CAPÍTULO XIII

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ASHLEY

No me pasó inadvertido el modo en el que Nandru contempló a la recién llegada. Sin duda era la mujer más hermosa que había visto jamás. Su cabello azul oscuro estaba recogido en un elegante moño adornado con preciosas joyas que destellaban como diminutas estrellas, a medida que se movía. Sus ojos violeta se posaron en los de mi nuevo amigo y al instante, sus labios carnosos y rojos esbozaron una tierna sonrisa. El vestido que llevaba, un largo y exquisito tejido en tono turquesa, abrazaba su figura esbelta y curvilínea, resaltando su gracia y elegancia natural. 

Caminó hacia nosotros con un porte majestuoso, llenando la sala con su presencia inigualable. En ese instante, percibí el sutil estremecimiento que recorrió a Nandru, un temblor apenas perceptible que delataba el profundo afecto que sentía por ella. No cabía duda alguna: estaba perdidamente enamorado de aquella mujer. En cuanto se situó frente a nosotros, ella acarició sutilmente el brazo de él para acto seguido centrarse en mí. 

—Ella es Ashley. —Me presentó Nandru tras carraspear algo incómodo. —Nos ayudará a acceder a la esfera. 

—Es un placer conocer a una terriense. Nunca había visto a uno de vuestra especie. —Su tono amable hizo que no me resultara hiriente aquel comentario. 

—Igualmente. —Respondí tratando de esbozar una sonrisa conciliadora. 

—Mi nombre es Ethel. —Se volvió hacia él. —Me he adelantado a mi esposo, no tardará en reunirse con nosotros.

Le lanzó una furtiva mirada a Nandru que no me pasó desapercibida. Sin duda había una gran atracción entre ellos dos. ¡Y encima estaba casada! Ahora comprendía la respuesta evasiva que me había dado el día anterior en cuanto le pregunté si se había fijado en alguien que no debía. Observé a Nandru de reojo, tratando de descifrar sus pensamientos.  El dilema moral se cernía sobre ellos como una sombra, y no podía evitar sentirme atrapada en el torbellino de emociones que los rodeaba. 

Sin embargo, la tensión del momento se desvaneció en cuanto bajo el dintel de la puerta apareció una figura alta, provocando un pesado silencio. Sus ojos, del color del hielo, barrieron la estancia con una mirada aguda, capturando cada detalle con una precisión que me sobrecogió. Era evidente que nada escapaba a su atención, como si poseyera una habilidad innata para descifrar los matices más sutiles del ambiente.

Nandru, en un gesto apenas perceptible, ajustó la postura, como si la llegada de esta nueva figura hubiera disparado una alerta en su interior. El cruce de miradas entre ellos y su reacción al respecto me decepcionó. Parecía un cervatillo asustado ante su presencia. 

El recién llegado poseía unos oscuros cabellos que caían en cascada hasta su cintura, enmarcando un pálido rostro de afilados rasgos. No obstante, su expresión se suavizó al posar su mirada en Ethel. Al instante, una sonrisa emergió de sus labios partidos por una cicatriz que acababa difuminándose sobre su mejilla. Se notaba que la adoraba.

—Ethel, querida, ya estaba preguntándome dónde te habías metido. —su voz era un susurro melódico y enigmático, adornado con un acento que no había escuchado jamás. 

—Me adelanté a conocer a la terriense. —respondió ella, separándose disimuladamente de Nandru. 

El hombre se volvió hacia mí y me escrutó con aquellos gélidos ojos. 

—Buenas. —saludé cohibida. 

Algo en él me inquietaba y hacía saltar unas alarmas que traté de acallar. Si Nandru confiaba en él sería por algo y una voz interior me decía que el albino era una persona sin maldad y con un corazón más que justo. Por lo consiguiente, decidí que fiarme era mi mejor opción para salir de aquel lío en el que me había metido. No obstante, no sabía que si te hundes en arenas movedizas es mejor no moverte. En aquellos momentos estaba metiéndome más aún al agitar mis brazos con tanta vehemencia por querer salir. 

Las espinas del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora