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"And I think you should come live with me, and we can be pirates then you won't have to cry"

15 años antes

Betty y James se reunían cada vez que podían. Por lo general solían verse debido a que Brooke y Tessa también pasaban tiempo juntas en la casa de los Powell.

A la madre de Betty no le agradaba James, pero no podía negarse a la vista del niño ya que podía verse como un acto de mala educación hacia la familia Thompson.

James siempre esperaba a Betty en el jardín de la casa. Era ya su lugar especial en donde se reunían la mayoría de las veces. Incluso por pedido de Betty, la servidumbre había comenzado a construir una pequeña casa del árbol en uno de los árboles más lejanos al jardín.

— Siempre quise que mi padre me construyera una casa en el jardín —admitió Betty un día que se encontraban ambos en la casa del árbol a medio construir.

Su madre la habría matado si se enteraba que estaba ahí en la casa que aún no se terminaba de construir, pero James la había convencido de subir. Además su madre no tenía porque enterarse.

— Pero ya nos están construyendo una, Betty.

— Lo sé, pero no es lo mismo —respondió la niña mientras cerraba el libro que tenía en las manos. A veces Betty deseaba tener una familia como la de James, sus padres se amaban, su madre era amable y su padre estaba orgulloso de él.

— ¿Dónde está tu padre, Betty? —preguntó inocentemente aunque temeroso de la reacción que su amiga podría tener. Había visto al padre de Betty probablemente unas dos o tres veces en persona.

— No lo sé. Creo que se va de la ciudad y regresa. Y cuando regresa no quiere a nadie a su alrededor —James trataba de empatizar con su amiga, pero no entendía muy bien como hacerlo.

Betty se encogió de hombros y volvió a sumergirse en el libro que su madre le había dado para leer. James la observaba, tratando de comprenderla hasta que se sorprendió mirando cada una de las facciones de Betty, desde su cabello ahora descuidado hasta el color verde en el iris de sus ojos que después se convertía en color miel.

Su amiga sentía su mirada la cual la hacía ponerse nerviosa, pero no dijo nada. Trataba de concentrarse en el libro y las incomprensibles palabras dentro de el hasta que James la regresó a la realidad.

— Pero ahora tenemos una casa para nosotros, Betty. En donde seremos solo tú y yo —la castaña subió la vista y sintió la calidez que la sonrisa de James le brindaba. Así que ella sonrió y asintió feliz. Nunca se lo decía, pero agradecía mucho tenerlo como amigo.

Los amigos estuvieron toda la tarde en la pequeña casa del árbol. Betty leía mientras James intentaba hacer una espada de madera. Ambos permanecieron en silencio. En algunas ocasiones James le preguntaba a su amiga de que era el libro que leía y ella emocionada le contaba. Otras veces Betty preguntaba como es que iba a hacer una espada de madera y James le explicaba que quería aprender a usar una porque su padre solía tener una todo el tiempo.

Cuando el atardecer estaba en el cielo los niños escucharon unas voces que los llamaban. Eran sus hermanas menores que habían salido de la casa a jugar entre los árboles y los columpios del jardín.

Betty lanzó su libro al césped antes de bajar con la ayuda de James y reunirse con las hermanas de ambos. Betty y James impulsaban a sus hermanas en los columpios mientras estas dos no paraban de pedir que las mecieran con más fuerza.

Ahora era el turno de Betty. Con delicadeza para no arruinar su vestido se sentó en el columpio mientras Brooke la empujaba. Cada vez llegaba más alto y Betty sentía que se mecía dentro del atardecer que estaba en el cielo.

— ¡Salta, Betty! Eso lo hace más divertido —gritó James alentando a su amiga.

Betty le dio varias vueltas a la idea en su mente. Tenía miedo de saltar y lastimarse o peor que su madre la descubriera y la castigara. A pesar de todas las razones por las que no debería hacerlo, lo hizo.

Saltó del columpio y soltó un pequeño grito. Antes de llegar al suelo sintió el aire en su rostro y moviendo su cabello y por alguna razón creyó que así se sentía la libertad. Hasta que llegó el golpe de realidad.

Cayó al piso, pero por la fuerza sus pequeños pues no aguantaron y cayó de rodillas con sus dos manos sobre el césped. Sintió una punzada de dolor que le hizo soltar algunas lágrimas.

Se acercaron los otros tres niños preocupadas por su amiga. Betty estaba en el piso sentada mientras lloraba.

— No llames a mamá —dijo entre sollozos cuando su hermana se acercó. Sabía que si su madre la veía así la regañaría. Así que simplemente lloró un rato mientras su mejor amigo la consolaba y le repetía una y otra vez que lo sentía.

La noche cayó en los pocos minutos que los niños seguían ahí. Vieron los faroles encenderse, pero no era lo único que iluminaba el jardín.

— Mira, Betty, son luciérnagas —advirtió James en un intento de tranquilizar a su amiga.

Betty levantó la mirada y confirmó lo que su amigo había dicho. A su alrededor habían pequeñas luces flotando. La niña se secó las lágrimas y se levantó fascinada.

— Mira, Brooke, intenta atrapar una —alentó el niño a su hermana menor.

Pronto los cuarto niños perseguían las luciérnagas tratando de conseguir una en sus manos. Betty creyó que lo que veía era una escena preciosa. El olor de las flores, las luciérnagas a su alrededor y la comodidad de estar con gente que quería era algo que alguna vez había leído en un libro.

Después de varios intentos fallidos James logró atrapar una entre sus manos. Las tres niñas cerraron un ojo cuando el castaño las motivaba a mirar dentro de sus manos a la pequeña luciérnaga.

— Libérala ya, James —ordenó Betty luego de observar al diminuto insecto en manos de su amigo. James no estaba muy convencido, pero obedeció a su amiga.

Se acercaba la hora de la cena, pero Betty no quería que este momento terminara, quería congelarlo en el tiempo. James tampoco quería irse, deseaba seguir pasando tiempo con su mejor amiga.

Las hermanas menores regresaron a la casa y James y Betty se sentaron en el escalón más bajo de las escaleras que daban hacia la puerta.

— Lo siento por decir que saltaras del columpio, Betty. Fue mi culpa que te lastimaras.

— No fue tu culpa. Yo brinqué porque quise —a pesar de eso el niño aún sentía culpa por dentro, se sentía responsable, de todos modos asintió aceptando la respuesta de Betty.

De repente escucharon la voz de una de las sirvientas llamando a James para regresar a casa. Ambos se voltearon a ver con un poco de tristeza en sus ojos.

— Adiós, Betty. Recuerda que algún día podremos vivir juntos y no necesitarás de tu madre ni de tu padre —se despidió inocentemente James y le dio un beso en la mejilla antes de echarse a correr para irse.

Betty solo sonrió y no lo sabía en aquel entonces, pero el calor de sus mejillas significaba que se había ruborizado. Recogió el libro que había dejado en el suelo antes de volver a casa.

Antes de volver a cumplir con las órdenes y expectativas tan duras de su madre. Antes de renunciar a la pequeña libertad que sentía cuando James estaba presente. Debía seguir hasta que se reuniera con su amigo de nuevo.

Folklore: This LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora