CAPÍTULO XVI

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DRIVILLE

Aunque intentaba mantener una expresión imperturbable frente a aquel que se hacía llamar el rey de todos los reinos de Naheshia, lo cierto era que estaba muerto de terror. Y aquel sentimiento se intensificó en cuanto aprecié la sombra de dos manos aparecerse sobre el paisaje de uno de los cuadros verticales que decoraban la pared que estaba situada a mi derecha. Por amor de Aszeria, no entres. Tras este se ocultaba una de las entradas a los pasadizos que mi madre había ordenado construir cuando mi padre y ella se instalaron por primera vez en el castillo. Algo en mi interior me decía que Ashley estaba tras el lienzo. Sin embargo, no abrió y en cuanto oyó la voz de Eyron la sombra se alejó.

—Tú decides, Driville. La esfera o tu reino.

—No sé de qué me estás hablando, Eyron. —A duras penas logré imprimir un tono amenazante en mi voz.

—Creo que no eres consciente de que mis hombres han entrado a este castillo y se están cargando a los tuyos. Son pocos, pero el resto está rodeando en estos momentos toda la ciudad de Destïa, esperando la señal para arrasar todo.

Un pesado silencio se cernió entre nosotros. Si Eyron estaba tan interesado con mi reliquia familiar era porque planeaba encontrar el tesoro de Aszeria. Pero, ¿cómo se había enterado? Solamente lo sabía Heihachiro, los dos soldados que aguardaban tras la puerta y yo. Aunque... Ashley también la había visto el día en el que trató de colarse. Imposible. Ninguno podría haberlo traicionado y menos ella.

—Si te doy la esfera, podrás encontrar el cetro. Es lo que buscas, ¿verdad? —Le pregunté.

—Así es. Eres muy inteligente.

—Y si tienes en tu poder el cetro no tardarás en acceder a la Superficie, la Tierra como lo llaman...

—Es nuestro.

—¿Qué harás con los terrienses?

—Son una especie inferior. Tal vez nos quedemos a algunos como meros sirvientes, pero Aszeria creó ese lugar para nosotros. Tenemos pleno derecho y tú lo sabes muy bien.

—Planeas acabar con demasiadas vidas. —Espeté con rabia. —No te diré dónde está.

—Pues tú no saldrás de aquí. Nandru, tráeme a la terriense.

—De acuerdo. —respondió el aludido con un tono que denotaba tristeza.

Una ira repentina me embriagó de repente. Apretando los dientes, me precipité contra Nandru. Sin embargo, una especie de sombra emergió justo enfrente, cortándome el paso. Eyron la manejaba a su antojo al compás del movimiento de sus largos dedos. La dirigió contra mí y traté de atraparla invocando unas enredaderas de espino que quebraron el suelo al surgir de entre las losas. No sirvió de nada, pese hacerla retroceder, no conseguí contenerla debido a que era incorpórea.

—¡Si le tocas un solo pelo, te mataré! ¿Me oyes?

Pero el muchacho no se volvió ante mi amenaza. Cerró las puertas una vez salió, dejándonos solos. Un intenso terror obnubilaba mi mente. Aquello debía ser una pesadilla, no podía ser real.

Tras hacer desaparecer la sombra, Eyron fijó su mirada en mí, estudiando con atención. Traté de que mi semblante no reflejara ninguna emoción. No quería darle esa satisfacción de creerse el absoluto vencedor. Confié en que mis soldados se darían cuenta e irrumpirían, acabandon con todo.

Sin embargo, el tiempo transcurría y no pareciese que fuera a cambiar mi suerte. En cuanto las puertas se abrieron, el corazón me dio un vuelco temiendo que aquel maldito albino trajera consigo a Ashley. Pero no se trataba de él, ni tampoco de nadie que fuera a recatarme. Una mujer, cuya elegancia parecía arrancar destellos de los mismísimos soles, entró.

Las espinas del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora