiado entumecido y no pude evitar soltar un quejido de dolor. Olía a humedad y a otro aroma que no lograba ubicar.
Me quedé sentada preguntándome cuánto tiempo había estado dormida y dónde me encontraría. ¿Seguiría en Londres? ¿Iban a matarme o algo? ¿Por qué me habían traído a un lugar como este? Las preguntas se agolparon en mi mente con tanta intensidad que comencé a sentir un ligero mareo. Traté de acompasar mi respiración para no sucumbir ante un posible ataque de ansiedad. De repente, un portazo me alertó. Me levanté rápidamente como movida por un resorte y esperé. El sonido de varias pisadas se fueron acercando hasta mi celda y tres figuras masculinas emergieron de entre las sombras. La luz de los farolillos que dos de ellos portaban alumbró sus rostros y lo reconocí.
Me miró enfadado, y yo le devolví la mirada, una mirada cargada de odio. Intenté no mostrar el miedo que comenzaba a sentir, no quería proporcionarle esa satisfacción.
—Bienvenida a mi castillo. —Dijo orgulloso. —Mi nombre es Driville y soy el rey de Destïa.
—¿Tú? ¿Rey de qué? ¿De los bufones? —Espeté mirándole desafiante.
Entonces lo que ocurrió a continuación fue muy deprisa. A toda velocidad, Driville levantó los brazos y el suelo a mis pies se resquebrajó. De las grietas, unas ramas con espinas emergieron y se enroscaron en mis piernas y mis muñecas, arañándome de manera superficial. Por unos instantes mi corazón se detuvo, preso del terror que me había invadido. ¿Qué había sido eso? ¿Magia? ¿La magia existía? Me quedé quieta, siendo consciente que cualquier movimiento haría que mi piel se desgarrase por las agujas afiladas que me envolvían. Tragué saliva y parpadeé para contener las lágrimas de terror que amenazaban por derramarse sobre mis mejillas. Le sostuve la mirada, tratando de no mostrar ninguna expresión.
—¿Me vas a matar? —Le pregunté con voz temblorosa.
Aquella pregunta pareció pillarlo por sorpresa.
—No. —Musitó el rey.
Movió los dedos y las ramas se desintegraron, convirtiéndose en polvo y cayendo a mis pies. Evalué los daños. Tenía los brazos llenos de arañazos y en algunos puntos los pantalones se me habían desgarrado. Apreté los dientes y me mordí la lengua para frenar la retahíla de insultos que quería gritarle. Él me observó con detenimiento, casi con curiosidad. Sin perderlo de vista me masajeé las muñecas. Me escocía la piel. Sus ojos estudiaron mis movimientos.
—¿Te he herido? —preguntó.
—Que te den. —respondí.
Le di la espalda y me alejé lo máximo posible de los barrotes, sumiéndome en la oscuridad. De pronto, oí el sonido metálico de la puerta de mi celda al abrirse. Reprimí un escalofrío y no pude evitar sentirme verdaderamente atrapada. ¿Qué debía hacer? Me giré de improviso. El rey había entrado y tras él, los dos hombres tapaban mi posible vía de escape. Reprimí las ganas de echar a correr. De hacerlo, tampoco sabría muy bien qué dirección tomar. Estaba claro que tenía que encontrar una escalera que ascendiera. Y luego, ¿qué? Sin embargo, mis pensamientos se evaporaron por completo en cuanto Driville me agarró de ambos brazos para observar mis heridas. Se había inclinado ligeramente y podía sentir el aroma que desprendía. Se trataba de una sinfonía olfativa perfectamente compuesta, donde notas de madera y cuero se entrelazaban, fundiéndose en una armonía viril. Contuve la respiración desconcertada por su repentina proximidad. Aunque lo odiase, no podía negar que poseía una belleza elegante, varonil e incluso salvaje. Su tacto hacía que mis pulsaciones se acelerasen. Para mi desconcierto, un torbellino de emociones contradictorias me obnubilaron. Quería alejarme o empujarlo, incluso golpearlo y echar a correr... pero, por otro lado, un cosquilleo se había instalado en mi interior.
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Las espinas del rey
FantasyÉrase una vez un rey déspota que vivía en un mundo mágico llamado Naheshia. Érase una vez una chica testaruda e indomable que provenía de la Tierra y lo desafió. Él quiso castigarla y la hizo prisionera en su reino. Ella quiso escapar y desató una...