Capítulo 22 // Los fantasmas de la feria.

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Capítulo 22 // Los fantasmas de la feria.

Emma.

Me remuevo cuando siento un peso muerto asfixiante sobre mi cuerpo. Suelto un quejido por lo bajo e intento apartarme, pero es inútil. Estoy inmovilizada por completo.

Abro los ojos y con lo primero que me encuentro es con Jagger dormido sobre mí como si fuera su almohada personal. Me lo intento quitar de encima con las manos, pero de nuevo, no sirve.

—Jagger, muévete. Eres muy pesado y tengo calor— me quejo en un murmuro y él gruñe.

—No.

Me doy por vencida y me vuelvo a desplomar sobre el colchón. Él me agarra la mano con suavidad y la deja sobre su cabeza.

—Acaríciame como anoche— pide con la voz ronca y a mí se me llena el estómago de cosquillas.

En realidad, las únicas caricias que recibió de mi parte anoche fueron las que le di cuando nos estábamos yendo a dormir. Se había acostado sobre mi pecho, en la misma posición que está ahora, comencé a darle mimos en el pelo y nuca y para mi sorpresa, Jagger se dejó.

Luego de... ejem, lo que sucedió entre sus dedos y yo, no hicimos nada más aparte de besarnos hasta el cansancio. Yo pensaba que él iba a querer algo a cambio, pero no fue así. Al contrario, solo se limitó a acariciarme y besarme hasta que me llegaron a doler los labios.

Jagger siempre dice que él no es un caballero y que no debo esperar esa clase de cosas de su parte, pero por más que él lo niegue, lo es. Es todo un caballero por más que él odie el término. Me pregunto qué habrá hecho su madre para criarlo tan bien.

Con una mano comienzo a masajearle el cuero cabelludo mientras con la otra le paso las uñas suavemente por la zona de la nuca y él lanza un suspiro de placer. Los rizos se escurren entre mis dedos mientras lo acaricio. Bajo la mirada y la vista me encoge el corazón. Tiene los ojos cerrados, los labios hinchados y el ceño levemente fruncido, pero hay una paz en su semblante que nunca había visto. Y ya no tiene ojeras.

Le paso el pulgar por la mandíbula y la barbilla, donde la barba incipiente de apenas dos días me hace cosquillas. Pasan al menos quince minutos de puros mimos y cariños hasta que el ruido de la alarma nos interrumpe.

Jagger lanza un quejido de cansancio y yo intento alcanzar mi móvil el cual se encuentra en la mesita de noche, pero él se abraza a mí con más fuerza. Yo lanzo una risita y murmuro:

—Jagger, tengo que ir a la universidad. Déjame apagar la alarma.

—¿La apagas y dormimos diez minutos más?— Interroga con los ojos aún cerrados.

—No, me tengo que levantar.

Él suspira, pero no se separa de mí. Me recuerda a un oso. Espero unos segundos más y él continúa encima mío. Le vuelvo a insistir moviéndolo un poco y finalmente se aparta, rodando hacia el costado de la cama y enterrando la cara en la almohada dramáticamente.

Apago la alarma y me pongo de pie. Le echo un vistazo a mi compañero de sueño y él sigue sin moverse. La posición en la que está me da una perfecta vista de su espalda desnuda, la cual posee dos tatuajes; el más grande y destacado es el de unas alas rotas ubicado en sus omoplatos, el otro, en cambio, es pequeño y lo tiene en la espalda baja, tratándose de una brújula que apunta en todas las direcciones.

—Pensé que eras más mañanero— murmuro mientras busco en mi clóset la ropa que me pondré.

—Soy el tipo mañanero de las once de la mañana, no de las siete— refunfuña.

Sinfonías Internas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora