Prólogo

333 21 0
                                    

El recuerdo es tan claro como si hubiera sido ayer. Como si, en realidad, no fuera hace cinco años que lo vi a través de la ventana de mi habitación, salir de la casa de en frente con la vista en el celular de su mano, mientras avanzaba por el pequeño camino de su jardín hasta la acera.

Me quede pasmada en el marco del ventanal mientras lo observaba. Más específicamente al que, en ese momento, parecía ser mi nuevo vecino.

En un contexto dramático podría decir que quede flechada al instante, pero rápidamente lo asumí a algo físico porque era un chico muy lindo. Todo lo real, todo ese sentimientos platónico con el que vivo ahora se fue creando al pasar de los años, dándome cuenta que no solo era lindo por fuera si no que también lo era en su interior.

Ya sé, muy cursi. Pero así soy yo, amorosa, cursi  y sentimental por lo que vayan acostumbrándose a este tipo de cosas.

Si lo piensan de esta manera, fue inevitable no sentirme atraída a él. Nuestras familias congenian por ser vecinos, unos que se llevan bastante bien, lo que hizo que nos juntáramos y conociéramos, que es una de las cosas que más agradezco en mi vida.

Nathan Jones es un chico dulce, bromista, divertido y, en ocasiones, coqueto. Es el chico que puede hacerme reír hasta perder el aire y me hace sonrojar hasta perecer un tomate. Es uno de los pocos con los que puedo salir de mi casa para hacer algo divertido y alguien a quien le puedo contar mis problemas y que se preocupa por mí.

Díganme ¿Cómo rayos no iba a caer en eso?

Y caí de la manera más baja posible, al nivel de pensar en él a cualquier hora del día, de llegar al punto de desequilibrarme con tan solo tenerlo tan cerca y que mis sentimientos por él ocupen más de la mitad de mi cuaderno personal.

Ok, es un diario, pero no me gusta admitirlo.

Soy un caso perdido cuando de ese chico se trata y lo más terrible es que no me atrevo a confesarme. De verdad, ni siquiera me atrevo a pensarlo porque no sucederá. Otra de las cosas más terribles es que no soy correspondida, a veces de lo cercano que él puede llegar a ser conmigo, me confundo, pero todo vuelve a la realidad al verlo salir con alguien más.

Nunca quise admitirlo porque suena muy ridículo pero, amigos... estoy en la frienzone.

Un ligero suspiro brota de mis labios. Estoy apoyada en el marco de la ventana de mi habitación, con la mirada fija en la calle. El auto del hijo mayor de los Jones está estacionado al frente de su casa con el capó abierto, y Nathan está justo ahí proporcionándole mantenimiento al motor.

No sé cuanto lleva ahí pero yo llevo alrededor de quince minutos viéndolo como una completa acosadora, lo admito.

Inconscientemente, marco un ligero ritmo, golpeando la punta de mi bolígrafo contra la libreta apoyada en mis piernas.

—Siempre recordaré el comienzo, la vista desde mi ventana... —entono, siguiendo el compás.

Porque resulta que no solo soy una chica locamente enamorada, no. Soy  una de las  vergonzosamente cursis, que escribe sus "intentos de canciones" sobre su amor platónico:

—Porque todo suena mejor —canto, dejándome llevar—, cuando eres el motivo de mi inspiración...

El Sentimiento de una CanciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora