CAPÍTULO VII

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DRIVILLE

Le dirigí una mirada algo desconfiada. Había tomado el asiento que estaba situado a mi derecha y me observaba con detenimiento. Sabía de antemano que estaba evaluándome, decidiendo si era alguien en quien confiar o no. Lo mismo estaba haciendo yo. Era demasiado joven, de eso no cabía duda. ¿Por qué alguien de la magnitud de Eyron confiaría en él? Era cierto que sería tres o cuatro años menor que yo, pero llevar una revolución no era una tarea fácil. Lo sabía por experiencia. 

—Entonces, Nandru. ¿Qué idea tenéis para derrocar a los Reyes que se opongan a vuestros ideales? —le pregunté más por romper el silencio que por interés. 

—Está claro que hay que echarlos. La mayoría están en contra del progreso. Si no lo hacen pacíficamente lo tendremos que hacer por la fuerza y tratando de que haya el menor número posible de víctimas.

—Imagínate que me uno a vuestras filas. No quiero que Eyron decida el futuro de Destïa. ¿Seguiré siendo rey y mi gente seguirá estando segura? 

—Eso tenlo por supuesto. Aunque Eyron querrá fraternidad, saber que todo está bien. 

—Por eso no hay problema. —respondí, acomodándome en mi asiento. —¿Qué hay sobre La Superficie?

—Cuando Naheshia esté en paz, sin tanto odio por medio saldremos al exterior. 

—¿Y qué pasará con los terrienses? 

—Tendrán que irse. —respondió como si fuera algo obvio. 

—Pero, no los mataréis, ¿verdad? 

Nandru me miró sorprendido, como si me hubiera vuelto loco de remate. A decir verdad tenía demasiadas dudas al respecto. Tal vez el viejo de Heihachiro había conseguido infundirme algo de desconfianza hacia Eyron. 

—No. Bueno, mi idea es que se marchen. Que nos dejen utilizar la energía que desprende su mundo. Allí podríamos controlar mejor los elementos. Sería mucho más sencillo todo. ¿Lo dices por la terriense que tienes aquí?

—¿Cómo? —fruncí el ceño.

—Bueno, esa chica. ¿Te importa?

—¡No! Si todos son como ella, prefiero que desaparezcan. 

—Bueno... —no pareció del todo convencido. —Cambiando de tema. ¿Sabes sobre la leyenda de Aszeria y su cetro? 

No pude evitar tensarme en mi silla. Nadie sabía que mi familia había custodiado la esfera con el fin de que nadie consiguiera acceder al cetro. Para los demás la existencia de la misma era un secreto que no se podía difundir. 

—Estamos buscando el cetro y aquel que nos ayude podrá obtener sus favores. 

Si supiera que de haber querido podría sostenerlo en esos mismos momentos. Resoplé y forcé una sonrisa sarcástica. 

—Dudo de la existencia de ese cetro. —Mentí. 

—Existe. —Aseguró él. —Y sabemos que estamos cerca de obtener cualquier información. 

—¿Qué sabes? —pregunté.

Había conseguido perturbarme aquella afirmación. Era imposible que supieran sobre la misión que habían tenido mis antepasados. Nunca habíamos involucrado a muchas personas. Y moriría por defender la lealtad de Heihachiro hacia mí. 

—Hay unos escritos en la Biblioteca de Heithen. Hablan sobre una esfera que puede conducir hacia el cetro. 

—¿Y dónde estará esa esfera de ser verdad? —pregunté, tratando de fingir algo de incredulidad. 

Las espinas del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora