CAPÍTULO XV

78 5 4
                                    

DRIVILLE

Un suave ronquido me arrancó de mi letargo. O tal vez fue debido a que los rayos de los dos soles que se filtraban por la ventana ya comenzaban a posarse sobre mi rostro, molestándome. Abrí los ojos, sintiendo un ligero mareo provocado por la cantidad de bebida que nos habíamos tomado anoche. Entonces, recordé todo. Había cruzado una línea invisible y nada volvería a ser como antes. Con el corazón latiendo fuertemente sobre mi pecho me giré hacia mi izquierda.

Ashley estaba profundamente dormida. Su desnudez sobre mi cama despertó un calor que comenzó a subirme de arriba abajo. Observé la curva de sus caderas y sus senos voluptuosos. Sin poderlo evitar me endurecí. Respiré hondo, tratando de reprimir mis instintos más básicos. La noche anterior había estado dentro de ella. Aunque para ello me había obligado a ponerme un... ¿Cómo lo había llamado? ¿Preservativo?

Intenté pensar en otra cosa, algo frío. Nieve. Destïa seguía cubierta por una buena cantidad. Un nuevo ronquido hizo que diera un respingo involuntario. ¿Había sido Ashley? En efecto, su respiración era bastante ruidosa. Reprimí una carcajada mordiéndome el labio. ¿Cómo podía seguir dormida con el ruido que hacía?

La observé un instante, sabiendo el error que había cometido al dejarme llevar por mis impulsos. Tal como había temido, en el momento en el que se fuera, algo en mí se rompería. Solo de pensarlo una fuerte aflicción me invadía por completo. Me incorporé en silencio y apoyé mis pies sobre la enorme alfombra que se extendía en el suelo.

Entonces, cuando estaba a punto de levantarme y marcharme a hurtadillas, una mano se cerró en torno a mi antebrazo.

—¿Te ibas a ir sin avisarme? —la voz de Ashley hizo que me volviera hacia ella.

—No quería despertarte. —respondí.

Estiré mis dedos y alcancé el pantalón de mi pijama. Me lo coloqué apresuradamente para ocultar mi sutil erección. Ella pareció darse cuenta, ya que a sus labios asomó una sonrisa pícara.

—¿Qué te pasa?

Exhalé un suspiro. Tratando de buscar las palabras adecuadas, pero todas se habían empeñado en enredarse en mi lengua. Necesitaba marcharme. Dejar un margen entre lo que había ocurrido y lo que estaba sintiendo. Me levanté, haciendo que ella me soltara.

—Voy a tener una reunión, ve preparando tus cosas porque luego nos iremos a Londres.

Ashley abrió los ojos, estupefacta e indignada a la vez. Podía ver la decepción en su mirada verdosa. Sabía que en cualquier momento me gritaría, así que opté por ir recogiendo mi ropa para proceder a darme una ducha y marcharme.

—¿Qué cojones te pasa? —me reclamó.

Se levantó como movida por un resorte y se colocó apresuradamente el vestido que había llevado anoche.

—Eres un gilipollas. —masculló, buscando las medias y la ropa interior. —Engreído, payaso, rey de los bufones...

—No voy a pelearme contigo. —la interrumpí, tratando de emplear un tono impasible.

—¿Me usas y me desechas? ¿Así? ¿Tan simple? —Preguntó indignada.

—¡No es eso! —Grité, soltando bruscamente mi ropa sobre la cama.

—¿Qué te pasa?

—¿Qué me pasa? Que te vas.

—Puedo venir. —Ashley atrapó mis manos con las suyas. —Quiero volver a verte.

—Me voy a casar.

—No... me importa. —Sabía que mentía.

Aun así, me miró decidida con esos ojos verdes que cortaban casi la respiración. Conmovido por su determinación, traté de calmarme, aunque sabía que no entendía mi punto de vista.

Las espinas del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora